Al mirar hacia atrás al comienzo del año del Señor, 2020, ninguno de nosotros podía imaginarse la tormenta que avanzaba imperceptiblemente. Las pre y post-pandemia serán la gran división para las generaciones venideras. Sin embargo, los ritmos de la vida, aunque impactados, no cesan. En el frente familiar, Emil, Joseph y Fiorella Calomino (última de la Gran Generación) y quienes estaban entrados en sus noventa años, murieron en el Señor y entraron en la vida eterna. Detras de su partida, la antorcha se pasa oficialmente a los Baby Boomers, la nueva generación de ancianos. Debido a la pandemia, mis viajes han sido restringidos, dentro de la diócesis y más allá, y el no estar involucrado completamente en el ministerio es frustrante. Sin embargo, además de ir a la oficina de la cancillería con regularidad, desde marzo, paso más tiempo que nunca en mi casa, por primera vez durante los seis años como obispo de Jackson. He aquí que estoy disfrutando de todas las tareas que requiere un hogar, además de leer, orar, conversar y, por supuesto, hacer Zoom desde dentro de los muros de mi casa. Mi querido perro, Amigo, que ahora tiene casi 14 años, sigue preguntando cuándo voy a volver a trabajar a tiempo completo. Amigo ha sido un deleite en muchos sentidos, y aunque su movilidad está disminuyendo, no hay nada mal en su boca ni en su apetito.
Estoy agradecido de todos mis compañeros de trabajo en la viña del Señor de la Diócesis de Jackson, ordenados y laicos, quienes diariamente buscan formas creativas y significativas de reagruparse y de servir en nuestras parroquias, ministerios y escuelas durante esta pandemia. Del mismo modo, detrás de escena, solo Dios conoce los heroicos esfuerzos que nuestras familias realizan cada día para hacer lo que se debe hacer por los niños y los ancianos. En la parte superior de nuestra lista, expresamos nuestra gratitud por los trabajadores de la salud que sirven heroicamente durante este maratón de cuidados intensivos. Ellos necesitan de nuestras oraciones, respeto y sentido común tomando todas las precauciones. Oremos por todos los que han muerto y por sus seres queridos que no pudieron consolarlos junto a sus lechos. Que todos los que puedan marcar una diferencia se esfuercen para ser puentes hacia la esperanza y un nuevo comienzo de los desempleados y subempleados.
A medida que se acerca la Navidad, anhelamos lo que es familiar y reconfortante. Sin embargo, en medio de una pandemia desenfrenada, tenemos el deber de reducir y / o sacrificar nuestros preciados días sagrados y tradiciones festivas por el bien de todos, seres queridos y extraños. Llegará el momento en que volveremos a festejar juntos y apreciaremos la compañía del otro. Aunque es angustioso este momento, cada año en este tiempo proclamamos esperanza y una nueva vida gracias a Jesús, la luz que brilla a través de un mundo de sombras y muerte. En su luz buscamos consuelo para nuestras mentes y corazones cansados y bendiciones de ánimo y perseverancia.
By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D. “The Spirit and the Bride say, come! The one who inspires faith says, Yes, I am coming soon. Maranatha, come, Lord Jesus!” The Bible ends with these words from the Book of Revelation, or the Apocalypse, expressing the holy longing that we cultivate during this sacred season of Advent leading up to Christmas. These heartfelt words have been the prayer of the church every day for nearly 2000 years, a long stretch of time, for sure. However, we heard from the letter of Peter last Sunday that “for the Lord one day is like a thousand years and a thousand years is like one day.” (2Peter 3:8) Since we are just about to begin the third day following the death and resurrection of Jesus there is no reason why this great mystery and drama of salvation should ever grow old. It remains ever ancient and ever new.
We pray for the grace of the hunger and thirst of St. Augustine during these Advent days. “Late have I loved you, O Beauty ever ancient, ever new, late have I loved you! You were within me, but I was outside, and it was there that I searched for you. In my unloveliness I plunged into the lovely things which you created. You were with me, but I was not with you.” (Confessions) It is a stretch to measure a millennium in our imagination, and it is incomprehensible to grasp eternity, but we can, and we must seize the opportunity that each day offers to rediscover the ancient and new grace of God in its manifold expressions. In the moment, John the Baptist is our guide. Prepare the way of the Lord, are the words of the voice who echoes down the centuries. He, whose pulpit is the doorstep of the desert, clears the way for the eternal Word made Flesh. This is the Good News of Jesus Christ, the Son of God, the opening words of the Gospel of Mark from the second Sunday of Advent. Believing this, what sort of lives are we to live, brothers and sisters, is the question from St. Peter in his letter. The answer to this eternal question is found in the gathering at the Jordan River where the people were coming to John the Baptist to confess their sins and to be baptized by him in the Jordan river. The first step forward in the knowledge of our salvation is the forgiveness of our sins. (Luke 1:76-77), as expressed in the Benedictus, the glorious prayer of Zacharias, the father of the Baptist. Returning to the letter of Peter again from last Sunday we hear that “the Lord is not slow in keeping his promise, as some understand slowness. Instead, he is patient with you, not wanting anyone to perish, but everyone to come to repentance… But in keeping with his promise we are looking forward to a new heaven and a new earth, where righteousness dwells.” Biblical righteousness is grounded in reconciliation with God and getting it “right” with one another. The gift we receive is then given as a gift. (Matthew 10:8). In the midst of this distressing pandemic, the prophet Isaiah’s exhortation is compelling. “Comfort, comfort my people, says your God.” (40:1) So many people have lost so much throughout this past year. Righteous living inspires us to take many steps forward by giving comfort, by restoring hope, by providing support in whatever ways we can. To be reconciled with God is to unite heaven and earth. To create by God’s grace a “new heaven and a new earth” each day is within our power. Last Sunday’s psalm response conveys God’s vision and our goal. “Kindness and truth shall embrace; Justice and peace shall kiss! Truth shall spring from the earth, and justice will look down from heaven.” (85:10) Indeed, we have been baptized with the Holy Spirit as John the Baptist prophesied at the Jordan River, an anointing and an indwelling that is the pledge of eternal life and the inspiration to build up the Kingdom of God today, and every day. In doing so we will have an impact for 1000 years. “Maranatha! Come, Lord Jesus!”
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D. “El Espíritu y la Esposa dicen, ¡ven! El que inspira fe dice: Sí, vengo pronto. ¡Maranatha, ven, Señor Jesús!“ La Biblia termina con estas palabras del Libro de la Revelación o Apocalipsis, expresando el santo anhelo que cultivamos durante esta temporada sagrada de Adviento que conduce a la Navidad. Estas sinceras palabras han sido la oración diaria de la iglesia durante casi 2000 años; de seguro, un largo período de tiempo. Sin embargo, escuchamos de la carta de Pedro el domingo pasado que “para el Señor, un día es como mil años y mil años es como un día”. (2Pedro 3:8) Ya que estamos a punto de comenzar el tercer día después de la muerte y resurrección de Jesús, no hay razón para que este gran drama y misterio de la salvación envejezca. Sigue siendo siempre antiguo y nuevo. Oramos por la gracia del hambre y la sed de San Agustín durante estos días de Adviento. “¡Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba afuera, y fue allí donde te busqué. En mi falta de amor, me sumergí en las cosas hermosas que tú creaste. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo“. (Confesiones) Es exagerado medir un milenio en nuestra imaginación, y es incomprensible captar la eternidad, pero podemos y debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece cada día para redescubrir la antigua y nueva gracia de Dios en sus múltiples expresiones.
En el momento, Juan Bautista es nuestro guía. Prepara el camino del Señor, son las palabras de la voz que resuena a lo largo de los siglos. Él, cuyo púlpito es el umbral del desierto, abre el camino para el Verbo eterno hecho Carne. Esta es la Buena Nueva de Jesucristo, el Hijo de Dios, las palabras iniciales del Evangelio de Marcos del segundo domingo de Adviento. Creyendo esto, ¿qué tipo de vida debemos vivir, hermanos y hermanas?, es la pregunta de San Pedro en su carta. La respuesta a esta eterna pregunta se encuentra en la reunión en el río Jordán, donde la gente venía a Juan el Bautista para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán. El primer paso, que damos adelante, en el conocimiento de nuestra salvación es el perdón de nuestros pecados, (Lucas 1:76-77) y como se expresa en el Benedictus, la gloriosa oración de Zacarías, el padre de Juan Bautista. Volviendo a la carta de Pedro del domingo pasado, escuchamos que “No es que el Señor se tarde en cumplir su promesa, como algunos suponen, sino que tiene paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera, sino que todos se vuelvan a Dios, … pero nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido, en los cuales todo será justo y bueno.” La justicia bíblica se basa en la reconciliación con Dios y en hacerlo “bien” unos con otros. El regalo que recibimos se da luego como regalo. (Mateo 10:8). En medio de esta angustiosa pandemia, la exhortación del profeta Isaías es convincente. “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.” (Isaías 40:1). Tanta gente ha perdido tanto durante este último año. Una vida recta nos inspira a dar muchos pasos adelante al brindar consuelo, restaurar la esperanza y brindar apoyo de todas las formas posibles. Reconciliarse con Dios es unir cielo y tierra. Crear por la gracia de Dios un “cielo nuevo y una tierra nueva” cada día está en nuestro poder. La respuesta al salmo del domingo pasado transmite la visión de Dios y nuestro objetivo. “El amor y la verdad se darán cita, la paz y la justicia se besarán, la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo.” (Salmo 85:10) De hecho, ya hemos sido bautizados con el Espíritu Santo tal y como lo profetizó Juan el Bautista en el río Jordán, una unción y una morada que es la garantía de la vida eterna y la inspiración para edificar el Reino de Dios hoy y todos los días. Al hacer esto, tendremos un impacto durante 1000 años. “¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! “
In 1990 Black Catholic History month began to be celebrated in November in various parts of the United States. At the 30 year mark our Catholic people have grown to better understand that the Catholic Church in the United States and Black Catholic History are deeply intertwined.
Over the past 40 years the Bishops of the United States have produced three documents that resurrect the gift of the African American Catholic experience, and the unrelenting struggle to overcome the legacy of slavery and racism that afflict our nation and Church. Brothers and Sisters to Us 1979 — What we have Seen and Heard 1984 — Open Wide Our Hearts, The Enduring Call to Love 2018. In their 1979 document the Black Catholic bishops embraced the words of Pope Paul VI when he spoke at the Eucharistic Conference in Kampala, Uganda in 1969 – ”You must now be missionaries to yourselves, and you must give the gift of Blackness to the whole Church.”
“Do you know the gift?” is the title of the feature article by Richard Lane in the current edition of the Catholic TV Monthly. It provides, in part, a fascinating glimpse of the African presence in the church from the beginning. Three of our popes were of African origin, and Pope Melchiades held the Keys of Peter when Constantine issued the Edict of Milan in 313 ending the nearly three centuries of brutal martyrdom. This successor of Peter needs to be front and center when we recall this watershed moment in church history. Do we know the gift?
Remember that St. Monica and her son, St. Augustine hailed from Algeria, and remain models of parental devotion and intellectual prowess. Do we know the gift?
The Black bishops in their 1984 document portray a perspective of history that is easily overlooked. “Just as the church in our history was planted by the efforts of the Spaniards, the French and the English, so did she take root among Native Americans, Black slaves and the various racial mixtures of them all. Blacks whether Spanish speaking, French speaking or English speaking, built the churches, tilled church lands, and labored with those who labored in spreading the Gospel. From the earliest period of church history in our land, we have been the hands and arms that helped build the church from Baltimore to Bradstown, from New Orleans to Los Angeles, from Saint Augustine to Saint Louis. Too often neglected and too much betrayed, our faith was witnessed by Black voices and Black tongues — such as Pierre Toussaint, Elizabeth Lange, Henriette Delille and Augustus Tolton.”
The Bishops also point out in “What We Have Seen and Heard” that Catholic dioceses and religious communities across the country for years have committed selected personnel and substantial funds to relieve oppression and to correct injustices and have striven to bring the Gospel to the diverse racial groups in our land. The church has sought to aid the poor and downtrodden, who for the most part are also the victims of racial oppression. But this relationship has been and remains two-sided and reciprocal; for the initiative of racial minorities, clinging to their Catholic faith, has helped the church to grow, adapt, and become truly Catholic and remarkably diverse. Today in our own land the face of Catholicism is the face of all humanity – a face of many colors, a countenance of many cultural forms.”
All of this resonates with the history of the Catholic faith in Mississippi, and one of our own, Sister Thea Bowman, FSPA, embodies our proud tradition. In February 2018, the Catholic Diocese of Jackson announced it has begun researching the life, writings and works of Sister Thea Bowman, FSPA, as a preliminary step in opening an official cause for sainthood.
Sister Thea’s story is well known and her amazing journey of faith from a star struck child in Holy Child School in Canton, Mississippi into the heart of the Catholic Church as a religious sister was pure grace. Her prophetic spirit, brilliant mind and boundless stamina inspired many, and became a beacon for the church to embrace more authentically the essence of Catholicity. Her suffering over the final years of her life from an incurable cancer united her to the Cross of the Lord Jesus, and served to deepen her love and her graceful spirit. Indeed, she lived until she died.
The 30th anniversary of her death was to have been celebrated with much love and fanfare, but the pandemic derailed the festivities. Nevertheless, Sister Thea was a gift to the church from the moment she set foot in Holy Child School right up to the moment when she addressed the United States Catholic Conference at Seton Hall toward the end of her life. She remains a gift in death. From a star struck child to a shooting star, her cause will be a beacon of light and hope for the church and for our nation.
Open Wide our Hearts, the Enduring Call to Love 2018 will direct the efforts of the Diocese of Jackson in the months ahead in our commitment to be faithful as disciples of the Lord Jesus. The Bishops in their 1984 document prophetically address the work of justice for which every generation must sacrifice. “The cause of justice and social concern are an essential part of evangelization. Our own history has taught us that preaching to the poor and to those who suffer injustice without concern for their plight and the systematic cause of their plight is to trivialize the Gospel and mock the cross. To preach to the powerful without denouncing oppression is to promise Easter without Calvary, forgiveness without conversion, and healing without cleansing the wound.”
May the words of the Prophet Micah burn brightly. “Do Justice, love goodness, and walk humbly with God.”
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D. El mes de la historia de los católicos negros comenzó a celebrarse en varias partes de los Estados Unidos en noviembre de 1990. Después de 30 años, nuestro pueblo católico ha llegado a comprender mejor que la Iglesia Católica en los Estados Unidos y la Historia de los Católicos Negros están profundamente entrelazadas. Durante los últimos 40 años, los obispos de los Estados Unidos han producido tres documentos que resucitan el don de la experiencia católica afroamericana y la lucha incansable para superar el legado de esclavitud y racismo que afligen a nuestra nación e Iglesia. “Nuestros Hermanos y Hermanas” (Brothers and Sisters to Us) — 1979; “Lo que hemos visto y oído” (What we have Seen and Heard) — 1984 “Abrir de par en par nuestros corazones, el perdurable llamado al amor” (Open Wide Our Hearts, The Enduring Call to Love) — 2018.
En su documento de 1979, los obispos católicos negros abrazaron las palabras del Papa Pablo VI cuando habló en la Conferencia Eucarística en Kampala, Uganda en 1969 – “Ahora deben ser misioneros para con ustedes mismos y deben dar el don de la negritud a toda la Iglesia”. “¿Conoces el regalo?” es el título del artículo principal de Richard Lane en la edición mensual de Catholic TV. Este proporciona, en parte, una visión fascinante de la presencia africana en la Iglesia desde el principio. Tres de nuestros papas eran de origen africano, y el Papa Melquíades tenía las llaves de Pedro cuando Constantino emitió el Edicto de Milán en 313, poniendo fin a los casi tres siglos de brutal martirio. Este sucesor de Pedro debe estar al frente y al centro cuando recordamos este momento decisivo en la historia de la Iglesia. ¿Conocemos el regalo? Recuerde que Santa Mónica y su hijo, San Agustín provenían de Argelia, y siguen siendo modelos de devoción paterna y destreza intelectual. ¿Conocemos el regalo? Los obispos negros en su documento de 1984 retratan una perspectiva de la historia que fácilmente se pasa por alto. “Así como la Iglesia en nuestra historia fue plantada por los esfuerzos de los españoles, los franceses y los ingleses, también echó raíces entre los nativos americanos, los esclavos negros y las diversas mezclas raciales de todos ellos. Los negros, ya fueran de habla hispana, de habla francesa o de habla inglesa, construyeron las iglesias, cultivaron las tierras de las iglesias y trabajaron con aquellos que trabajaron en la difusión del Evangelio. Desde el período más temprano de la historia de la iglesia en nuestra tierra, hemos sido las manos y los brazos que ayudaron a construir la iglesia desde Baltimore hasta Bradstown, desde Nueva Orleans hasta Los Ángeles, desde San Agustín hasta San Luis. Con demasiada frecuencia descuidada y demasiado traicionada, nuestra fe fue atestiguada por voces y lenguas negras, como Pierre Toussaint, Elizabeth Lange, Henriette Delille y Augustus Tolton.” Los obispos en su documento “Lo que hemos visto y oído” también señalan que las diócesis católicas y las comunidades religiosas de todo el país durante años han “comprometido un personal selecto y fondos sustanciales para aliviar la opresión y corregir las injusticias y se han esforzado por llevar el Evangelio a los diversos grupos raciales en nuestra tierra. La iglesia ha buscado ayudar a los pobres y oprimidos, quienes en su mayor parte también son víctimas de la opresión racial. Pero esta relación ha sido y sigue siendo bilateral y recíproca; porque la iniciativa de las minorías raciales de aferrarse a su fe católica ha ayudado a la iglesia a crecer, adaptarse y volverse verdaderamente católica y notablemente diversa. “Hoy en nuestra propia tierra, el rostro del catolicismo es el rostro de toda la humanidad: un rostro de muchos colores, un rostro de muchas formas culturales.” Todo esto resuena con la historia de la fe católica en Mississippi, y una de las nuestras, la hermana Thea Bowman, FSPA, quien encarna nuestra orgullosa tradición. En febrero de 2018, la Diócesis Católica de Jackson anunció que había comenzado a investigar la vida, los escritos y las obras de la hermana Thea Bowman, FSPA, como un paso preliminar para abrir una causa oficial para la santidad. La historia de la hermana Thea es bien conocida y su increíble viaje de fe, desde una niña deslumbrada en la escuela Holy Child School en Canton, Mississippi hasta el corazón de la Iglesia católica como hermana religiosa fue pura gracia. Su espíritu profético, mente brillante y resistencia ilimitada inspiraron a muchos y se convirtieron en un faro para que la iglesia abrazara más auténticamente la esencia del catolicismo. Su sufrimiento durante los últimos años de su vida por un cáncer incurable la unió a la Cruz del Señor Jesús y sirvió para profundizar su amor y su espíritu lleno de gracia. De hecho, vivió hasta que murió. El trigésimo aniversario de su muerte se iba a celebrar con mucho amor y fanfarria, pero la pandemia descarriló las festividades. Sin embargo, la hermana Thea fue un regalo para la iglesia desde el momento en que puso un pie en Holy Child School, al día en que se dirigió a la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos en Seton Hall hasta el final de su vida. Ella sigue siendo un regalo aun por su muerte. De una niña deslumbrada a ser una estrella fugaz, su causa será un faro de luz y esperanza para la Iglesia y nuestra nación. “Abrir de par en par nuestros corazones, el perdurable llamado al amor” de 2018 dirigirá los esfuerzos de la Diócesis de Jackson en los próximos meses en nuestro compromiso de ser fieles discípulos del Señor Jesús. Los obispos en su documento de 1984 abordan proféticamente la obra de justicia por la que cada generación debe sacrificarse. “La causa de la justicia y la preocupación social son parte esencial de la evangelización. Nuestra propia historia nos ha enseñado que predicar a los pobres y a los que sufren injusticias sin preocuparse por su situación y la causa sistemática de su situación es trivializar el Evangelio y burlarse de la cruz. Predicar a los poderosos sin denunciar la opresión es prometer Pascua sin Calvario, perdón sin conversión y curación sin limpiar la herida.” Que las palabras del profeta Miqueas ardan con fuerza. “Haz justicia, ama el bien y camina humildemente con Dios”.
We are inspired to remember that this Cloud of Witness who come from all nations and peoples, young and old, all shapes and sizes, are alive in our midst as witnesses and intercessors.
By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Throughout the month of November and well into Advent the Word of God offers ample opportunity to contemplate our ultimate destiny as human beings, but especially as Christians. We can tweak light and darkness for an hour with daylight saving time, but we cannot halt the advance of time marching inevitably into the arms of eternity. More starkly, the Psalmist assures us, “who can live and not see death? No one can escape the grasp of the grave.” (Psalm 89:48)
Since March the pandemic has hammered home this reality with the loss of normalcy, the loss of life, and, tragically on far too many occasions, the enforced separation and isolation from loved ones at death. Without diminishing the suffering and agony on all fronts, the church faithfully proclaims the undying hope in the knowledge that all creation, times and seasons, and eternal life to follow, belong to the Lamb of God, the crucified and resurrected Lord. This is wonderfully pronounced as the Paschal Candle is prepared at the Easter Vigil.
Christ yesterday and today, the Beginning and the End, the Alpha and Omega. His are the times and ages. To Him be glory and dominion through all ages of eternity. Amen.
On the feast of All Saints the church proclaims the power of memory, the potential in the present moment, and the hope of future glory. The past and future converge in St. John’s vision of timelessness in the Book of Revelation that reveals the saints in glory, a multitude too numerous to count, robed in white, their garments washed clean in the blood of the Lamb.
We are inspired to remember that this Cloud of Witness who come from all nations and peoples, young and old, all shapes and sizes, are alive in our midst as witnesses and intercessors. This is the parade of champions of which we boast who hold out to us the ultimate prize of our citizenship in heaven.
In the traditional imagery that extends back to the New Testament (Ephesians 6), we are the church militant who are to fight the good fight of faith and finish the race (1Timothy 6). There are many ways to express our dignity and destiny in the Lord, and on the Feast All Saints we heard from the first letter of John in the New Testament. “We are God’s children now. What we shall later be has not yet come to light. We know that when it does we will be like God because we shall see the Lord as he is. Meanwhile, for those of us who hold onto this hope are to keep ourselves pure.”
What exactly are the attitudes and actions that characterize God’s children in this world, Jesus unfolds throughout the Sermon on Mount (Matthew Chap. 5-7), beginning with the Beatitudes, the Gospel for All Saints. His words will echo for all time. “Blessed are the poor in spirit, the pure of heart, the peacemakers, the meek, the merciful, the sorrowful, the hungry and thirsty for justice, those persecuted for the sake of righteousness, and all who endure persecution, hostility rejection for the sake of the name.” Phew, how blessed can one be? Jesus doesn’t follow it up by saying just hang in there for this too will pass. “Rather, rejoice and be glad, for your reward will be great in heaven.”
As usually is the case with the wisdom of God, we have to immerse ourselves in the Lord’s words, his eternal wisdom, over and again, to discover or to rediscover the mercy, peace and fulness of life that he promises, now and forever.
For months now the political world has engulfed us in messaging and with divergent directions for our society. Through it all we know that our citizenship requires our involvement at the ballot box and much more, by our commitment to the common good every day of the year. Without a doubt, at times, our citizenship in heaven is going to conflict with our citizenship on earth, and in those moments we will know where our loyalty abides. I believe that the values revealed by the Lord for all citizens of heaven would also be a blessing for the world and our nation. In season and out of season, we are to be the salt of the earth, the light of the world, and leaven for the bread of daily life. May the allotted time we have in this world be a gift for God’s glory.
Nos inspira a recordar que esta Nube de Testigos que proviene de todas las naciones y pueblos, jóvenes y viejos, de todas las formas y tamaños, está viva entre nosotros como testigos e intercesores.
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D. Durante todo el mes de noviembre y bien entrado el Adviento, la Palabra de Dios ofrece una amplia oportunidad para contemplar nuestro destino final como seres humanos, pero especialmente como cristianos. Podemos modificar la luz y la oscuridad durante una hora con el horario de verano, pero no podemos detener el avance del tiempo, que marcha inevitablemente hacia los brazos de la eternidad. Más crudamente, el salmista nos asegura, “¡Nadie puede vivir y no morir nunca! ¡Nadie puede librarse del poder de la muerte!” (Salmo 89:48) Desde marzo, la pandemia ha machacado esta realidad con la pérdida de la normalidad, la pérdida de vidas y, trágicamente, en demasiadas ocasiones, la separación y el aislamiento forzados de los seres queridos al morir. Sin disminuir el sufrimiento y la agonía en todos los frentes, la iglesia proclama fielmente la esperanza eterna en el conocimiento de que toda la creación, los tiempos y las estaciones, y la vida eterna por venir, pertenecen al Cordero de Dios, el Señor crucificado y resucitado. Esto se pronuncia maravillosamente cuando se prepara el Cirio Pascual en la Vigilia Pascual. Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyos son los tiempos y las edades. A él sea la gloria y el dominio por todas las edades de la eternidad. Amén.
En la fiesta de Todos los Santos, la iglesia proclama el poder de la memoria, el potencial en el momento presente y la esperanza de la gloria futura. El pasado y el futuro convergen en la visión de la atemporalidad de San Juan en el Libro del Apocalipsis que revela a los santos en la gloria, una multitud demasiado numerosa para contar, vestidos de blanco, sus vestiduras lavadas en la sangre del Cordero. Nos inspira a recordar que esta Nube de Testigos que proviene de todas las naciones y pueblos, jóvenes y viejos, de todas las formas y tamaños, está viva entre nosotros como testigos e intercesores. Este es el desfile de campeones del que nos jactamos y que nos ofrecen el premio máximo de nuestra ciudadanía en el cielo. En la imaginería tradicional que se remonta al Nuevo Testamento (Efesios 6), somos la iglesia militante que debe pelear la buena batalla de la fe y terminar la carrera (1 Timoteo 6). Hay muchas formas de expresar nuestra dignidad y destino en el Señor, y en la Fiesta de Todos los Santos, escuchamos de la primera carta de Juan en el Nuevo Testamento. “Queridos hermanos, ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es. 3 Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro.”(1 Juan 3:2-3) ¿Cuáles son exactamente las actitudes y acciones que caracterizan a los hijos de Dios en este mundo? Jesús las desarrolla a lo largo del Sermón del Monte (Mateo cap. 5-7), comenzando con las Bienaventuranzas, el Evangelio para Todos los Santos. Sus palabras resonarán para siempre. “Bienaventurados los pobres de espíritu, los de corazón limpio, los pacificadores, los mansos, los misericordiosos, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los perseguidos por hacer lo que es justo y todos los que soportan persecución, hostilidad, rechazo por el por el nombre.” ¡Ah!, ¿cuán bendecido puede ser uno? Jesús no lo dice solo pidiendo simplemente algo como ‘…aguanta porque esto también pasará,’ más bien como “regocíjense y estén orgullosos, porque su recompensa será grande en los cielos.” Como suele ocurrir con la sabiduría de Dios, tenemos que sumergirnos en las palabras del Señor, su sabiduría eterna, una y otra vez, para descubrir o redescubrir la misericordia, la paz y la plenitud de vida que él promete, ahora y siempre. Desde hace meses, el mundo político nos ha envuelto en mensajes y con direcciones divergentes para nuestra sociedad. A pesar de todo, sabemos que nuestra ciudadanía requiere nuestra participación en las urnas y mucho más, por nuestro compromiso con el bien común todos los días del año. Sin duda, en ocasiones, nuestra ciudadanía en el cielo va a entrar en conflicto con nuestra ciudadanía en la tierra, y en esos momentos sabremos dónde mora nuestra lealtad. Creo que los valores revelados por el Señor para todos los ciudadanos del cielo también serían una bendición para el mundo y nuestra nación. A tiempo y fuera de tiempo, seremos la sal de la tierra, la luz del mundo y la levadura del pan de la vida diaria. Que el tiempo asignado que tenemos en este mundo sea un regalo para la gloria de Dios.
“In this statement, we bishops do not intend to tell Catholics for whom or against whom to vote. Our purpose is to help Catholics form their consciences in accordance with God’s truth. We recognize that the responsibility to make choices in political life rests with each individual in light of a properly formed conscience, and that participation goes well beyond casting a vote in a particular election.” – Faithful Citizenship
By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D. JACKSON – With the elections on national, state and local levels on the near horizon, the Catholic Church in the United States once again is active in the political process to foster the common good: a culture of life, justice and peace. There is obvious division in the church and in the nation over the candidates and the issues, perhaps more strident nowadays, but certainly nothing new. Social media and the 24-hour news cycle incessantly heap coals on the fires of partisanship that burn no less intense that those consuming millions of square miles in the western states. Unfortunately, then, politics in our country often can be a contest of powerful interests, partisan attacks, sound bites and media hype. Yet, as Pope Francis reminds us, “Politics though often denigrated, remains a lofty vocation and one of the highest forms of charity inasmuch as it seeks the common good.” In this spirit the church seeks to be a trustworthy compass for voting in November, an appeal to faith and reason in the stillness of one’s conscience.
Included in this issue of the paper is the introduction to the bishops’ document, entitled “Faithful Citizenship.” It is a document, refined over decades of election cycles, that has been forged in the fire of Gospel truth and the church’s teaching for nearly 2000 years. The bishops state: “The Catholic community brings important assets to the political dialogue about our nation’s future. We bring a consistent moral framework, drawn from basic human reason that is illuminated by Scripture and the teaching of the church, for assessing issues, political platforms and campaigns. We also bring broad experience in serving those in need and educating the young.” From this abundant and fruitful tradition of faith, social action and education, the Catechism of the Catholic Church reminds us, “It is necessary that all participate, each according to his position and role, in promoting the common good … As far as possible citizens should take an active part in public life.” CCC 1913-15
“In this statement, we bishops do not intend to tell Catholics for whom or against whom to vote. Our purpose is to help Catholics form their consciences in accordance with God’s truth. We recognize that the responsibility to make choices in political life rests with each individual in light of a properly formed conscience, and that participation goes well beyond casting a vote in a particular election.” Faithful Citizenship further states: Conscience is the voice of God resounding in the human heart, revealing truth to us and calling us to do what is good while shunning what is evil.
Finally, prayerful reflection is essential to discern the will of God.” Clergy and laity have complementary roles in public life. We bishops have the primary responsibility to hand on the church’s moral and social teaching, and as Pope Benedict taught in Deus Caritas Est, “The direct duty to work for a just ordering of society is proper to the lay faithful.” #29
To form consciences and to promote a just ordering of society the church’s teaching rests upon four pillars: the dignity of the human person made in the image and likeness of God – fostering the common good which is a commitment to establishing conditions where all can thrive — solidarity, springing from the conviction as children of God, that unity built upon cooperation and collaboration wherever possible is the goal — subsidiarity, the empowerment of individuals, families and local entities. Based on these principles we pray, work, serve and vote to do good and avoid evil.
The following excerpts from Faithful Citizenship go to the heart of the matter for voting citizens. “Catholics often face difficult choices about how to vote. That is why it is so important to vote according to a well-formed conscience. A Catholic is not in good conscience if voting for a candidate who favors a policy promoting an intrinsically evil act, such as abortion, euthanasia, assisted suicide, unjust war, subjecting workers to subhuman living conditions, torture, racist behavior, e.g. if the voter’s intent is to support that position. In such cases a Catholic would be guilty of formal cooperation in grave evil.” At the same time, “there may be times when a Catholic who rejects a candidate’s unacceptable position, even on policies promoting an intrinsically evil act, may responsibly decide to vote for that candidate for other morally grave reasons. Voting in this way would be permissible only for truly grave moral reasons, not to advance narrow interests or partisan preferences or to ignore fundamental moral evil.”
It is in our DNA as Catholics to be “all in” in every dimension of life, including the political realm. The Lord Jesus calls us to be “salt and light,” in order to create societies of life, justice and peace. Pope Francis reminds us. “An authentic faith always involves a deep desire to change the world, to transmit values, to leave this earth better than we found it. We love this magnificent planet on which God has put us, we love the human family that God has put here, with all its tragedies and struggles, its hopes and aspirations, its strengths, and weaknesses. The earth is our common home and all of us are brothers and sisters.”
“La conciencia es la voz de Dios que resuena en el corazón humano, nos revela la verdad y nos llama a hacer el bien mientras rechazamos lo que es malo.” – Ciudadanía Fiel
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D. Con elecciones en el horizonte cercano, a nivel nacional, estatal y local, la Iglesia Católica en los Estados Unidos, una vez más, participa activamente en el proceso político para promover el bien común: una cultura de vida, justicia y paz. Hay una división obvia en la iglesia y en la nación sobre los candidatos y los temas, quizás más estridente hoy en día, pero ciertamente nada nuevo. Las redes sociales y el ciclo de noticias de 24 horas avivan incesantemente sobre los fuegos del partidismo las brasas que con tanta intensidad arden, tal como los fuegos que consumen millones de millas cuadradas en los estados del oeste. Desafortunadamente, entonces, la política en nuestro país a menudo puede ser una competencia de intereses poderosos, ataques partidistas, fragmentos de sonido y exageración de los medios. Sin embargo, como nos recuerda el Papa Francisco, “la política, aunque a menudo denigrada, sigue siendo una vocación elevada y una de las formas más elevadas de caridad en la medida en que busca el bien común”. Con este espíritu, la iglesia busca ser una brújula confiable para votar en noviembre, un llamado a la fe y la razón en la quietud de la conciencia de cada uno.
En esta edición del periódico, usted puede encontrar número la introducción al documento de los obispos, titulado “Ciudadanía Fiel” (Faithful Citizenship, por su nombre en inglés). Es un documento, refinado durante décadas de ciclos electorales, que se ha forjado en el fuego de la verdad del Evangelio y la enseñanza de la iglesia durante casi 2000 años. Los obispos afirman: “La comunidad católica aporta importantes activos al diálogo político sobre el futuro de nuestra nación. Traemos un marco moral consistente, extraído de la razón humana básica que está iluminado por las Escrituras y la enseñanza de la iglesia, para evaluar problemas, plataformas políticas y campañas. También aportamos una amplia experiencia en el servicio a los necesitados y la educación de los jóvenes.” Desde esta abundante y fructífera tradición de fe, educación y acción social, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda: “Es necesario que todos participen, cada uno según su posición y función, en la promoción del bien común… En la medida de lo posible los ciudadanos deben participar activamente en la vida pública.” CCC 1913-15
“En esta declaración, los obispos no pretendemos decirles a los católicos por quién o contra quién votar. Nuestro propósito es ayudar a los católicos a formar su conciencia de acuerdo con la verdad de Dios. Reconocemos que la responsabilidad de tomar decisiones en la vida política recae en cada individuo a la luz de una conciencia debidamente formada, y que la participación va mucho más allá de emitir un voto en una elección en particular.”
Ciudadanía Fiel afirma, además, “La conciencia es la voz de Dios que resuena en el corazón humano, nos revela la verdad y nos llama a hacer el bien mientras rechazamos lo que es malo. Finalmente, la reflexión orante es fundamental para discernir la voluntad de Dios”. El clero y los laicos tienen roles complementarios en la vida pública. Los obispos tenemos la responsabilidad primordial de transmitir la doctrina moral y social de la Iglesia, y como enseñó el Papa Benedicto en Deus Caritas Est, “El deber directo de trabajar por un orden justo de la sociedad es propio de los fieles laicos.” #29
Para formar conciencias y promover un ordenamiento justo de la sociedad, la enseñanza de la iglesia se basa en cuatro pilares: la dignidad de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios – fomentando el bien común que es un compromiso para establecer condiciones donde todos puedan prosperar – solidaridad, que nace de la convicción de hijos de Dios, que la unidad construida sobre la cooperación y la colaboración siempre que sea posible es el objetivo: la subsidiariedad, el empoderamiento de las personas, las familias y las entidades locales. Basándonos en estos principios, oramos, trabajamos, servimos y votamos para hacer el bien y evitar el mal.
Los siguientes extractos de Ciudadanía Fiel van al meollo del asunto de los ciudadanos votantes. “Los católicos a menudo enfrentan decisiones difíciles sobre cómo votar. Por eso es tan importante votar de acuerdo con una conciencia bien formada. Un católico no está en buena conciencia si vota por un candidato que favorece una política que promueve un acto intrínsecamente malo, como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la guerra injusta, someter a los trabajadores a condiciones de vida infrahumanas, tortura, comportamiento racista, p. Ej. si la intención del votante es apoyar esa posición. En tales casos, un católico sería culpable de cooperación formal en un mal grave.” Al mismo tiempo, “puede haber ocasiones en que un católico que rechaza la posición inaceptable de un candidato, incluso en políticas que promuevan un acto intrínsecamente maligno, puede decidir responsablemente votar por ese candidato por otras razones moralmente graves. Votar de esta manera sería permisible solo por razones morales verdaderamente graves, no para promover intereses estrechos o preferencias partidistas o para ignorar el mal moral fundamental.”
Como católicos, está en nuestro ADN estar “muy adentro” en todas las dimensiones de la vida, incluida la esfera política. El Señor Jesús nos llama a ser “sal y luz” para crear sociedades de vida, justicia y paz. El Papa Francisco nos lo recuerda. “Una fe auténtica implica siempre un deseo profundo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar esta tierra mejor de lo que la encontramos. Amamos este magnífico planeta en el que Dios nos ha puesto, amamos a la familia humana que Dios ha puesto aquí, con todas sus tragedias y luchas, sus esperanzas y aspiraciones, sus fortalezas y debilidades. La tierra es nuestro hogar común y todos somos hermanos y hermanas.”
Whenever darkness overshadows the goodness of God’s creation, it is tragic, because each day we are to be guardians of the world entrusted to us, especially on behalf of human life.
By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D. JACKSON – During the month of October we celebrate Respect for Life, a reality that we foster as Catholics and disciples of the Lord Jesus every day of the year but with greater focus this month.
At the outset of this month we celebrate the lives of two remarkable saints, Therese and Francis, and positioned deftly between them is the commemoration of the Guardian Angels. Without a doubt, Therese of Lisieux and Francis of Assisi upheld the integrity of our tradition of faith as guardians of the Gospel and guiding lights for an encounter with Jesus of Nazareth, the Lord of history.
The Guardian Angels provide a wonderful lens through which we can deepen our commitment to life and the mystery of God’s glory, everywhere present. On an occasion when Jesus was teaching he embraced the opportunity to welcome children and to reveal the ministry of guardian angels in God’s plan of salvation. “See that you do not look down on any of these little ones. For I tell you that their angels in heaven always see the face of my Father in heaven.” (Matthew 18:10)
Immediately before this marvelous revelation Jesus ardently stated that “unless you become like little children you shall not enter the Kingdom of Heaven.” (18:3) In other words, our vision will be stunted, we will be unable to see the glory of God on the face of Jesus Christ, and our capacity to embrace and respect life will be diminished. Whenever darkness overshadows the goodness of God’s creation, it is tragic, because each day we are to be guardians of the world entrusted to us, especially on behalf of human life.
The church remains ardent guardians of unborn life, a commitment that can be traced to the earliest sources in our Catholic tradition. It is the fullness of understanding of the Lord’s words and gestures to embrace and welcome the little one, because in doing so we see the glory of God on the face of newborn life. In our prayer and teaching, in our advocacy and loving service we have been faithful guardians of life in the womb with the most profound respect. This is the foundation of life and it is to be set upon the rock of God’s plan, not the sand of a throwaway culture.
Upon this foundation the Catholic church throughout the world, in our nation, and in our diocese labors unceasingly for greater justice and decency across the life span and in all social contexts, again through prayer and teaching, advocacy and loving service. We embrace community, solidarity and the common good. We strive to be faithful guardians to assure that a solid structure of justice and peace sits upon a firm foundation of life.
Throughout this month we will highlight and celebrate much of what is done on behalf of life, evidence that we are members of the household of God. “Consequently, you are no longer foreigners and strangers, but fellow citizens with God’s people and also members of his household, built on the foundation of the apostles and prophets, with Christ Jesus himself as the chief cornerstone. In him the whole building is joined together and rises to become a holy temple in the Lord. And in him you too are being built together to become a dwelling in which God lives by his Spirit.” (Ephesians 2:19-22)
A key component of our respect for life these days is our ongoing vigilance during the pandemic. Although the dispensation for Sunday Mass is still in effect, the commandment to keep the Lord’s Day holy is never dispensed from. Whether at home or in church be faithful guardians of your faith. Know that our churches are maintaining the strict protocol of sanitizing, distancing and mask wearing. This is respect for one another’s lives. In closing, I encourage you to remain holy, vigilant, and respectful, and to be guardians of all that is sacred and precious, especially the gift of life.