San José, guía en el camino de la vida

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El 8 de diciembre de 2020, el Papa Francisco decretó que el próximo año en el mundo católico se dedicaría como el Año de San José. Totalmente impregnado de la tradición de la Iglesia, el Santo Padre estaba conmemorando el 150 aniversario de la declaración de Pío IX, quien levantó a San José como “Patrón de la Iglesia Católica.”

Obispo Joseph R. Kopacz

A través de los años, el Venerable Pío XII propuso a San José como “Patrón de los Trabajadores,” San Juan Pablo II como “Guardián del Redentor, y es invocado universalmente como el “patrón de una muerte feliz”.
Patris Corde “Con un corazón de padre” es el adorable título que da la carta del Papa Francisco a la Iglesia Católica para el tributo de este año. Profundizando en las Sagradas Escrituras, reflexionando sobre la tradición de la Iglesia y respondiendo a los desafíos y crisis de nuestro tiempo, especialmente a la pandemia mundial, es el deseo del Santo Padre en esta carta de ofrecer un camino hacia adelante a través del lente de la vida de San José.
Los títulos de los capítulos de esta inspiradora carta desarrollan una enseñanza atemporal sobre este hombre extraordinario, el guardián del Redentor. Es un padre amado, un padre tierno y amoroso, un padre obediente, un padre que acepta, un padre creativamente valiente, un padre trabajador y un padre en las sombras (fuera del centro de atención).
Con el mundo todavía tambaleándose por la pandemia, el Papa Francisco enaltece a innumerables mujeres y hombres que sirven a la manera de San José.
“Personas que no aparecen en los titulares de periódicos y revistas, ni en los últimos programas de televisión, pero que en estos mismos días seguramente están dando forma a los hechos decisivos de nuestra historia. Médicos, enfermeras, tenderos y trabajadores de supermercados, personal de limpieza, cuidadores, trabajadores del transporte, hombres y mujeres que trabajan para brindar servicios esenciales y seguridad pública, voluntarios, sacerdotes, religiosos y religiosas, y tantos otros. Todos ellos entendieron que nadie se salva solo… ¿Cuántas personas diariamente ejercitan la paciencia y ofrecen esperanza, cuidando que no se propague el pánico, sino la responsabilidad compartida? ¿Cuántos padres, madres, abuelos y maestros están mostrando a nuestros hijos, en pequeñas formas cotidianas, cómo aceptar y afrontar una crisis ajustando sus rutinas, mirando hacia el futuro y fomentando la práctica de la oración?, ¿Cuántos están orando, haciendo sacrificios e intercediendo por el bien de todos? Cada uno de nosotros puede descubrir en José, el hombre que pasa desapercibido, una presencia cotidiana, discreta y oculta, un intercesor, un apoyo y un guía en tiempos de angustia. San José nos recuerda que quienes aparecen ocultos o en las sombras pueden jugar un papel incomparable en la historia de la salvación. A todos debemos una palabra de reconocimiento y gratitud.”
Podemos decir con certeza que, así como Dios había preparado a María de Nazaret a lo largo de su joven vida para ser la madre virgen del Salvador, así también Dios había preparado a San José para aceptar los acontecimientos inimaginables que se estrellaron sobre él y que habrían abrumado un hombre de menor fe y coraje.
Las sagradas escrituras brindan una ventana a la rica vida interior de su fe, que se registra como una serie de sueños que lo guían a aceptar a María en su hogar como esposa, a huir a Egipto y a finalmente, regresar a Nazaret después de la muerte del rey Herodes. La fe, el coraje, la obediencia, la confianza, la perseverancia, la oración, la compasión, la fidelidad, la castidad son unas en la lista de virtudes, nacidas de la fe en Dios, que podría continuar para describir al padre adoptivo de Jesús.
El cardenal Herbert Vaughan, fundador de los misioneros Josefitas de Mill Hill en Inglaterra de donde surgieron los Josefitas estadounidenses en 1893, ejerció una influencia considerable al Papa Pío IX para declarar en 1870 el patrocinio universal de San José. (Los Josefitas continúan sirviendo como pastores en Holy Family en Natchez.)
El cardenal Vaughan escribió profundamente que San José era un hombre para todos los tiempos y estaciones. “Si trabajas por tu pan; si tienes una familia que mantener; si soportas privaciones y sufrimientos; si su corazón es examinado por juicios en casa; si te asaltan algunas tentaciones inoportunas; si su fe es duramente probada y su esperanza parece perdida en las tinieblas y la desilusión; si todavía tienes que aprender a amar y servir a Jesús y María como debes, José es tu modelo, tu maestro y tu padre.”
Al concluir la “Patris Corde”, el Papa Francisco ofrece la siguiente oración por nuestra edificación y conversión, especialmente en este momento en que anticipamos la Solemnidad de San José el próximo 19 de marzo, justo en el corazón de la Cuaresma.
Salve, guardián del Redentor,
Esposo de la Santísima Virgen María.
A ti Dios confió a su único Hijo;
en ti María puso su confianza;
contigo Cristo se hizo hombre.
Bendito José, también para nosotros,
Muéstrate como padre
y guíanos por el camino de la vida.
Obtén para nosotros gracia, misericordia y valor,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

Fire and ice

Some say the world will end in fire;
Some say in ice.
From what I’ve tasted of desire
I hold with those who favor fire.
But if I had to perish twice,
I think I know enough of hate
To say that for destruction,
Ice is great and will suffice.

– “Fire and Ice” by Robert Frost (American Poet 1874-1963)

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Emerging out of an extraordinary ice storm event we would not disagree with Robert Frost that “for destruction ice is great and will suffice.” We are accustomed to naming hurricanes; can we ascribe a name to the silent merciless grip of ice? Lacking the equipment and materials, most of us in the region were powerless to fight back against the devastation of the storm. This was true city wide and on my neighborhood block.

An eerie silence endured day after day, a silence that is natural on frozen tundra, and in desert environments. The pandemic for nearly a year has restricted; the ice for most of the week prohibited our comings and goings. Those who lost power and/or water suffered doubly, and those who lost their lives payed the ultimate price. In our churches, we went from live streaming in the early stages of the pandemic, to limited congregations in recent memory, and back to live streaming on Ash Wednesday. It’s like the twilight zone. But, is there a way that this weather event can draw us deeper into the Kingdom of God that Jesus proclaimed on the First Sunday of Lent?

He is the Way and the Truth for us who foiled the temptations of the ancient adversary in the desert for forty days. Our season of conversion is now underway and we prayed in last Sunday’s opening oration that “we may grow in understanding of the riches hidden in Christ.”

Back to Frost, who in his poem shifts to the spiritual realm when he links the consuming power of fire with desire burning out of control, and the destructive power of ice with rampant hate. From the Preface of the First Sunday of Lent, the priest proclaimed that Jesus “by overturning all of the snares of the ancient serpent, taught us to cast out the leaven of malice.” This is the destructive hate of a frozen heart and mind, hardened by sin and powerless to move in any direction. But, water is also life-giving, both in the countless ways as we manage our daily activities, and likewise in the realm of the spiritual where we endeavor to follow the Lord faithfully.

In fact, the Perseverance Rover that recently landed on Mars will scour the planet’s surface in the search for traces of water, past or present, as the indicator of life. St. Paul wrote incisively to his congregation in Rome. “We were therefore buried with him through baptism into death in order that, just as Christ was raised from the dead through the glory of the Father, we too may live a new life.” (Romans 6:4)

The waters of Baptism call upon the power of God through faith to give us a new way of seeing, We are not powerless and moribund in the assault of sin and destructive behavior; rather, in the waters of baptism we can be washed clean time and again to see the Lord always beckoning us forward on the path of new life.

Last Sunday’s first reading recalled the events in the time of Noe (Noah) who, quarantined in the arc for more than 40 days, floated upon the waters until they receded. From a floating zoo into the light of day had to be genuine liberation. St. Peter in last Sunday’s second reading reflected upon those whom the arc sheltered from the flood waters. “This prefigures Baptism, which saves you now. It is not a removal of dirt from the body but an appeal to God for a clear conscience through the resurrection of Jesus Christ. (1Pt 3:21)

The first covenant in the Old Testament was an unbreakable bond between God and all of creation, especially humanity, and the rainbow was its forever sign. Throughout Israel’s history the covenant revealed God’s loving faithfulness, (hesed). Abraham and Sarah and their family were given the promise. God formed a people with Moses and the Israelites on Mount Horeb and the Ten Commandments solidified the covenant. The promise came to David that his lineage will never end, and it now comes full circle in the life-giving death and resurrection of the Lord.

The new covenant in his blood is an unbreakable bond that neither fire nor ice, nor a pandemic, are capable of destroying. Through faith and baptism we belong to Jesus Christ and may this Lent be a time when we turn away from sin and embrace the gospel of forgiveness and reconciliation with renewed faith, hope and love.

Hielo y fuego

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.

Algunos dicen que el mundo terminará en fuego;
Algunos dicen en hielo.
Por lo que he probado de deseo
Sostengo con los que favorecen el fuego.
Pero si tuviera que morir dos veces
Creo que sé lo suficiente sobre el odio
Para decir eso por destrucción
El hielo es genial y será suficiente.

– “Fire and Ice” (Hielo y Fuego) de Robert Frost (poeta estadounidense 1874-1963)

Al salir de una tormenta de hielo extraordinaria, no estaríamos en desacuerdo con Robert Frost en que “para la destrucción, el hielo es genial y será suficiente”. Estamos acostumbrados a nombrar a los huracanes; ¿Podemos atribuir un nombre al silencioso y despiadado agarre del hielo? Al carecer del equipo y los materiales, la mayoría de nosotros en la región fuimos impotentes para luchar contra la devastación de la tormenta. Esto fue cierto en toda la ciudad y en la cuadra de mi vecindario.
Un silencio inquietante soportado día tras día, un silencio que es natural en la tundra helada y en los entornos desérticos. La pandemia nos ha restringido durante casi un año; el hielo, durante la mayor parte de la semana, prohibió nuestras idas y venidas. Aquellos que perdieron la energía y / o el agua sufrieron el doble, y los que perdieron la vida pagaron el precio más alto. En nuestras iglesias, pasamos de la transmisión en vivo, en las primeras etapas de la pandemia, a congregaciones limitadas, en la reciente memoria y de nuevo a la transmisión en vivo del Miércoles de Ceniza. Es como la zona del crepúsculo.
Pero ¿hay alguna manera en que este evento meteorológico pueda llevarnos más profundamente al Reino de Dios que Jesús proclamó el primer domingo de Cuaresma?
Él es el Camino y la Verdad para nosotros que frustramos las tentaciones del antiguo adversario en el desierto durante cuarenta días. Nuestra temporada de conversión ya está en marcha y oramos en la oración de apertura del domingo pasado para que “podamos crecer en la comprensión de las riquezas escondidas en Cristo”.
Volvamos a Frost, quien en su poema cambia al reino espiritual cuando vincula el poder consumidor del fuego con el deseo quemando fuera de control y el poder destructivo del hielo con un odio desenfrenado. En el prefacio del primer domingo de Cuaresma, el sacerdote proclama que Jesús “al derribar todos los lazos de la serpiente antigua, nos enseñó a echar fuera la levadura de la malicia”. Este es el odio destructivo de un corazón y una mente congelados, endurecidos por el pecado e impotentes para moverse en cualquier dirección. Pero el agua también da vida, tanto en las innumerables formas en que administramos nuestras actividades diarias, como en el ámbito de lo espiritual, en el que nos esforzamos por seguir al Señor fielmente.
De hecho, el Perseverance Rover (Robot Perseverancia) que aterrizó recientemente en Marte recorrerá la superficie del planeta en busca de rastros de agua, pasados o presentes, como indicador de vida. San Pablo escribió incisivamente a su congregación en Roma. “Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.” (Romanos 6:4)
Las aguas del Bautismo invocan el poder de Dios a través de la fe para darnos una nueva forma de ver. No somos impotentes y moribundos en el asalto del pecado y la conducta destructiva; más bien, en las aguas del bautismo, podemos ser lavados una y otra vez para ver al Señor siempre llamándonos hacia adelante en el camino de la nueva vida.
La primera lectura del domingo pasado recordó los eventos en la época de Noé, quien, en el Arca durante más de 40 días, flotó sobre las aguas hasta que éstas retrocedieron. De un zoológico flotante a la luz del día tuvo que haber una auténtica liberación. San Pedro, en la segunda lectura del domingo pasado, reflexionó sobre aquellos a quienes el Arca protegió de las inundaciones. “Y aquella agua representaba el agua del bautismo, por medio del cual somos ahora salvados. El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia; y nos salva por la resurrección de Jesucristo. (1Pe 3:21)
El primer pacto en el Antiguo Testamento fue un vínculo inquebrantable entre Dios y toda la creación, especialmente la humanidad, y el arco iris fue su signo para siempre. A lo largo de la historia de Israel, el pacto reveló la fidelidad amorosa de Dios, (hesed). Abraham, Sara y su familia recibieron la promesa. Dios formó un pueblo con Moisés y los israelitas en el monte Horeb y los Diez Mandamientos solidificaron el pacto. David recibió la promesa de que su linaje nunca terminará, y ahora se completa el círculo en la muerte vivificante y la resurrección del Señor.
El nuevo pacto en su sangre es un vínculo inquebrantable que ni el fuego, ni el hielo, ni una pandemia son capaces de destruir. A través de la fe y el bautismo, pertenecemos a Jesucristo, y que esta Cuaresma sea un momento en el que nos alejemos del pecado y abracemos el evangelio del perdón y la reconciliación con fe, esperanza y amor renovados.

Unite us to the Lord’s Cross

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
“Reform our lives and believe in the Gospel, remembering that we are dust and unto dust we shall return.” The admonitions with the distribution of ashes are a sobering reminder that this world presents many roadblocks on the path to life. We always hear one or the other as the ashes are placed upon us. Reform or remember!

Bishop Joseph R. Kopacz

Through the years I have often wished that we could combine the options in order to enter more fully into the death and resurrection of the Lord who reveals the wisdom of God in the Cross. Sin, sickness, suffering and death have cast a shadow over the human condition since the fall from grace, but it has been intensified over the past year through the pandemic. Enormous hurt and undying heart have been on display each day. Is this the paradox of the Cross, and an invitation to see with the eyes of faith that every day the Lenten call to pray, to fast, and to give alms drive the efforts of many?

This year’s journey through Lent can immerse us in the paradox of the Cross, and the power of the resurrection, perhaps in a way that we never have known. With St. Paul we proclaim to the world that “the message of the Cross is foolishness to those who are perishing, but to those who are being saved it is the power of God. To those who are called, Jesus Christ is the power of God and the wisdom of God.” (1Cor 1:18ff)

In his message on the world day of prayer for the sick this week for the feast of Our Lady of Lourdes, Pope Francis speaks to the rhythm of dying and rising at the foot of the Cross. “The experience of sickness makes us realize our own vulnerability and our innate need of others. It makes us feel all the more clearly that we are creatures dependent on God. When we are ill, fear and even bewilderment can grip our minds and hearts; we find ourselves powerless … Sickness raises the question of life’s meaning, which we bring before God in faith.”

In his world-wide gaze, Pope Francis repeatedly has called for a more just social order because “the current pandemic has exacerbated inequalities in our healthcare systems and exposed inefficiencies in the care of the sick. Elderly, weak and vulnerable people are not always granted access to care, or in an equitable manner.”

This is the agony of the Cross in our sin and suffering afflicted world. Yet, the Good News of Jesus Christ does not end in hopelessness but in the power of God in the words of our Holy Father.

“The pandemic has also highlighted the dedication and generosity of healthcare personnel, volunteers, support staff, priests, men and women religious, all of whom have helped, treated, comforted and served so many of the sick and their families with professionalism, self-giving, responsibility and love of neighbor. A silent multitude of men and women, they chose not to look the other way but to share the suffering of patients, whom they saw as neighbors and members of our one human family … Such closeness is a precious balm that provides support and consolation to the sick in their suffering. As Christians, we experience that closeness as a sign of the love of Jesus Christ, the Good Samaritan, who draws near with compassion to every man and woman wounded by sin.” This is the living icon of the presence of God in our world, and the view from eternity for all disciples baptized into the death and resurrection of the Lord Jesus.

“Unless the grain of wheat falls to the earth and dies, it remains just a grain of wheat, but if it dies it produces much fruit.” (John 12:24) It is never easy to die to sin and selfishness, but may our prayer, fasting and almsgiving unite us to the Lord’s Cross and resurrection as we allow the Gospel to turn ashes into grains of faith, hope and love during this Lent and always. “The steadfast love of the Lord never ceases; his mercies never come to an end; they are new every morning, great is your faithfulness.” (Lamentations 3:22-23)

Nos una a la Cruz del Señor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
”Conviértete y cree en el Evangelio. Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás.” Las advertencias con la distribución de cenizas son un recordatorio aleccionador de que este mundo presenta muchos obstáculos en el camino hacia la vida. Siempre escuchamos una u otra de estas admoniciones cuando depositan las cenizas sobre nosotros. ¡Reforma o Recuerda!

Obispo Joseph R. Kopacz

A lo largo de los años a menudo he deseado que pudiéramos combinar las opciones para entrar más plenamente en la muerte y resurrección del Señor que revela la sabiduría de Dios en la Cruz. El pecado, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte han ensombrecido la condición humana desde la caída de la gracia, pero se ha intensificado durante el año pasado a través de la pandemia. Cada día ha mostrado un enorme dolor y un corazón imperecedero. ¿Es ésta la paradoja de la Cruz y una invitación a ver con los ojos de la fe el llamado cuaresmal a orar, ayunar y dar limosna, que cada día impulsa el esfuerzo de muchos?
El viaje de este año por la Cuaresma puede sumergirnos en la paradoja de la cruz y el poder de la resurrección, quizás de una manera que nunca habíamos conocido. Con San Pablo proclamamos al mundo que “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a los que van a la perdición; pero este mensaje es poder de Dios para los que vamos a la salvación. Como dice la Escritura:
«Haré que los sabios pierdan su sabiduría y que desaparezca la inteligencia de los inteligentes.»” (1Cor 1:18 en adelante)
En su mensaje sobre la jornada mundial de oración por los enfermos de esta semana por la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, el Papa Francisco habla sobre el ritmo de morir y resucitar al pie de la Cruz. “Con la experiencia de la enfermedad caemos en cuenta de nuestra propia vulnerabilidad y de la innata necesidad de los demás. Nos hace sentir, con mayor claridad, que somos criaturas dependientes de Dios. Cuando estamos enfermos, el miedo e incluso el desconcierto pueden apoderarse de nuestras mentes y corazones; nos encontramos impotentes … La enfermedad plantea la cuestión del sentido de la vida, que presentamos ante Dios con fe.”
En su mirada mundial, el Papa Francisco ha pedido repetidamente un orden social más justo porque “la pandemia actual ha exacerbado las desigualdades en nuestros sistemas de salud y ha puesto de manifiesto las ineficiencias en la atención a los enfermos. Las personas de edad avanzada, débiles y vulnerables no siempre tienen acceso a la atención de salud de manera equitativa.”
Esta es la agonía de la Cruz en nuestro mundo afligido por el pecado y el sufrimiento. Sin embargo, la Buena Nueva de Jesucristo no termina en la desesperanza sino en el poder de Dios en las palabras de nuestro Santo Padre.
“La pandemia también ha destacado la dedicación y generosidad del personal de salud, voluntarios, personal de apoyo, sacerdotes, religiosos y religiosas, todos los cuales han tratado, ayudado, consolado y servido a muchos de los enfermos y sus familias con profesionalismo, dedicación, responsabilidad y amor al prójimo sin egoísmo. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres, optaron por no mirar hacia otro lado, sino, por compartir el sufrimiento de los pacientes, a quienes veían como vecinos y miembros de nuestra única familia humana … Tal cercanía es un bálsamo precioso que brinda apoyo y consuelo al enfermo en su sufrimiento. Como cristianos, experimentamos esa cercanía como signo del amor de Jesucristo, el Buen Samaritano, que se acerca con compasión a todo hombre y mujer heridos por el pecado.”
Este es el icono viviente de la presencia de Dios en nuestro mundo, y la visión desde la eternidad de todos los discípulos bautizados en la muerte y resurrección del Señor Jesús.
“Les aseguro que, si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha.“ (Juan 12:24) Nunca es fácil morir al pecado y al egoísmo, pero que nuestra oración, ayuno y limosna nos una a la Cruz del Señor y a la resurrección mientras permitimos que el Evangelio convierta las cenizas en granos de fe, esperanza y amor durante esta Cuaresma y siempre. “El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad!” (Lamentaciones 3:22-23)

Witnesses on behalf of life

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
On this past Sunday of the Word of God, the third Sunday in Ordinary time each year, we heard the summons of the Lord Jesus to his first disciples, Peter and Andrew, James and John, a call that is ever ancient and ever new. “The Kingdom of Heaven is at hand; reform your lives and believe in the Gospel.” (Mark 1:14-20) Events unfold rapidly in the Gospel of Mark.
In the space of half of the first chapter, the reader is blessed to know that the Good News is about Jesus Christ, the Son of God, who is then baptized, tempted in the desert, and propelled into daily life announcing the Kingdom of God. This Good News is revealed at the Lord’s baptism when the voice from heaven lovingly proclaims, “you are my beloved Son in whom I am well pleased.”

Bishop Joseph R. Kopacz

Reforming one’s life is about hearing the Lord, following him along the path of life, turning away from sin, and allowing him to transform our hearts and minds. This is the work of lifetime, but the call to holiness of life is daily.
The heart of the Good News is that we embrace our own identity as beloved daughters and sons of God, the crown of creation, made in the image and likeness of our creator. “If God is for us, who or what can be against us,” as St. Paul who was grasped by Christ, boldly writes. (Romans 8:31)
As the church began to grow and spread throughout the ancient world, the early Christians, in the face of martyrdom, but with minds and hearts transformed, witnessed to an astounding new way of living. Indeed, they preached the Good News to the poor, fed the hungry, welcomed the stranger, cared for the sick and the dying, buried the dead, shunned violence, and rejected the Roman customs of infanticide and abortion. While worshipping the Lord who called them from darkness into his marvelous light, they also witnessed to a profound respect for life that grew organically form faith in their crucified and risen Lord.
In every generation then, the disciples of the Lord, the church, proclaim this Good News of salvation, the gift for time and eternity. Against the backdrop of so many violent protests throughout 2020, culminating with the protest that morphed into the disgraceful assault on the hallowed halls of government, today, January 29, marks the anniversary of the March for Life. Faithful pilgrims on behalf of life have marched peacefully for nearly five decades, 100s of thousands each year. Thank you, Pro-Life activists, for your witness on behalf of life, and these days, for your witness to the integrity of the first amendment of our constitution, upholding the right to assemble peacefully. America, please take notice on both counts. In conclusion, the 2021 statement for the March for Life to be held virtually, portrays a profound and comprehensive respect for life.
“The protection of all of those who participate in the annual March, as well as the many law enforcement personnel and others who work tirelessly each year to ensure a safe and peaceful event, is a top priority of the March for Life. In light of the fact that we are in the midst of a pandemic which may be peaking, and in view of the heightened pressures that law enforcement officers and others are currently facing in and around the Capitol, this year’s March for Life will look different. The annual rally will take place virtually and we are asking all participants to stay home and to join the March virtually. We will invite a small group of pro-life leaders from across the country to march in Washington, DC this year. These leaders will represent pro-life Americans everywhere who, each in their own unique ways, work to make abortion unthinkable and build a culture where every human life is valued and protected. We are profoundly grateful for the countless women, men, and families who sacrifice to come out in such great numbers each year as a witness for life – and we look forward to being together in person next year. As for this year’s march, we look forward to being with you virtually. “The Kingdom of Heaven is at hand, repent and believe in the Gospel.”

Testigos en nombre de la vida

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Este último domingo de la Palabra de Dios, el tercero del tiempo ordinario de cada año, escuchamos la llamada del Señor Jesús a sus primeros discípulos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, una llamada que es siempre antigua y siempre nueva. “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.” (Marcos 1:14-20). En el Evangelio de Marcos los eventos se desarrollan rápidamente.
En el espacio de la mitad del primer capítulo, el lector tiene la bendición de saber que la Buena Nueva se trata de Jesucristo, el Hijo de Dios, que luego fue bautizado, tentado en el desierto y lanzado a la vida diaria, siempre anunciando el Reino de Dios. Esta Buena Nueva se revela en el bautismo del Señor cuando la voz del cielo proclama amorosamente: “Tú eres mi Hijo amado en quien tengo complacencia”.
Reformar la vida se trata de escuchar al Señor, seguirlo por el camino de la vida, apartarnos del pecado y permitirle que transforme nuestros corazones y mentes. Este es el trabajo de toda una vida, pero el llamado a la santidad de la vida es diario.

Obispo Joseph R. Kopacz

El corazón de la Buena Nueva es que aceptamos nuestra propia identidad como hijas e hijos amados de Dios, la corona de la creación, hecha a imagen y semejanza de nuestro creador tal como San Pablo, a quien Cristo tomó, escribe con valentía, “¿Qué más podremos decir? ¡Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros!“ (Romanos 8:31)
A medida que la iglesia comenzó a crecer y extenderse por todo el mundo antiguo, los primeros cristianos, enfrentados al martirio, pero con mentes y corazones transformados, fueron testigos de una nueva forma asombrosa de vida. De hecho, predicaron la Buena Nueva a los pobres, alimentaron a los hambrientos, dieron la bienvenida al extranjero, cuidaron a los enfermos y moribundos, enterraron a los muertos, evitaron la violencia y rechazaron las costumbres romanas del infanticidio y el aborto. Mientras adoraban al Señor que los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa, también fueron testigos de un profundo respeto por la vida que creció orgánicamente a partir de la fe en su Señor crucificado y resucitado.
En cada generación, entonces, los discípulos del Señor, la iglesia, proclaman esta Buena Nueva de salvación, el don para el tiempo y la eternidad. En el contexto de tantas protestas violentas a lo largo de 2020, que culminaron con la protesta que se transformó en el vergonzoso asalto a los sagrados pasillos del gobierno, hoy 29 de enero se conmemora el aniversario de la Marcha por la Vida. Los peregrinos fieles en nombre de la vida han marchado pacíficamente durante casi cinco décadas, cientos de miles cada año. Gracias, activistas provida, por su testimonio en nombre de la vida y, en estos días, por su testimonio de la integridad de la primera enmienda de nuestra constitución, que defiende el derecho a reunirse pacíficamente. América, toma nota de ambos aspectos. En conclusión, la declaración de 2021 de la Marcha por la Vida que se realizará virtualmente refleja un profundo y completo respeto por la vida:
“La protección de todos los que participan en la Marcha anual, así como de los muchos miembros del personal de las fuerzas del orden público y otras personas que trabajan incansablemente cada año para garantizar un evento seguro y pacífico, es una de las principales prioridades de la Marcha por la Vida. A la luz del hecho de que estamos en medio de una pandemia que puede estar llegando a su punto máximo, y en vista de las mayores presiones que los agentes del orden y otras personas enfrentan actualmente en el Capitolio y sus alrededores, la Marcha por la Vida de este año se verá diferente. El mitin anual se llevará a cabo virtualmente y pedimos a todos los participantes que se queden en casa y se unan a la Marcha virtualmente. Invitaremos a un pequeño grupo de líderes provida de todo el país a marchar en Washington, DC este año. Estos líderes representarán a los estadounidenses provida en todas partes que, cada uno a su manera única, trabajan para hacer impensable el aborto y construir una cultura donde cada vida humana sea valorada y protegida. Estamos profundamente agradecidos por las innumerables mujeres, hombres y familias que se sacrifican para salir en tan gran número cada año como testigos de por vida, y esperamos estar juntos en persona el próximo año. En cuanto a la marcha de este año, esperamos estar con ustedes virtualmente. “El Reino de los Cielos está cerca, arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

Full immersion as beloved children of God

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Emerging from the Christmas season we hope and pray that we are blessed in spirit in the knowledge that our faith in the Son of God “conquers the world” as we proclaimed in the scriptures on the feast of the Baptism of the Lord.

This metanoia is so much more than any and all new year’s resolutions that too often fold and crumple like discarded wrapping paper. Rather, it is a renewed perspective alive in the Spirit of God who hovers, enlightening our minds, hearts and imaginations in the awareness that we are God’s children now, beloved in a way that surpasses all understanding.

On that first Christmas night, the heavens were opened with the chorus of angels singing, “glory to God in the highest.” Years later they were torn asunder at the Baptism in the Jordan River by the voice of the God of eternal glory, revealing that this Jesus of Nazareth is the Christ of history and the beloved Son of the Father, the Word made flesh. “You are my beloved Son; on you my favor rests.”

Bishop Joseph R. Kopacz

In this time of raging pandemic, appalling civil strife and violence, and seemingly intractable rancor and division, where do we find the light and the power to live a life worthy of our calling as God’s children?

Look no further than to the Prologue of St. John’s Gospel, a Christmas day proclamation, which is resplendent with hope in the beloved Son of God, the eternal Word, for our unstable and disturbed times. “In the beginning was the Word, and the Word was with God, and the Word was God. He was in the beginning with God. All things came to be through him, and without him nothing came to be. What came to be through him was life, and this life was the light of the human race. The light shines in the darkness, and the darkness has not overcome it.” John 1:1-5
Even now, the darkness has not overcome this divine life and light. Unfortunately, this vision for our lives can easily be lost in the assault of shadows, darkness and death.

Nonetheless, the Christmas season was a celebration of the light shining in the darkness, inviting us to renew our vision to see that God is with us, Emmanuel. The Incarnation raises us up to heaven’s door, and the Baptism of the Lord speaks of God’s full immersion in all things human, who lays aside his glory and humbly joins us in our sinfulness. Like the Blessed Mother, it behooves us to cherish the gift of faith in the manner she embraced the Christ child in her arms, pondering what this treasure means for our lives.
The mystery of our faith that conquers the world reveals to us that the wood of the manger is never separated from the wood of the Cross. The baptism of Jesus at the Jordan is inseparable from the crucifixion; his immersion in water anticipates his immolation on the Cross. It dawns upon us when we take these things to heart that the entire New Testament was written in the aftermath of the crucifixion and resurrection of the Lord through the overshadowing of the Holy Spirit.

How then does our baptism unite us to the beloved Son of God, the Light that shines in the darkness?
A passage that is often selected from Saint Paul’s letter to the Romans for the celebration of the sacrament of Baptism and at many funeral liturgies unfolds the mystery. “Are you unaware that we who were baptized into Christ Jesus were baptized into his death? We were indeed buried with him through baptism into his death, so that just as Christ was raised from the dead by the glory of the Father, we too might live in newness of life. For if we have grown into union with him through a death like his, we shall also be united with him in the resurrection. We know that our old self was crucified with him so that our sinful body might be done away with, that we might no longer be in slavery to sin.” (Romans 6:3-6)

Forgiveness of sin, growth in the Lord, no longer slaves to sin, fear and hopelessness, and newness of life are essential signs that we are living a life worthy of our calling. It is a humble awareness inspired by the Holy Spirit, cleansed by waters made holy, and blood poured out on the Cross, that we belong ultimately to God.

We are beloved sons and daughters of God grafted onto the living vine, the Body of Christ, the church. The love of Christ impels us to live our baptism, our vocation, our discipleship growing in the power of faith to know that we are God’s beloved children, fully immersed in this world, committed to greater justice and peace for all, and always leaving an opening for eternal life to hover close to our daily preoccupations and decisions.

Inmersión total como hijos amados de Dios

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Al salir de la temporada navideña, esperamos y oramos para que fuéramos bendecidos en el espíritu, al saber que nuestra fe en el Hijo de Dios “conquista el mundo”, tal y como proclamamos en las Escrituras durante la fiesta del Bautismo del Señor.
Esta metanoia, cambio profundo del corazón, es mucho más que todas y cada una de las resoluciones de año nuevo que con demasiada frecuencia se pliegan y arrugan como papel de regalo desechado. Más bien, es una perspectiva renovada viva en el Espíritu de Dios que se cierne, iluminando nuestras mentes, corazones e imaginaciones, al saber que somos hijos de Dios, amados de una manera que sobrepasa todo entendimiento.
En esa primera noche de Navidad, los cielos se abrieron con el coro de ángeles cantando: “Gloria a Dios en las alturas”. Años más tarde los cielos fueron rotos en pedazos, en el Bautismo en el río Jordán, por la voz del Dios de la gloria eterna revelando que este Jesús de Nazaret es el Cristo de la historia y el Hijo amado del Padre, el Verbo hecho carne. “Éste es mi Hijo amado, a quien he elegido.”

Obispo Joseph R. Kopacz

En esta época de furiosa pandemia, espantosas luchas civiles y violencia, rencor y división aparentemente intratables, ¿adónde encontramos la luz y el poder para vivir una vida digna de nuestro llamado como hijos de Dios?
No busque más que el Prólogo del Evangelio de San Juan, una proclamación del día de Navidad, que resplandece de esperanza en el amado Hijo de Dios, la Palabra eterna para nuestros tiempos inestables y perturbadores. “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.” Juan 1:1-5
Incluso ahora, la oscuridad no ha vencido esta vida y luz divinas. Desafortunadamente, esta visión para nuestras vidas puede perderse fácilmente en el asalto de las sombras, la oscuridad y la muerte.
Sin embargo, la temporada navideña fue una celebración de la luz que brilla en la oscuridad, invitándonos a renovar nuestra visión para ver que Dios está con nosotros, Emmanuel. La Encarnación nos eleva a las puertas del cielo, y el Bautismo del Señor habla de la total inmersión de Dios en todas las cosas humanas, dejando a un lado su gloria, humildemente se une a nosotros en nuestra pecaminosidad. Nos corresponde apreciar el don de la fe, como la Santísima Madre, en la forma en la que ella abrazó al niño Jesús, reflexionando sobre lo que este tesoro significa para nuestras vidas.
El misterio de nuestra fe, que conquista el mundo, nos revela que la madera del pesebre nunca se separa de la madera de la Cruz. El bautismo de Jesús en el Jordán es inseparable de la crucifixión; su inmersión en agua anticipa su inmolación en la Cruz. Cuando tomamos estas cosas en serio, nos damos cuenta de que todo el Nuevo Testamento fue escrito después de la crucifixión y resurrección del Señor a través de la sombra del Espíritu Santo.
Entonces, ¿cómo nos une nuestro bautismo al amado Hijo de Dios, la Luz que brilla en las tinieblas?
Un pasaje que a menudo se selecciona de la carta de San Pablo a los Romanos para la celebración del sacramento del Bautismo y en muchas liturgias funerarias revela el misterio. “¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre. Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado.” (Romanos 6:3-6)
El perdón de los pecados, el crecimiento en el Señor, dejar de ser esclavos del pecado, del temor, de la desesperanza y la novedad de vida son señales esenciales de que estamos viviendo una vida digna de nuestro llamado. Es una conciencia humilde inspirada por el Espíritu Santo, purificada por aguas santificadas y la sangre derramada en la Cruz, de que en última instancia pertenecemos a Dios.
Somos hijos e hijas amados de Dios, injertados en la vid viva, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. El amor de Cristo nos impulsa a vivir nuestro bautismo, nuestra vocación, nuestro discipulado, creciendo en el poder de la fe para saber que somos hijos amados de Dios, inmersos de lleno en este mundo, comprometidos con una mayor justicia y paz para todos y siempre dejando un espacio a la vida eterna que revolotea cerca de nuestras preocupaciones y decisiones diarias.

Advent/Christmas 2020

Dear Friends in Christ,

            As we look back to the beginning of the year of the Lord, 2020, no one of us could imagine the storm that was advancing imperceptibly. Pre-pandemic and post pandemic will be the great divide for generations to come. Yet, the rhythms of life, although impacted, do not cease. On the family front, Emil Calomino, Joseph Calomino, and Fiorella Calomino, the last of the greatest generation, died in the Lord and entered eternal life. Each was well into his or her nineties.

In their passing, the torch officially is passed to the baby boomers, the new generation of elders. Because

Bishop Joseph R. Kopacz

of the pandemic, my travels have been restricted, within the diocese and beyond, and not being engaged fully in the ministry is frustrating. Yet, apart from going to the chancery office regularly, I spend more time in my home since March than I ever did for the first six years as Bishop of Jackson. Lo and behold, I am enjoying all of the tasks that a home requires, plus reading, praying, conversations, and of course, zooming from within the walls of mi casa. My dear dog, Amigo, now nearly 14 years old, keeps asking when I am going to return to work full time. He has been a delight in many ways, and although his mobility is diminishing, there is nothing wrong with his mouth nor his appetite.

            I am grateful to all of my coworkers in the vineyard of the Lord in the Diocese of Jackson, ordained and lay, who daily look for creative and meaningful ways to regroup, and to serve in our parishes, ministries and schools during this pandemic. Likewise, behind the scenes, only God knows the heroic efforts our families exert each day to do what has to be done for the children and the elders. At the top of our list, we express our gratitude for the health care workers who serve heroically during this marathon of critical care. They need our prayers, our respect and our common sense with proven precautions. Let us pray for all who have died, and for their loved ones who could not comfort them at their bedsides. For the unemployed and underemployed, may all who can make a difference, endeavor to do so as bridges to hope and a fresh start.

            As Christmas approaches we yearn for what is familiar and comforting. Yet, we are duty-bound in the midst of a rampant pandemic to curtail and/or sacrifice our treasured holy day and holiday traditions for the good of all, loved ones as well as the stranger. The time will come when we will feast together again and cherish one another’s company. Although this is distressing in the moment, each year at this time we proclaim hope and new life because of Jesus, the light shining through a world of shadows and death. In his light we seek comfort for our weary minds and hearts, and the blessings of encouragement and perseverance.

“The Lord is good; his mercy is eternal; his fidelity is from age to age! (Ps 100)