Amor por aprender unió a Santo Tomás Moro y a hermana Thea Bowman

Ambos, Tomás Moro, santo y mártir, y la hermana Thea Bowman, sierva de Dios y profeta de nuestro tiempo, tenían un profundo amor por el aprendizaje. Ambos pusieron su erudición al servicio de sus hermanos y hermanas mientras testificaban del amor eterno del Señor Jesús.

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Durante el tiempo en que la Diócesis de Jackson se estaba preparando para presentar la Causa de Canonización de la Hermana Thea Bowman en 2018, descubrí que ella había hecho su tesis doctoral en la Universidad Católica de Washington, DC sobre la obra maestra final de San Tomas Moro mientras estuvo encarcelado durante 15 meses, en la Torre de Londres, antes de su ejecución.
Hay más de unas pocas bendiciones en este descubrimiento, y una, en particular, es celebrar la universalidad de la Iglesia Católica. Un inglés preeminente del siglo XVI, que había alcanzado las alturas de las profesiones legales y políticas de su tiempo antes de convertirse en santo y mártir, santo Tomas Moro, capturó la imaginación de una Sierva de Dios del siglo XX, la hermana Thea Bowman.
En la edición anterior de Mississippi Catholic, presentamos la causa de la hermana Thea a través del lente del documental que se está haciendo, con lanzamiento en otoño de 2022. En esta columna, presento la lente de su tesis doctoral para mostrar su erudición, que impregnó su voz carismática y profética.
¿Cuál es el vínculo que unió a estos dos discípulos del Señor Jesús durante un período de 400 a 500 años? El abogado inglés murió en 1535 y la religiosa nació en 1937. Se necesitan algunos antecedentes históricos para preparar el escenario.
Tomás Moro fue un confidente y compañero favorito del rey Enrique VIII hasta que se negó a prestar el Juramento de Lealtad al Rey, en el que este se declaraba a sí mismo como el jefe de la Iglesia Católica en Inglaterra. La negativa de Moro le valió alojarse en la Torre de Londres durante 15 meses, pero su encarcelamiento no fue una pérdida de tiempo.
En la primavera – verano de 1534, mientras esperaba en la Torre su juicio formal y sentencia, Moro comenzó a escribir “Diálogo de Consuelo contra la Tribulación.” Escribió Diálogo para conmover y preparar las mentes de los ingleses para resistir con valentía y no amedrentarse ante la inminente y abierta persecución que Moro previó y que inmediatamente siguió contra la unidad de la Iglesia y la fe católica.

Obispo Joseph R. Kopacz

Cuando Tomás Moro estaba en la Torre de Londres, los monasterios aún estaban intactos, miembros de la Iglesia Católica todavía eran honrados y la persecución generalizada aún no había empezado. Sin embargo, el conocía mucho más a Enrique VIII que la mayoría de los hombres. También conocía muy bien el mundo político y su lucha por el poder y la riqueza, por eso previó lo que sobrevendría. Su juicio formal, condena y sentencia, el 1 de julio de 1535, proporcionó al foro público el afirmar que el tema que más le preocupaba era la usurpación, por parte del rey, de la autoridad papal. Moro escribió su última carta a su hija Margaret el 5 de julio. El 6 de julio fue decapitado, no porque lo obligaran a renunciar a su fe en Jesucristo, sino porque esta fe estaba inextricablemente implantada en la Iglesia Católica.
Moro murió en la pobreza física y la desgracia mundana. En “Diálogo de Consuelo contra la Tribulación,” dejó su último testamento y el legado final de su sabiduría. Siguiendo el ejemplo de Jesús en la Última Cena, cuando consoló a sus apóstoles anticipándose a la tribulación que seguiría con su crucifixión, este intrépido mártir entendió el poder de las palabras como un legado duradero cuando se este se combina con un testimonio.
La hermana Thea sacó de los estantes de la academia “Diálogo de Consuelo contra la Tribulación,” para darle nueva vida a una obra maestra, cuyas páginas aún nos llegan, instando a soluciones duraderas a problemas humanos perennemente recurrentes, según afirmó al final de su tesis en 1972.
A su trabajo académico lo tituló “La relación entre patetismo y estilo en ‘Diálogo de Consuelo contra la Tribulación,’ un estudio retórico”. Este se convirtió en su exitoso proyecto de doctorado para elevar el pathos (patetismo) a los reinos del logos (Palabra de Dios, o principio de razón divina o segunda persona de la Trinidad encarnada en Jesucristo) y el espíritu.
Ella sostuvo que “El intento de More de llegar a las necesidades de su audiencia, de alcanzar a sus corazones al igual que a sus mentes, de encender su imaginación con imágenes del sufrimiento de Cristo, demonios aulladores, almas condenadas, o el cuidado protector de Dios, y deleitarlos para hacerlos más receptivos a su mensaje, es consciente y deliberado. Pathos, el esfuerzo por despertar las emociones de sus oyentes, determina en gran medida el carácter distintivo del Dialogo.”
La hermana Thea, además, afirmó “Moro yuxtapone gráficamente el bien y el mal, el placer y el dolor, la vida y la muerte. Compara las alegrías y las tristezas temporales con aquellas que son eternas. Se detiene en la crueldad del monarca, la locura de la vanidad mundana, la vergüenza de la deslealtad, el miedo al infierno, la esperanza de salvación y, sobre todo, el amor de un Cristo sufriente y un Dios providente. Ofrece la posibilidad de elegir entre la fidelidad a Dios y la pérdida de los bienes temporales y la sumisión al rey a riesgo de la salvación eterna.”
Ambos, Tomás Moro, santo y mártir, y la hermana Thea Bowman, sierva de Dios y profeta de nuestro tiempo, tenían un profundo amor por el aprendizaje. Ambos pusieron su erudición al servicio de sus hermanos y hermanas mientras testificaban del amor eterno del Señor Jesús.
Ambos ofrecieron consuelo y aliento para superar la tribulación y en sus horas más brillantes y oscuras, no flaquearon. Ambos vivieron hasta que murieron y luego se fueron a casa como una estrella fugaz. Son parte de esa Nube de Testigos que enseñan e inspiran en cada generación dentro de la Iglesia Católica y mucho más allá de sus estructuras visibles.

Our lives are labor of love in God

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
After God set the world in motion through the work of creation, he fashioned man and woman from the dust of the earth in the divine image and likeness and entrusted them with the task of developing this grand handiwork. Then and now, God intends that we not lose sight of his divine presence when we apply our talents to building a world that gives glory to the creator, dignity to human life everywhere and a profound awe for the beauty of our planet. For further motivation and inspiration, we, as disciples of the Son of God, recall the words of sacred scripture that proclaim, “for in him all things were created, in heaven and on earth, visible and invisible … all things were created through him and for him. (Colossians 1:15-17) Through faith we know that love is our origin, love is our constant calling and love is our fulfillment in heaven.

We also know that for as long as we live there is much to be done. Perhaps this Labor Day more than ever reminds us that throughout our lives the work of building and rebuilding is constant.

Bishop Joseph R. Kopacz

Recall the sobering yet hopeful words from St. Paul’s letter to the Romans. “We know that the whole creation has been groaning with labor pains together until now; and not only the creation, but we ourselves, who have the first fruits of the Spirit, groan inwardly as we wait for adoption as sons and daughters, the redemption of our bodies.” (Romans 8:19-23)

Are we ever groaning these days, as the pandemic grinds on in many corners of our society and world, whether it be over our children, academically and developmentally, or the loss of life and the suffering that ensues. Considerable rebuilding will be necessary.
Blessed Mother Teresa understood well the lifetime task of building a religious community to serve the dire needs of the present moment, and to endure for generations to come in a world where there are no guarantees. In a poem attributed to her entitled, “Anyway” she mused, “What you spend years creating, others could destroy overnight. Create anyway.”
Clearly, what she is saying is that when necessary, rebuild and create something better. We can apply her wisdom to the destructive drives inherent in humanity or to the overwhelming power of nature. It seems that wherever we turn, too many are caught between a rock and a hard place, Scylla and Charybdis, the rocky shoals or the churning whirlpool.

On the one hand, there is the destructive power of nature in the virus silently stalking, in raging fires, in howling hurricanes, in unforeseen flooding or in heaving earthquakes. On the other hand, destruction boils over from the abyss of human nature, alienated from our loving creator, in acts of violence, terrorism and war. What once was, is no more and people are pressed to choose. Look ahead and rebuild in one form or another or look backward and wallow in inertia. The Book of Ecclesiastes reminds us that in the cycle of living, “there is a time to break down, and a time to build up.” (3:3) As God’s children we want to be busy about living.

This weekend is the 20th anniversary of 9/11 that obliterated many lives, destroyed iconic structures, wreaked havoc upon our nation’s psyche, and unleashed a 20-year war whose official ending is still spilling blood. Indeed, all of creation groans. Yet, this crisis immediately revealed the goodness and courage of first responders and many others who put aside concern for self in the hope of rescuing their neighbor and the stranger. It took 14 years for the majestic One World Center to be built on the spot of the Twin Towers that were destroyed. It will take a lifetime or more for those who directly experienced this horror to heal. We pray that the work of reconciliation will never cease.

The Son of God, the one through whom and for whom all creation came to be, revealed life’s inevitable vulnerability on Calvary. Yet, on Easter Sunday the dawn from on high broke upon us and we who walk in the shadow of death, now walk by faith and labor with a purpose everyday of our lives, because Christ lives.

In the big questions about our lives and in our daily and familiar tasks, may we know that in God our lives are a labor of love, whether we are building something new with great confidence, or rebuilding in the face of loss. In the prologue of St. John, we know whence the power comes to regain our footing and our hope. “In the beginning was the Word, and the Word was with God, and the Word was God. He was in the beginning with God, all things were made through him. In him was life, and the life was the light for all. The light shines in the darkness, and the darkness has not overcome it.”

Diocesan ministries depend on generosity through service appeal

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Dear friends in Christ, due to the pandemic many diocesan, parish and school events and programing were derailed, postponed or curtailed. One of the casualties earlier this year was the parish in-pew process for the 2021 Catholic Service Appeal.

Consequently, our goal of $1,153,654 is down approximately $344,000. All things considered; this shortfall is directly related to the cancellation of the in-pew process over health concerns surrounding the spread of the COVID-19. But as the contributions to the appeal slowed to a trickle by early summer, I and other diocesan officials realized that we had to arrange for one final push to overcome the deficit that will surely have a negative impact on our ministries.

The best approach would be to conduct the in-pew process as the cornerstone for this 11th hour drive, which is now scheduled for Saturday and Sunday, Aug. 28 and 29. A seven-month delay is unprecedented with this critical step for the success of the service appeal, but then again, we are navigating through unprecedented times.

Bishop Joseph R. Kopacz

The service appeal is an essential component of our annual diocesan budget, funding approximately 20% for our ministries and programs. To put a human face on this deficit, a 25% shortfall of $344,000 is most of what it costs to educate our six seminarians for the academic year ahead. Or this is most of the annual contribution to our Catholic Charities that each year is an unrestricted flow of income that can be used for shortfalls in programing. So much of the work of Catholic Charities is accomplished off the radar, but we are serving vulnerable populations throughout Mississippi, and the vast majority of our sisters and brothers whom we empower are not Catholic. We do the work because we are Catholic, and so we lift up the victims of domestic violence, those weighed down under the yoke of drugs and alcohol, homeless veterans who put their lives on the line, children and young people in foster care and adoption services, young people afflicted by mental health issues and family turmoil, disaster relief, counseling and immigration services, academic enrichment for underserved children and much more. Through all of these programs we fulfill our mission to be a visible sign of Christ’s love.

Fittingly, we are concerned about the gaping deficit in this year’s goal, because all of our diocesan ministries that serve the Lord depend upon your generosity through the service appeal. The office of communication, including our Mississippi Catholic publication, Faith Formation and Evangelization, Youth ministry and Campus ministry, and more, will be adversely affected unless we can substantially or totally erase the deficit.

We are grateful to all who have contributed to this year’s appeal so far. Some even went the extra mile and made a second contribution, realizing that regular donors might not be able to give due to the setbacks of the pandemic.

Currently, we are down 1,470 donors for this year’s appeal. Clearly, the postponement of the in-pew process is the major culprit.

If you are able to contribute at the 11th hour of the 2021 appeal, please know that each and every gift will be a blessing. Whether you can take the opportunity through the in-pew-process on Saturday and Sunday, Aug. 28 and 29, through the mail or online giving, be assured that you will be supporting the mission of the Diocese of Jackson to serve others, to inspire disciples and to embrace diversity. Sister Thea Bowman would be so proud to behold each little light glowing together to become a beacon of hope for all in need, and for the glory of God.

Ministerios diocesanos dependen de su generosidad con Campaña de Servicio Católico

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Queridos amigos en Cristo, debido a la pandemia, muchos eventos y programas diocesanos, parroquiales y escolares fueron cancelados, pospuestos o restringidos. Una de las víctimas a principios de este año fue la colecta parroquial en persona para la Apelación del Servicio Católico 2021.

Obispo Joseph R. Kopacz

En consecuencia, nuestra meta de $ 1,153,654 solo llega aproximadamente a $ 344,000. Con esto en consideración; este déficit está directamente relacionado con la cancelación de la recogida de donaciones personales en las bancas de la iglesia, debido a problemas de salud relacionados con la propagación del virus.
A medida que las contribuciones a la Campaña se redujeron a un goteo a principios del verano, yo y otros funcionarios diocesanos nos dimos cuenta que teníamos que hacer arreglos para, en un último empujón, superar el déficit, que seguramente tendrá un impacto negativo en nuestros ministerios.
El mejor enfoque sería realizar el proceso en las bancas parroquiales, como piedra angular de esta unidad de 11 horas, que ahora está programada para sábado y domingo, próximos 28 y 29 de agosto. Un retraso de siete meses no tiene precedentes en este paso crítico para el éxito de la colecta para el Servicio Católico, pero, de nuevo, estamos atravesando tiempos sin precedentes.
El llamamiento de ayuda para el Servicio Católico es un componente esencial de nuestro presupuesto diocesano anual, que financia aproximadamente el 20% de nuestros ministerios y programas. Para poner un rostro humano a esta diferencia, es bueno explicar que un déficit del 25% de $ 344,000 es la mayor parte de lo que cuesta educar a nuestros seis seminaristas para el próximo año académico. O puede ser ésta la mayor parte de la contribución anual a nuestras organizaciones benéficas católicas, y que cada año es un flujo de ingresos sin restricciones que se puede utilizar para las suplir las deficiencias en la programación.
Gran parte del trabajo de Caridades Católicas se realiza fuera del radar, muchas veces sin hacerse notar, pero estamos sirviendo a poblaciones vulnerables en todo el estado de Mississippi, y la gran mayoría de nuestras hermanas y hermanos a quienes empoderamos no son católicos. Hacemos el trabajo porque somos católicos, porque levantamos a las víctimas de la violencia doméstica, a los que sufren el yugo de las drogas y el alcohol, a los veteranos sin hogar que arriesgaron sus vidas, a los niños y jóvenes en hogares de acogida y adopción, en servicios a jóvenes afectados por problemas de salud mental y/o disfusión familiar, ayuda en caso de desastre, servicios de asesoramiento e inmigración, enriquecimiento académico para niños desatendidos y mucho más. A través de todos estos programas cumplimos con nuestra misión de ser un signo visible del amor de Cristo.
Oportunamente, estamos preocupados por el enorme déficit en la meta de este año, porque todos nuestros ministerios diocesanos que sirven al Señor dependen de su generosidad a través del llamamiento de servicio. La oficina de comunicación, incluida nuestra publicación católica de Mississippi, Formación de fe y evangelización, ministerio de jóvenes y universitario y más se verán afectados negativamente, a menos que podamos eliminar sustancial o totalmente este déficit.
Agradecemos a todos los que han contribuido hasta ahora al llamamiento de este año. Algunos incluso hicieron un esfuerzo adicional e hicieron una segunda contribución, al darse cuenta de que es posible que los donantes habituales no puedan contribuir debido a los reveses de la pandemia.
Actualmente, hemos perdido 1.470 donantes en el llamamiento de este año. Claramente, el aplazamiento del proceso en las bancas es el principal culpable.
Si usted puede contribuir en la undécima hora de la apelación de 2021, sepa que todos y cada uno de sus donativos serán una bendición. Ya sea que pueda aprovechar la oportunidad a través del proceso en persona, en las bancas el sábado y domingo 28 y 29 de agosto, por correo o donando en línea, tenga la seguridad de que apoyará a la misión de la Diócesis de Jackson de servir a los demás, a inspirar a los discípulos y abrazar la diversidad.
La hermana Thea Bowman estaría muy orgullosa de contemplar cada pequeña luz brillando juntas para convertirse en un faro de esperanza para todos los necesitados y para la gloria de Dios.

Eucharist sustains on path of life

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
On the 25th anniversary of his election as the Successor of Peter, and early in the new millennium St. John Paul II on April 17, 2003 bestowed upon the church the Encyclical Letter, Ecclesia de Eucharistia. On this day, the church throughout the world was celebrating Holy Thursday, the beginning of the Paschal Triduum, the institution of the Eucharist, and the foundation for the sacrament of Holy Orders. Instituted at the Last Supper and fulfilled in the death and resurrection of the Lord on Easter morning, “the Eucharist stands at the center of the church’s life” from the beginning.
In this document St. John Paul ardently expressed his hopes and dreams for all of the Lord’s disciples in the Catholic Church throughout the world. “I would like to rekindle this Eucharistic ‘amazement’ by the present Encyclical Letter, in continuity with the Jubilee Year in 2000. To contemplate the face of Christ and to contemplate it with Mary, is the “programme” which I have set before the church at the dawn of the new millennium, summoning her to put out into the deep on the sea of history with the enthusiasm of the new evangelization. To contemplate Christ involves being able to recognize him wherever he manifests himself, in his many forms of presence, but above all in the living sacrament of his body and blood. The church draws her life from Christ in the Eucharist; by him she is fed and by him she is enlightened. The Eucharist is both a mystery of faith and a mystery of light.”

Bishop Joseph R. Kopacz

We recall that in 2002 St. John Paul instituted the Luminous Mysteries of the Rosary that begin with Jesus’ Baptism in the Jordan, and continue with the Wedding at Cana, the Proclamation of the Kingdom, the Transfiguration, and culminate with the Eucharist, “the source and summit of the Christian life” the iconic statement from Lumen Gentium, the document on the church from the Second Vatican Council.
The Holy Sacrifice of the Mass is a boundless fountain of new life where each generation of the faithful is called to be renewed in Eucharistic “amazement,” from the Successor of Peter in Rome to communities of faith on all points of the compass in the universal church. In recent months, the raucous rhetoric surrounding the prospective document on the Eucharist from the United States Catholic Conference of Bishops has misrepresented the goal of the Conference’s strategic plan for renewal in the church in the spirit of St. John Paul’s Apostolic Letter, Ecclesia de Eucharistia. The following is an overview of a deliberative process that was well underway independent of any political distortion.
“The 2021-24 USCCB Strategic Plan will guide the Conference during the uniquely challenging times we face as a church and nation. The theme chosen for the 2021-2024 USCCB strategic plan, “Created Anew by the Body and Blood of Christ: Source of Our Healing and Hope” emerged as the result of listening sessions with Bishops, the National Advisory Council and USCCB senior staff who were asked to reflect on the challenges and opportunities facing the church in the four years ahead. The need for healing and renewal through a reinvigorated focus on the Blessed Sacrament emerged as the theme most commonly discussed and embraced among the groups; as such, it naturally evolved and was adopted as the theme of the 2021-24 USCCB strategic plan that will guide the Conference over the next four years.”
Moreover, the dispersion of the faithful brought about by the pandemic gives even greater impetus to the wisdom of the strategic plan. The extensive dialogue among the bishops at the recent June meeting appears to have righted the ship and the forthcoming document on the Eucharist will align with the strategic plan for 2021-2024.
Worthiness to receive the Body and Blood of the Lord, or being in the state of grace, has been part of the church’s tradition from the beginning as we read in the words of St. Paul. “Therefore whoever eats the bread or drinks the cup unworthily will have to answer for the body and blood of the Lord. A person should examine himself and so eat the bread and drink the cup. For everyone who eats and drinks without discerning the body, eats and drinks judgment on themselves.” (1Corinthians 11:27-29)
Obviously, worthiness is a critical element that cannot be dodged because sin and scandal weaken the Body of Christ and compromise the church’s mission in this world. Worthiness and the essential call of the Lord to repentance and conversion are ever ancient and ever new, will be integral in the impending document. For sure, there is a rightful time and place for disciplinary action in the life of the church in every generation, but this publication of the Bishops’ Conference does not have the authority to address personal situations. This is the realm of a particular pastor or bishop.
Coming soon in a church near you, we will have the opportunity this summer to hear, contemplate and celebrate for several weeks the Bread of Life discourse of Jesus from the sixth chapter of the Gospel of John. In the words of St. John Paul II may the proclamation of these gospel passages, our Lord’s own words, be a source of Eucharistic “amazement” spiritual food to sustain us on the path of life, and the pledge of eternal life.

Obispo Joseph R. Kopacz

Obispo

El Oficio del Obispo es el símbolo de unidad en la Iglesia Católica. Un obispo es nombrado por el Papa y dirige una región geográfica de la iglesia llamada diócesis. Él guía a la diócesis en asuntos espirituales mientras también se desempeña como líder ejecutivo y judicial de la iglesia a nivel local. Los obispos están directamente en línea con los apóstoles a través de la sucesión apostólica.

La Diócesis de Jackson ha tenido 11 obispos desde su establecimiento en 1837 por el Papa Gregorio XVI.

Obispo Joseph R. Kopacz.

Obispo Joseph R. Kopacz

El obispo Joseph R. Kopacz fue ordenado e instalado como el undécimo obispo de Jackson el 6 de febrero de 2014. El nombramiento oficial del Papa Francisco se anunció en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, 12 de diciembre, en 2013 por el arzobispo Carlo Maria Viganò. Más de 25 obispos y abades participaron en la liturgia de ordenación ante una multitud de pie en la Catedral de San Pedro Apóstol.

El obispo Joseph R. Kopacz nació en Dunmore, Pennsylvania el 16 de septiembre de 1950, hijo del fallecido Stanley y Carmella Mary Calomino Kopacz.

El obispo Kopacz asistió a la escuela primaria St. Anthony’s, Dunmore y se graduó de Dunmore Central Catholic en 1968. Después de graduarse, asistió al seminario St. Pius X. Dalton y estudió en la Universidad de Scranton, recibiendo una licenciatura en Historia en 1972. Luego ingresó al Seminario Christ the King, East Aurora, Nueva York, donde recibió una Maestría en Teología. Fue ordenado diaconado el 23 de abril de 1976 por el Reverendísimo J. Carroll McCormick y fue ordenado sacerdote el 7 de mayo de 1977 también por el obispo McCormick.

La primera asignación sacerdotal del obispo Kopacz fue como pastor asistente en Our Lady of Peace, Brodheadsville. Luego se desempeñó como pastor asistente en la Iglesia de la Epifanía, Sayre y St. Mary’s, Swoyersville, hasta su primera designación de administrador en St. Patrick’s, Nicholson en julio de 1986, donde sirvió hasta septiembre de 1989 cuando fue designado para su primer pastorado en St. Michael’s, Jessup. Más tarde fue nombrado pastor de dos iglesias adicionales en Jessup, St. James y St. Stanislaus Kostka, durante una reestructuración parroquial. En junio de 1995, fue nombrado párroco en la parroquia Nativity of Our Lord en Scranton y sirvió en esa capacidad hasta que fue nombrado por el obispo James C. Timlin como Vicario de Sacerdotes y director de Formación en el Seminario St. Pius X. en julio de 1998.  En el 2000, el Padre Kopacz obtuvo un Doctorado en Desarrollo Humano de la Universidad de Marywood.

Luego fue nombrado párroco de los Sagrados Corazones de Jesús y María, Scranton en julio de 2002. En febrero de 2005 fue nombrado Vicario General de la Diócesis de Scranton, mientras continuaba sirviendo como Vicario de Sacerdotes y párroco de Sagrados Corazones hasta julio. 2006. Luego fue designado para servir como Pastor de St. Mary of the Mount, Mount Pocono mientras continuaba sirviendo como Vicario General, cargo que ocupó hasta agosto de 2009. En ese momento, fue designado para servir como Pastor de St Ann, Tobyhanna y en julio de 2010 también asumió las tareas pastorales de Santa Bernardita, Canadensis. Tras un proceso de planificación pastoral parroquial, estas tres iglesias – Santa María del Monte, Santa Ana y Santa Bernadette – se consolidaron para formar la Parroquia de la Santísima Trinidad. Actualmente, la parroquia está explorando su potencial para construir una nueva Iglesia.

Durante sus años de ministerio pastoral, el padre Kopacz también se desempeñó en una variedad de puestos diocesanos, incluido el de Presidente de la Junta de Educación de las Escuelas Católicas, Fideicomisario de St. Michael’s, defensor del Tribunal, miembro del Consejo Diocesano de Finanzas, Director de Educación Continua para Sacerdotes, miembro de la facultad y Director de Formación en el Seminario St. Pius X., miembro del Colegio de Consultores y Consejo Presbiteral, Director del Ministerio del Campus, Decano de Estudios y Director de Educación Especial en Keystone College, Capellán de la Generación Sullivan del Concejo de Boy Scouts of America, Capellán de la Escuela Primaria Msgr. McHugh, Cresco, y Coordinador del Ministerio Hispano del Condado de Monroe.

Es el segundo de tres hijos, junto a su hermano, Robert y su hermana Mary Ellen Negri.

CONTACTO

Karen Brown

Asistente administrativa del obispo 601.969.1880

Corpus Christi: Nos reunimos de nuevo por hambre de Eucaristía y Palabra de Dios

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Profundamente arraigada en nuestra tradición de fe, en la fiesta de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, nos reunimos alrededor del Altar del Sacrificio, como lo hicieron Moisés y los israelitas al pie del monte Sinaí, para renovar y celebrar nuestra Alianza, iniciada en el Bautismo, sellada con la sangre de la Cruz y confirmada en la Resurrección.
Los israelitas salieron de la esclavitud en Egipto a un lugar de libertad en el desierto, para reunirse como Pueblo de Dios.
Nos estamos reuniendo de nuevo como el Cuerpo de Cristo, en mayor número después de un año de ser esparcidos, no por la opresión de un cruel Faraón, sino por una pandemia castigadora.
Mirando mucho más atrás en nuestra tradición de fe, nos parecemos a Noé y su familia, con todas las criaturas de Dios incluidas, que estaban confinadas en su hogar flotante, hasta el día en que pudieran poner un pie en la tierra y ofrecer sacrificios a Dios.

Obispo Joseph R. Kopacz

Así también, nosotros ponemos un pie en nuestras iglesias de toda la diócesis de una manera más ordinaria para ofrecer sacrificio al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En la solemnidad más adecuada, aparte del Domingo de Resurrección, en la Solemnidad del Corpus Christi se levantó la dispensa de la obligación dominical, debidamente en su lugar durante más de un año, para que nuestros fieles católicos, el Cuerpo de Cristo, pudieran celebrar de nuevo el acto de más sublime de culto: la Santa Misa.
Me han inspirado todos los que se han reunido este pasado año por hambre de la Palabra de Dios y del sacramento de la Eucaristía y todos los que han tenido un hambre profunda de estar físicamente presentes en la iglesia. Este anhelo se está cumpliendo, cada vez más, a medida que la pandemia retrocede. Para aquellos que continúan separados debido a problemas de salud, es posible que las circunstancias les permitan regresar a casa, más temprano que tarde.
En encuestas nacionales realizadas durante el año pasado, muchos expresaron que la pandemia, en medio del sufrimiento, la muerte y las privaciones, había fortalecido su fe en Dios y su vida espiritual. Los crisoles suelen hacer esto. Este crecimiento podría indicar una amplia gama de desarrollo personal, pero para nosotros como católicos, las señales externas de que nuestra fe en Jesucristo ha crecido son tangibles.
Son el hambre de estar en comunión con él en el sacramento de su Cuerpo y Sangre, el hambre de ser parte viva del Cuerpo de Cristo, la comunidad reunida, y el hambre y la sed que tenemos de justicia y reconciliación en nuestras relaciones, comenzando en casa y llegando a todos en nuestras vidas y en nuestro mundo.
El Papa Francisco continuamente aboga por un sentido más profundo de fraternidad en nuestro mundo que complemente la libertad y la igualdad. Su pasión por una mayor unidad y solidaridad entre los pueblos y las naciones surge de la fuente y cumbre de nuestra identidad católica, el santo sacrificio de la Misa.
El precioso cuerpo y la sangre del Señor es nuestro salvavidas en la fe. Cada día la Palabra de Dios resuena de acuerdo en toda la iglesia mundial, una luz en las tinieblas. El crucificado y resucitado es la luz del mundo, el pan de vida, el camino y la verdad. Su vida derramada por nosotros es alimento para el viaje y prenda de la vida eterna.
Qué precioso regalo y misterio celebramos en su amor eterno por nosotros. Cuán bendecidos somos cada vez que nos reunimos para la Eucaristía, profesando nuestra fe en que hacemos esto en memoria de Aquel que está con nosotros siempre hasta el fin de los tiempos y por toda la eternidad.
En el monte Tabor, la montaña de la Transfiguración, Pedro espetó, incrédulo de pura alegría: “Señor, es bueno para nosotros estar aquí”. (Mateo 17: 4) Estamos de acuerdo en que es bueno para nosotros estar de regreso en la iglesia en nuestros lugares sagrados donde podemos ver y celebrar la gloria de Dios que brilla en el rostro de Jesucristo, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, y durante todo el año. ¡Aleluya!

Our steadfast servant answered the call

(Editor’s note: Below is the homily that Bishop Kopacz delivered at the Mass of Christian Burial for Bishop Joseph N. Latino on June 9, 2021.)
By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
My first encounter with Bishop Latino was at the airport in Jackson when I arrived the night before I was announced as the 11th Bishop of Jackson on Dec. 12, 2013. He was there to welcome me. He had a very broad smile knowing that his successor was real and had arrived. His gracious and welcoming spirit remained constant over these past seven and a half years in many ways. There were some light moments even before arriving. Some mistook his middle name, Nunzio, for Nuncio, and they thought I was following the Apostolic Delegate. Others observed that my facility with the Spanish language will serve me well because I was replacing a Latino. Oh well.
Ut Unum Sint – That all may be one

Bishop Joseph R. Kopacz


The unity that Bishop Latino’s episcopal motto proclaimed is at the center of the great priestly prayer of Jesus at the Last Supper in John’s Gospel. This prayer has its source and summit in the unity that Jesus Christ has with the Father and the Holy Spirit, a mystery woven throughout the Gospel of John that so inspired Bishop Latino as seen in his Gospel selection for today’s Mass. The Gospel of John begins sublimely: “In the beginning was the Word and the Word was with God and the Word was God.”
In the middle of the Gospel at the Last Supper the washing of the feet commences with the bold assertion that “Jesus knowing that the Father had given all things into his hands, and that he had come from God and was going to God, rose from his supper, laid aside his garments, and tied a towel around himself.”
Toward the end of the Gospel on the night of the resurrection Jesus breathed into his apostles the gift of the Holy Spirit, after embracing them in peace and saying to them, “as the Father has sent me so I send you.” His apostles, anointed in the Holy Spirit and consecrated in the truth for mission, were sent to preach the Gospel as a living body, in all of their diversity. They were one!
In his Episcopal motto and in his choice of the Gospel for today’s funeral liturgy, we find the core of Bishop Latino’s vocation to the priesthood culminating in his consecration as the 10th Bishop of Jackson.
Today’s Gospel passage is under the heading “The authority of the Son of God.” “Truly, truly, I say to you, he who hears my word and believes him who sent me, has eternal life … For as the Father has life in himself, so he has granted the Son also to have life in himself.”
There is no doubt that Bishop Latino lived his priestly vocation with a deep sense of the Lord’s call and authority over his life. Throughout his 58 years and two days in the priesthood of Jesus Christ he served with the heart of the Good Shepherd, to build up his body, the church, for the salvation of all, with that graciousness we heard at the end of the passage from Thessalonians: “Encourage one another, and build one another up.”
Like the prophet Jeremiah he felt the Lord’s call to the priesthood from his youth. Like Jeremiah, there were daunting challenges as one can expect when coming forward to serve the Lord as the Book of Sirach soberly states, but once Bishop Latino put his hand to the plow he did not look back.
He was ordained in 1963 in the middle of the Second Vatican Council. Just when he thought he had all the answers after 12 years of seminary formation, in a matter of two or three years, the church and the world changed most of the questions. Obviously, he dug deeper and in the words of Sirach he set his heart and remained steadfast, by the grace of God.
Forty years later, after steadfastly serving in the Archdiocese of New Orleans and in the Diocese of Houma-Thibodaux as vicar general and pastor of the Cathedral for many years, he was anticipating downsizing in his priestly duties, so to speak, like maybe a smaller parish. Oh well!
The phone rang; he took the call, and answered the call, and once again he set his heart right and remained steadfast, and moved north to become the 10th Bishop of this amazing diocese.
Bishop Latino had come forward to serve the Lord early in life, and steadfastness endured as a defining virtue of his character and his priesthood, a mindset that motivated him to work in the Lord’s vineyard in a variety of pastoral ministries, to achieve that unity for which the Lord Jesus prayed and laid down his life. Over his ten years as Bishop of Jackson, the Lord brought forth new growth, fruit that lasts to this present moment. Of course, in his unassuming matter he might say, I just stayed out of God’s way.
St. Pope John Paul II on the occasion of his 50th anniversary of ordination wrote a reflection on his priesthood entitled, Gift and Mystery. In chapter seven, he asks: Who is the Priest? What does it mean to be a priest?
He recalled the words of St. Paul. “This is how one should regard us, as servants of Christ, and stewards of the mysteries of God. Now it is required of stewards that they should be found trustworthy.” (1Cor. 4:1-2)
We give joyful thanks for Bishop Latino’s trustworthy service for nearly six decades, for years in the fullness of his strength and as time passed accepting the changes in his health that humbled him, in the words of Sirach, our first reading.
In his retirement, at times, he grieved the physical limitations that prevented him from serving more actively in the diocese, but at the foot of the Cross his ministry of prayer and presence was a treasure for us. His early monastic formation served him well in his later years. Through it all he trusted in the Lord who called him from his youth, and in holy fear, grew old in God.
My final encounter with Bishop Latino was sitting at his bedside within hours of his death, softly saying the rosary and praying the Night Prayer, as he slowly passed from this world to the next. I spoke the words that he no longer could.
Now, Master, you let your servant go in peace. You have fulfilled your promise.
My own eyes have seen your salvation, which you have prepared in the sight of all peoples.
A light to all the nations; the glory of your people Israel.
This is the cornerstone of Night Prayer that all priests offer at day’s end, reminding us of who is the master, and whose glory is at work.
I trust that as Bishop Latino’s body wasted away, his inner self was being renewed every day, in the words of St. Paul. What is seen is transitory, what is unseen is eternal.
Eternal rest grant unto him, O Lord, and let perpetual life shine upon. May he rest in peace. Amen.
May his soul and the souls of all the faithful departed rest in peace. Amen.

Nuestro serviente inquebrantable respondió al llamado

(Nota del editor: A continuación, se muestra la homilía que el obispo Kopacz pronunció en la Misa de Entierro Cristiano del obispo Joseph N. Latino el 9 de junio de 2021.)
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Mi primer encuentro con obispo Latino fue cuando llegué al aeropuerto de Jackson, la noche antes de que me anunciaran como el undécimo obispo de Jackson, el 12 de diciembre de 2013. Él estaba allí para darme la bienvenida. Tenía una sonrisa muy amplia al saber que su sucesor era real y que ya había llegado. Su espíritu amable y acogedor se mantuvo constante durante estos últimos siete años y medio de muchas maneras. Hubo algunos momentos clarificadores incluso antes de yo llegar aquí. Algunos confundieron su segundo nombre, Nunzio, con Nuncio, y pensaron que yo estaba sustituyendo al delegado Apostólico. Otros observaron que mi facilidad con el idioma español me serviría bien porque estaba reemplazando a un Latino. ¡Oh bien!, pensando que él, en realidad descendiente de italianos, era Latinoaméricano.
Ut Unum Sint – Que todos sean uno

Obispo Joseph R. Kopacz

La unidad que proclama el lema episcopal de obispo Latino está en el centro de la gran oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena en el Evangelio de Juan. Esta oración tiene su fuente y cumbre en la unidad que Jesucristo tiene con el Padre y el Espíritu Santo, un misterio tejido a lo largo del Evangelio de Juan que inspiró tanto a Obispo Latino y que fue su selección del Evangelio para la Misa de hoy.
El Evangelio de Juan comienza sublimemente: “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.“ En medio del Evangelio en la Última Cena, en el lavado de los pies comienza con la audaz afirmación de que “Jesús sabía que había venido de Dios, que iba a volver a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad; así que, mientras estaban cenando, se levantó de la mesa, se quitó la capa y se ató una toalla a la cintura. …”
Hacia el final del Evangelio, en la noche de la resurrección, Jesús insufló a sus apóstoles el don del Espíritu Santo, después de abrazarlos en paz y decirles: “como el Padre me envió a mí, así también yo os envío.” Sus apóstoles, ungidos en el Espíritu Santo y consagrados en la verdad para la misión, fueron enviados a predicar el Evangelio como cuerpo vivo, en toda su diversidad. ¡Eran uno! En su lema episcopal y en su elección del Evangelio para la liturgia fúnebre de hoy, encontramos que el núcleo de la vocación del obispo Latino al sacerdocio culmina con su consagración como el décimo obispo de Jackson. El pasaje del Evangelio de hoy está bajo el título “La autoridad del Hijo de Dios”. “De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene la vida eterna… Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, también le ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo.”
No hay duda que obispo Latino vivió su vocación sacerdotal con un profundo sentido del llamado del Señor y la autoridad sobre su vida. A lo largo de sus 58 años y dos días en el sacerdocio de Jesucristo sirvió con el corazón del Buen Pastor, para edificar su cuerpo, la Iglesia, para la salvación de todos, con esa gracia que escuchamos al final del pasaje de Tesalonicenses: “Anímense unos a otros y edifíquense unos a otros”.
Como el profeta Jeremías, Obispo Latino sintió el llamado del Señor al sacerdocio desde su juventud. Al igual que a Jeremías, hubo desafíos desalentadores, como uno puede esperar al presentarse para servir al Señor y como dice sobriamente el Libro de Eclesiástico, pero una vez que el Obispo Latino puso su mano en el arado, no miró hacia atrás. Fue ordenado sacerdote en 1963 en pleno Concilio Vaticano II. Justo cuando pensaba que tenía todas las respuestas, después de 12 años de formación en el seminario, en cuestión de dos o tres años, la Iglesia y el mundo cambiaron la mayoría de las preguntas. Obviamente, cavó más profundo y en las palabras del Libro de Sirácides (Eclesiástico) puso su corazón y se mantuvo firme, por la gracia de Dios.
Cuarenta años más tarde, después de servir firmemente en la Arquidiócesis de Nueva Orleans y en la Diócesis de Houma-Thibodaux como vicario general y pastor de la Catedral durante muchos años, estaba anticipando una reducción en sus deberes sacerdotales, por así decirlo, como tal vez ir a una parroquia pequeña. ¡Oh bien! El teléfono sonó; aceptó la llamada y respondió a la llamada. Una vez más enderezó su corazón y se mantuvo firme, y se mudó al norte para convertirse en el décimo obispo de esta asombrosa diócesis.
El obispo Latino se había presentado para servir al Señor en una temprana edad, y la firmeza perduró como una virtud definitoria de su carácter y su sacerdocio, una mentalidad que lo motivó a trabajar en la viña del Señor en una variedad de ministerios pastorales, para lograr esa unidad para que el Señor Jesús oró y dio su vida.
Durante sus diez años como obispo de Jackson, el Señor produjo un nuevo crecimiento, fruto que perdura hasta el presente. Por supuesto, sin pretensiones, en sus palabras se podría decir, “simplemente me puse a su voluntad, fuera del camino de Dios.”
San Juan Pablo II, con motivo de su 50 aniversario de ordenación, escribió una reflexión sobre su sacerdocio titulada Don y Misterio. En el capítulo siete, pregunta: ¿Quién es el sacerdote? ¿Qué significa ser sacerdote? Recordó las palabras de San Pablo. “Así es como deben considerarnos, como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora se requiere que los mayordomos sean considerados dignos de confianza.” (1Cor. 4: 1-2)
Agradecemos con gozo el servicio confiable del Obispo Latino durante casi seis décadas, durante años en la plenitud de su fuerza y con el paso del tiempo aceptando los cambios en su salud que lo humillaron, como en nuestra primera lectura, las palabras de Sirácides. En su retiro, por momentos, lamentó las limitaciones físicas que le impedían servir más activamente en la diócesis, pero al pie de la Cruz, su presencia y ministerio de oración eran un tesoro para nosotros. Su temprana formación monástica le sirvió bien en sus últimos años. A pesar de todo, confió en el Señor que lo llamó desde su juventud, y con santo temor, envejeció en Dios.
Mi último encuentro con el Obispo Latino fue sentado junto a su cama pocas horas antes de su muerte, rezando el rosario en voz baja y rezandole la Oración Nocturna, mientras pasaba lentamente de este mundo al siguiente, dije las palabras que él ya no podía:
Ahora, Maestro, deja que tu sirviente se vaya en paz. Has cumplido tu promesa.
Mis propios ojos han visto tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos.
Una luz para todas las naciones;la gloria de tu pueblo Israel.
Esta es la piedra angular de la oración nocturna que todos los sacerdotes ofrecen al final del día, recordándonos quién es el maestro y cuya gloria está en acción. Confío en que a medida que el cuerpo de Obispo Latino se consumía, su yo interior se renovaba todos los días, en las palabras de San Pablo ‘Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno’.
Concédele, oh, Señor, el descanso eterno y deja que brille para él la vida eterna. Ya puede descansar en paz. Amén.
Que su alma y las almas de todos los fieles difuntos descansen en paz. Amén.

Corpus Christi. La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Profundamente arraigada en nuestra tradición de fe, en la fiesta de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, nos reunimos alrededor del Altar del Sacrificio, como lo hicieron Moisés y los israelitas al pie del monte Sinaí, para renovar y celebrar nuestra Alianza, iniciada en el Bautismo, sellada con la sangre de la Cruz y confirmada en la Resurrección.
Los israelitas salieron de la esclavitud de Egipto a un lugar de libertad en el desierto, para reunirse como Pueblo de Dios. Nos estamos reuniendo de nuevo como el Cuerpo de Cristo, en mayor número después de un año de ser esparcidos, no por la opresión de un cruel Faraón, sino por una pandemia castigadora.
Mirando más atrás en nuestra tradición de fe, nos parecemos a Noé y su familia, incluidas todas las criaturas de Dios, que estaban confinadas en su hogar flotante, hasta el día en que pudieran poner un pie en la tierra y ofrecer sacrificios a Dios.
Así también, nosotros ponemos un pie en nuestras iglesias, de toda la diócesis, de una manera más ordinaria para ofrecer sacrificio al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Obispo Joseph R. Kopacz

En la solemnidad más adecuada, aparte del Domingo de Resurrección, en la Solemnidad del Corpus Christi se levantó la dispensa de la obligación dominical, debidamente establecida durante más de un año, para que nuestros fieles católicos, el Cuerpo de Cristo, pudieran celebrar de nuevo el acto de culto sublime, la Santa Misa.
Me han inspirado, en este año pasado, todos los que se han reunido por hambre de la Palabra de Dios y del sacramento de la Eucaristía y todos los que han tenido un hambre profunda de estar físicamente presentes en la iglesia. Cada vez más, este anhelo se está cumpliendo a medida que la pandemia retrocede. Para aquellos que continúan separados debido a problemas de salud, espero que las circunstancias les permitan regresar a casa, más temprano que tarde.
En encuestas nacionales realizadas durante el año pasado, muchos expresaron que la pandemia, en medio del sufrimiento, la muerte y las privaciones, había fortalecido su fe en Dios y su vida espiritual. Los crisoles suelen hacer esto. Este crecimiento podría indicar una amplia gama de desarrollo personal, pero para nosotros como católicos, las señales externas de que nuestra fe en Jesucristo ha crecido son tangibles. Son el hambre de estar en comunión con él en el sacramento de su Cuerpo y Sangre, el hambre de ser parte viva del Cuerpo de Cristo, la comunidad reunida y el hambre y la sed que tenemos de justicia y reconciliación en nuestras relaciones, comenzando en casa y llegando a todos en nuestras vidas y en nuestro mundo.
El Papa Francisco continuamente aboga por un sentido más profundo de fraternidad en nuestro mundo que complemente la libertad y la igualdad. Su pasión por una mayor unidad y solidaridad entre los pueblos y las naciones surge de la fuente y cumbre de nuestra identidad católica, el santo sacrificio de la Misa.
El precioso cuerpo y la sangre del Señor es nuestro salvavidas en la fe. Cada día la Palabra de Dios resuena de acuerdo en toda la iglesia mundial, una luz en las tinieblas. El crucificado y resucitado es la luz del mundo, el pan de vida, el camino y la verdad. Su vida derramada por nosotros es alimento para el viaje y prenda de la vida eterna.
Qué precioso regalo y misterio celebramos en su amor eterno por nosotros. Cuán bendecidos somos cada vez que nos reunimos para la Eucaristía, profesando nuestra fe en que hacemos esto en memoria de Aquel que está con nosotros siempre hasta el fin de los tiempos y por toda la eternidad.
En el monte Tabor, la montaña de la Transfiguración, Pedro espetó, incrédulo de pura alegría: “Señor, ¡qué bien que estemos aquí!”. (Mateo 17: 4)
Estamos de acuerdo en que es bueno para nosotros estar de regreso en la iglesia, en nuestros lugares sagrados, donde podemos ver y celebrar la gloria de Dios que brilla en el rostro de Jesucristo, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, y durante todo el año. ¡Aleluya!