Rally around the call to accompany expectant mothers

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
As Catholics we are in the midst of a nine-day Novena undertaken by the United States Conference of Catholic Bishops in preparation for the great feast of the Visitation on May 31. This second joyful mystery of the rosary recalls that tender scene when Mary and Elizabeth, two of the most well-known pregnant women in world history, encountered one another with unbounded joy in God their Savior. Even the “baby stirred in my womb for joy” Elizabeth exclaimed to her younger cousin who had arrived at Zachariah and Elizabeth’s doorstep to assist her who was in her sixth month with the unborn John the Baptist. Women helping women in preparation for birth and in the months following the emergence of new life from the womb into the light of day, is fundamental for family life, community, and civilization.

The need for caring support around a pregnancy and the earliest stage of life is fundamental for mothers and their infants, for family life, communities, and ultimately civilization. There are many in our churches and in our communities in Mississippi who rally around the call to accompany expectant mothers, and in the time following the birth of their children. We can only rejoice to see such loving support. For the Catholic Church, as the whole world knows, the right to life is fundamental because we are made in the image and likeness of God (Imago Dei). The dignity of the human person is rooted in this fundamental belief.

Bishop Joseph R. Kopacz

What the whole world may not know, or chooses to ignore, is that the church commits herself, in season and out of season, to the well-being of the human person at every stage of life. This is evident in our social teachings that foster the common good, serve the poor, marginalized and vulnerable, champion health care, sponsor education, and support life’s basic needs: food, shelter and clothing and gainful employment. Moreover, in recent years, care for our common home, the earth, has become more urgent.

Pope Francis’ masterpiece, Laudato Si, rejoices in God the creator, and addresses this God-given obligation. When we add it all up it is all about what St. Paul eloquently states in his letter to the Romans. “The Kingdom of God is not about eating and drinking, but about justice and peace, and the joy of the Holy Spirit. (14:17)

Now back to the Visitation and the gift of unborn life that opened this column. The decision of the Supreme Court of the United States over the Dobbs vs. Jackson Women’s Health Organization is imminent and the prospect of overturning of Roe v. Wade is sending shock waves across the land from the White House to all points on the compass.

There is no doubt that this is an historic moment for our nation. The passion surrounding this life issue burns no less intensely than nearly 50 years ago when Roe v. Wade became the law of the land in 1973. There has been a creeping shadow ever since because at the core of our collective consciousness is a tortured conscience that is unable to reconcile a self-image of inherent goodness with the blood of the innocents. But whether Roe v Wade is overturned or rolled back, abortions will not cease, as we know. The political onus will return to the legislatures of the 50 states to enact laws going forward, and as we have already experienced, these laws will vary greatly.

Like the fires engulfing our western states, there will be widespread conflagrations that burn at the fault lines of our fractured society. The personal onus is another dimension, the terrain of conscience and conversion, challenging every individual to safeguard the gift of sexuality knowing there is freedom through boundaries, to cherish the gift of life, one’ own and the vulnerable in our midst, and to realize that violence against the unborn is at the root of the violence that roils our nation and world.

What can one person or one church do? “The light shone in the darkness, and the darkness has not overcome it,” (John 1:5) is the promise that our labors with God will always matter. Praying, serving, empowering and advocating are always relevant.

Pope Francis encourages encounter with the other and accompaniment, and a recent project worthy of praise in every Catholic diocese is “Walking with Moms in Need.” Whatever the ruling on Roe v Wade, the church in league with other networks is redoubling its efforts to accompany mothers, their preborn and children in the early stages of development so that they and we, like Mary and Elisabeth, can rejoice in the gift of life and in God our Savior.

Se unen en torno al llamado de acompañar a las futuras madres

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Como católicos, estamos en medio de una Novena de nueve días emprendida por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos en preparación para la gran fiesta de la Visitación el 31 de mayo. Este segundo misterio gozoso del rosario recuerda esa tierna escena cuando María y Isabel, dos de las mujeres embarazadas más conocidas de la historia mundial, se encontraron con un gozo ilimitado en Dios su Salvador. Incluso el “bebé se agitó de alegría en mi vientre”, exclamó Isabel a su prima más joven que había llegado a la puerta de Zacarías e Isabel para ayudarla, que estaba en su sexto mes con el nonato Juan Bautista. Las mujeres ayudando a mujeres, en la preparación para el parto y en los meses posteriores a la salida de la nueva vida del útero a la luz del día, es fundamental para la vida familiar, comunitaria y de la civilización.

Obispo Joseph R. Kopacz

La necesidad de apoyo cariñoso en torno al embarazo y la etapa más temprana de la vida es fundamental para las madres y sus bebés, la vida familiar, las comunidades y, en última instancia, la civilización. Hay muchos en nuestras iglesias y en nuestras comunidades en Mississippi que se unen en torno al llamado de acompañar a las futuras madres y en el tiempo posterior al nacimiento de sus hijos. Solo podemos regocijarnos al ver un apoyo tan amoroso. Para la Iglesia Católica, como todo el mundo sabe, el derecho a la vida es fundamental porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios (Imago Dei). La dignidad de la persona humana tiene sus raíces en esta creencia fundamental.

El mundo entero puede no saber o elegir ignorar que la iglesia se compromete, a tiempo y fuera de tiempo, con el bienestar de la persona humana en cada etapa de la vida. Esto es evidente en nuestras enseñanzas sociales que fomentan el bien común, sirven a los pobres, marginados y vulnerables, defienden la atención médica, patrocinan la educación y apoyan las necesidades básicas de la vida: alimentación, vivienda y vestido, y empleo remunerado. Además, en los últimos años, el cuidado de nuestra casa común, la tierra, se ha vuelto más urgente.

La obra maestra del Papa Francisco, Laudato Si, se regocija en Dios el creador y aborda esta obligación dada por Dios. Cuando sumamos todo, se trata de lo que San Pablo afirma con elocuencia en su carta a los Romanos. “Porque el reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas, sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo. (14:7)

Ahora volvamos a la Visitación y al don de la vida no nacida que abrió esta columna. La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre Dobbs vs. Jackson Women’s Health Organization es inminente y la posibilidad de anular Roe v. Wade está enviando ondas de choque por todo el país, desde la Casa Blanca hasta todos los puntos de la brújula.

No hay duda de que este es un momento histórico para nuestra nación. La pasión que rodea este tema de la vida arde no menos intensamente que hace casi 50 años cuando Roe v. Wade se convirtió en ley del país en 1973. Ha habido una sombra que se arrastra desde entonces porque en el centro de nuestra conciencia colectiva hay una conciencia torturada que es incapaz de reconciliar una imagen propia de bondad inherente con la sangre de los inocentes. Pero, ya sea que Roe v Wade sea anulado o revertido, los abortos no cesarán, como sabemos. La responsabilidad política volverá a las legislaturas de los 50 estados para promulgar leyes en el futuro y, como ya hemos experimentado, estas leyes variarán mucho.

Al igual que los incendios que envuelven a nuestros estados del oeste, habrá conflagraciones generalizadas que arderán en las fallas de nuestra sociedad fracturada. La responsabilidad personal es otra dimensión, el terreno de la conciencia y la conversión, que desafía a cada individuo a salvaguardar el don de la sexualidad sabiendo que hay libertad a través de las fronteras, a apreciar el don de la vida, la propia y la de los vulnerables entre nosotros y a darse cuenta de que la violencia contra los no nacidos está en la raíz de la violencia que agita a nuestra nación y al mundo.

¿Qué puede hacer una persona o una iglesia?

“Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.” (Juan 1:5) es la promesa de que nuestro trabajo con Dios siempre importará. Orar, servir, empoderar y abogar son siempre relevantes. El Papa Francisco fomenta el encuentro con los demás y el acompañamiento y un proyecto reciente digno de elogio en todas las diócesis católicas como “Caminando con las mamás necesitadas.”

Cualquiera que sea el fallo de Roe v Wade, la iglesia, en connivencia con otras redes, está redoblando sus esfuerzos para acompañar a las madres, sus bebés antes de nacer y sus niños en las primeras etapas de desarrollo para que ellos y nosotros, como Mary y Isabel, podamos regocijarnos en el regalo de vida y en Dios nuestro Salvador.

Las asignaciones abren la puerta a una “nueva vida” para los pastores

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Con la imagen del Buen Pastor ante nosotros y con su voz resonando en nuestros corazones y mentes, al centro del tiempo Pascual, encomendemos los sacerdotes de nuestra diócesis a nuestro crucificado y resucitado Señor, aquellos que se esfuerzan por seguir sus pasos, especialmente aquellos que anticipan cambios en el tiempo que se avecina.

En particular, pedimos la bendición de Dios sobre el Diácono Andrew Bowden, a quien ordenare al sacerdocio de Jesucristo para la Diócesis de Jackson, este sábado 14 de mayo en nuestra Catedral de San Pedro Apóstol.

Obispo Joseph R. Kopacz

Durante el último fin de semana del cuarto domingo de Pascua, que siempre está dedicado al Buen Pastor, una cohorte de nuestros sacerdotes se dirigió a sus congregaciones para informarles que serían transferidos, para pastorear otros rebaños que necesitan un pastor ya sea por jubilaciones o salidas en la Diócesis de Jackson.
Algunos están empacando y mudándose físicamente en una variedad de períodos de tiempo, mientras que otros permanecen en su lugar pero se esfuerzan generosamente para pastorear comunidades parroquiales adicionales. Como muchos saben, los cambios significativos en la vida no son fáciles y requieren mucho tiempo y energía.

El fin de semana pasado, con la imagen del Buen Pastor ante mí, reflexioné sobre las transiciones, durante los últimos 45 años, en mi vida como sacerdote y pude recordar los sentimientos que me atravesaron durante los cambios de asignación, incluso después de muchos años.

Hay un morir que ocurre, con cada cambio de lo que era, también con un sacerdote cuando deja una parroquia, donde conoce a muchos por su nombre y cuyas voces resuenan con los recuerdos de las experiencias pastorales del nacimiento y la muerte, y cada etapa intermedia. Lo desconocido que aguarda puede evocar sentimientos de ansiedad e incertidumbre.

Recuerdo un cambio en una asignación en la que la gente me dio una gran despedida una noche y a la mañana siguiente, el monaguillo de la Misa en la nueva parroquia me miró con curiosidad y me preguntó: “¿Cuál es tu nombre, por favor?” Sonreí interiormente en ese momento y dije: “sí, es un nuevo día.”

Es el ciclo de morir y resucitar que experimentamos en la muerte y resurrección del Buen Pastor. Para el sacerdote trasladado puede haber duelo en la separación y sin embargo un cambio de destino parroquial abre la puerta a una nueva vida en el pastoreo de las personas, familias y comunidades de fe que el Señor nos confía.

Con cada “dejarse llevar” y partir, aguarda una nueva vida. Aún así, no es fácil y lleva tiempo que todos se adapten, el nuevo pastor y la gente, para establecer relaciones de confianza, respeto y amor.

Que nuestra oración se eleve al cielo por todos nuestros sacerdotes a quienes el Señor llama para ser buenos pastores.

San Pedro exhortaba a los líderes pastorales de su época con las siguientes palabras: “Cuiden de las ovejas de Dios que han sido puestas a su cargo; háganlo de buena voluntad, como Dios quiere, y no forzadamente ni por ambición de dinero, sino de buena gana.” (1 Pedro 5:2)

En cualquier parroquia y circunstancia que nuestros sacerdotes y líderes pastorales nos encontremos, que podamos servir con el corazón y la mente de Jesucristo.

La voz del Señor es para todos los bautizados.

Assignments open door to ‘new life’ for shepherds

May our prayer rise up to
heaven for all of our priests whom the Lord calls to serve as
good shepherds.

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
With the image of the Good Shepherd before us in the center of the Easter season, and with his voice resounding in our hearts and minds, let us commend to our crucified and risen Lord the priests of our diocese who strive to follow in his footsteps, especially those who are anticipating changes in the time ahead.

In particular, we ask God’s blessing upon Deacon Andrew Bowden whom I will be ordaining to the priesthood of Jesus Christ for the Diocese of Jackson this Saturday, May 14 at our Cathedral of Saint Peter the Apostle.

Bishop Joseph R. Kopacz

Over last weekend on the fourth Sunday of Easter which is always dedicated to the Good Shepherd, a cohort of our priests addressed their congregations to inform them that they would be transferred to shepherd other flocks in the Diocese of Jackson who are in need of a pastor due to retirements or departures.

Some are packing up and physically leaving after assorted lengths of time, while others are remaining in place but are generously stretching themselves to shepherd additional parish communities. As many know, significant changes in life are not easy and require considerable time and energy.

Last weekend with the image of the Good Shepherd before me I reflected upon the transitions in my life as a priest over the past 45 years and could recall the feelings that coursed through me during assignment changes, even after many years.

There is a dying that occurs with every change to what was, and so too with a priest when he leaves one parish where he knows many by name and whose voices echo with the memories of pastoral experiences of birth and death, and every stage in between. The unknown that awaits can evoke anxious feelings and uncertainty.

I remember one change in assignment where the people gave me a great send-off one evening, and on the next morning the altar server at Mass in the new parish looked at me curiously and asked, “and what’s your name again?” I smiled inwardly in that moment and said, “yes, it’s a new day.”

It is the cycle of dying and rising that we experience in the death and resurrection of the Good Shepherd. For the transferred priest there could be grieving in the separation, and yet a change in a parochial assignment opens the door to new life in the shepherding of individuals, families and communities of faith whom the Lord entrusts to us.

With each “letting-go” and departure new life awaits. Still, it is not easy, and it takes time for everyone to adjust, the new pastor and people, in order to establish relationships of trust, respect and love.
May our prayer rise up to heaven for all of our priests whom the Lord calls to serve as good shepherds.
St. Peter exhorted the pastoral leaders of his day with the following words: “Care for the flock that God has entrusted to you. Watch over it willingly, not grudgingly — not for what you will get out of it, but because you are eager to serve God.” (1Peter 5:2)

In whatever parish and circumstances our priests and pastoral leaders find ourselves, may we serve with the heart and mind of Jesus Christ.

The voice of the Lord is for all of the baptized.

Click here for list of pastoral assignments

Divine Mercy resonates grace of forgiveness, peace, reconciliation, hope and life

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
The Octave of Easter, the celebration of the Lord’s resurrection from the dead extends for eight days reaching its crescendo on the second Sunday, pastorally and prayerfully cherished as Divine Mercy Sunday.

The Gospel each year for this Sunday is John 21:19-31 when the risen Lord appeared twice to his apostles huddled in fear to bless them with peace, to bestow the Holy Spirit upon them, to restore their lives and to send them on mission. The second appearance in this setting was necessary because Thomas went missing for the first encounter and was still steeped in his shame, doubt, fear, and hopelessness. The resurrection narratives are written down and proclaimed in the words of the evangelist “that you may believe that Jesus is the Christ, the Son of God, and that believing you may have life in his name.” (John 20:31)

Bishop Joseph R. Kopacz

Each year, the Divine Mercy of the crucified and risen Lord is invoked for the “whole world” and many worthy causes, and this year at the Cathedral we raised up in prayer the victims of sexual abuse in our church.

During the Synod process many in our diocese expressed a yearning for unity that acknowledges the necessity for healing on many fronts. Like the apostles, and especially St. Thomas, many in our church and society are hurting for numerous reasons. One grave reason that ensnares far too many is the crime of sexual abuse that continues to afflict victims and loved ones. Some at our parish and diocesan sessions brought to the fore the commitment of church leadership nearly twenty years ago to never lose sight of “The Promise to Protect and the Pledge to Heal.”

Over these past twenty years much has been accomplished through the development and strengthening of safe environments to fulfill the promise to protect our children and young people in church programs. Countless thousands have been educated to be vigilant not only in church settings, but also in their daily lives concerning the behaviors and circumstances that could be problematic for vulnerable children and youth. Never again can we be complacent because predators in all walks of life are always alert for the environmental soft spots that grant access to children.

Just as critical in the fulfillment of the church’s commitment is “The Pledge to Heal,” lest we forget those who are suffering the unspeakable assaults of sexual abuse against their human dignity. Divine Mercy Sunday resonates with the grace of forgiveness, peace, reconciliation, hope and life. It’s twofold. The apostles, the first church leaders, had abandoned and denied their Lord, and they needed the grace of mercy and a new beginning. “For the sake of his sorrowful passion, have mercy on us and on the whole world,” is a plea for God’s mercy upon church leadership who were perpetrators, or who allowed the abuse to continue.

The more heartfelt prayer is for the mercy of God to bathe those who have been harmed with healing and hope, peace and new life. When we hear Jesus’ invitation to Thomas to place his finger in the nail marks and his hand into the pierced side, we know that God desires healing for all who are broken and beaten down from sexual abuse and who yearn for new life to touch the healing power of God’s mercy in Jesus Christ. This resurrection moment was announced by the Lord Jesus at the outset of his public ministry in St. Luke’s Gospel. “The Spirit of the Lord is upon me because he has anointed me to bring good news to the poor, to heal the brokenhearted, to bring release to captives, recovery of sight to the blind, and set the oppressed go free.” (Luke 4:18) These words of the Lord are the fundamental work of the church, and the heart of the “pledge to heal.”

There are many paths to new life in the Body of Christ and our prayer on Divine Mercy Sunday was that we never tire of praying for and accompanying our grievously harmed brothers and sisters on the path of life to him who is the Way, the Truth and the Life.

La Divina Misericordia resuena con la gracia del perdón, la paz, la reconciliación, la esperanza y la vida

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
La Octava de Pascua, la celebración de la resurrección del Señor de entre los muertos, se extiende durante ocho días alcanzando su crescendo el segundo domingo, celebrado pastoralmente y en oración como el Domingo de la Divina Misericordia.

El Evangelio de cada año para este domingo es Juan 21:19-31 cuando el Señor resucitado se apareció dos veces a sus apóstoles acurrucados por el miedo para bendecirlos con la paz, para infundirles el Espíritu Santo, restaurarles la vida y enviarlos a una misión.

La segunda aparición en este escenario fue necesaria porque Tomas desapareció durante el primer encuentro y todavía estaba sumido en su vergüenza, duda, miedo y desesperanza. Los relatos de la resurrección están escritos y proclamados con las palabras del evangelista “… para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.” (Juan 20:31)

Cada año se invoca, para el “mundo entero” y muchas causas nobles, la Divina Misericordia del Señor crucificado y resucitado. Este año en la Catedral levantamos en oración a las víctimas de abuso sexual en nuestra iglesia.

Obispo Joseph R. Kopacz

Durante el proceso del Sínodo, muchos en nuestra diócesis expresaron un anhelo de unidad que reconoce la necesidad de sanación en muchos frentes. Al igual que los apóstoles, y especialmente Santo Tomás, muchos en nuestra iglesia y sociedad están sufriendo por numerosas razones. Una razón grave, que atrapa a demasiados, es el delito de abuso sexual que continúa afligiendo a las víctimas y a sus seres queridos. Algunas de nuestras sesiones parroquiales y diocesanas destacaron el compromiso del liderazgo de la iglesia, hace casi veinte años, de nunca perder de vista “La Promesa de Proteger y el Compromiso de Sanar.”

Durante estos últimos veinte años, se ha logrado mucho a través del desarrollo y fortalecimiento de entornos seguros para cumplir la promesa de proteger a nuestros niños y jóvenes en los programas de la iglesia. Innumerables miles han sido educados para estar atentos no solo en los entornos de la iglesia, sino también en su vida diaria con respecto a los comportamientos y circunstancias que podrían ser problemáticos para los niños y jóvenes vulnerables.

Nunca más podemos ser complacientes porque los depredadores, en todos los ámbitos de la vida, siempre están alerta a los puntos débiles ambientales que permiten el acceso a los niños.

Tan importante como el cumplimiento del compromiso de la iglesia es “La Promesa de Sanar” para que no olvidemos a aquellos que están sufriendo los ataques indescriptibles del abuso sexual contra su dignidad humana. El Domingo de la Divina Misericordia resuena con la gracia del perdón, la paz, la reconciliación, la esperanza y la vida. Doblemente.

Los apóstoles, los primeros líderes de la iglesia, habían abandonado y negado a su Señor, y necesitaban la gracia de la misericordia y un nuevo comienzo. “Por Su dolorosa Pasión, ten piedad de nosotros y del mundo entero,” es una súplica a la misericordia de Dios sobre los líderes de la iglesia, que fueron perpetradores, o aquellos que permitieron que continuara el abuso.

La oración más sincera es que la misericordia de Dios bañe, a todos los que han sido dañados, con sanidad y esperanza, paz y vida nueva. Cuando escuchamos de Jesús la invitación a Tomás de poner su dedo en las marcas de los clavos y su mano en el lado abierto, sabemos que Dios desea sanar a todos los que están quebrantados y golpeados por el abuso sexual y que anhelan una nueva vida, para tocar el poder sanador de la misericordia de Dios en Jesucristo.

Este momento de resurrección fue anunciado por el Señor Jesús al comienzo de su ministerio público en el Evangelio de San Lucas. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (Lucas 4:18)

Estas palabras del Señor son la obra fundamental de la Iglesia y el corazón de la “promesa de sanar.”
Hay muchos caminos hacia una nueva vida en el Cuerpo de Cristo y nuestra oración en el Domingo de la Divina Misericordia fue que nunca nos cansemos de orar y de acompañar a nuestros hermanos y hermanas, gravemente dañados, en el camino de la vida hacia Él que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Chrism Mass calls to the faithful to invoke Spirit of God

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Welcome back to the beauty and joy of our Chrism Mass to celebrate our unity as the People of God in the Diocese of Jackson, to celebrate the renewal of the priesthood, and the blessing and consecration of the holy oils, all under the loving gaze of the Holy Spirit in the heart of the church at Holy Mass. This is our custom, and we are joyful to reclaim it after three years. It’s been that expanse of time since the Cathedral brimmed with the faithful, yearning to gather once again in the fullness of our Catholic faith. On this day the Scripture is fulfilled in our hearing because the Spirit of the Lord is upon us in whom we have been anointed through faith and Baptism.

Bishop Joseph R. Kopacz

The Gospel of St. Luke is the centerpiece of God’s Word for this Liturgical year. Likewise, Luke’s Good News is the cornerstone for our process of synodality which has touched every corner of our diocese over the past several months. The traditional Gospel passage for the Chrism Mass, Jesus’ inaugural address, is also the inspired Word for our regional gatherings, because the anointing of the Spirit of the Lord is the engine that drives renewal and a Year of Favor, liturgically and pastorally, a gift that the world is incapable of giving nor sustaining.

As we gather in Eucharistic unity and solidarity, it is important for us to know and cherish that one of the dominant themes and hopes expressed throughout the diocese in the synod process is a deep-rooted desire for healing and unity. On the one hand, this yearning identifies the loss, pain, and broken relationships from the pandemic’s impact. Beyond this brokenness, the cry of the human spirit for healing and unity, the fruit of the Holy Spirit’s Anointing, also arises from the divisions that plague our church and society, the violence and killings in our communities, the wars that assault the dignity of the human person made in God’s image and likeness, the pain of the victims of sexual abuse, those who still languish and long for healing, and the hurts and struggles that burden the faithful who are in need of reconciliation.

This pervasive woundedness is the bad fruit of sin, original and personal, in the church, in family life, and in the world. Pope Francis is wise when he observes that the church at its core is a field hospital, providing healing and hope for humanity, spiritually and physically.

We grieve these assaults against God’s gift of life, but we do so with hope because of the victory of our Lord Jesus Christ in his life-giving death and resurrection. He died to set free those oppressed by sin and injustice, and we have the power and means to do so.

We are an Emmaus people whom the Lord accompanies on the road to redirect our path when we are lost; he remains with us in the Eucharist, in the breaking of the bread through the shedding of his blood on the Cross.

We have the Anointing of the Spirit of the Lord for the blessing and consecration of our Holy Oils, circulating far and wide a season of refreshment and a Year of Favor from the Lord. It is the church as the Good Samaritan pouring in oil and wine, walking the extra mile, and not counting the cost, in order to accomplish the Lord’s mission to foster enduring and eternal freedom, to be a light in the darkness, and to be the Good News of healing and unity It is a mighty task, and in moments of grace, we know that there is no better way to live.

In the midst of God’s dream for humanity, and in the heart of the church is the priest who is Minister of the Word, the Good News of Jesus Christ, Steward of the Sacred Mysteries, the Sacraments and Servant-Leader. Priests with all of the baptized, in good times and in bad, rejoice and struggle, give thanks and ask forgiveness, and seek community and friendship with the Lord, with brother priests, and with the people of God.

In recent times especially, I am grateful to God for the generosity and perseverance of our priests who are walking the extra mile in service to the Lord and God’s people, and in many instances for their esprit de corps as they rally around each other in fraternal support. I thank many throughout our diocese who care for and pray for the priest in their midst. In particular, I give a shout-out to our retired priests who continue to bear the heat of the day, so to speak, stretching themselves in service to the Lord and to the People of God. Thank you! You are an inspiration!

The Chrism Mass celebrates the conviction every year that working in the Lord’s vineyard is the responsibility of all the baptized. The synod process brought home this standard time and again. At the Easter Vigil and on Easter Sunday, the renewal of the promises of Baptism throughout the universal church recommits all of us to the Lord Jesus’ mission and vision first proclaimed in the Synagogue at Nazareth and sealed in his death and resurrection.

But on this day in the Diocese of Jackson, in a focused and intentional way, the church calls upon the faithful to invoke the Spirit of God to bless our priests who renew their vows to the Lord, their unity with me, their bishop, and their commitment to the Body of Christ. Uniquely, they were anointed, configured to Christ the High Priest, and set apart to serve the deepest yearnings of the faithful for healing and unity. They need your prayers to support their best intentions in order to live their vocations, faithfully and fruitfully, as ministers of God’s Word, stewards of God’s mysteries, and servant-leaders. Thank you for your faith, hope, and love.

Misa Crismal llama a fieles a invocar Espíritu de Dios

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Bienvenidos de nuevo a la alegría y belleza de nuestra Misa Crismal para celebrar nuestra unidad como Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson, para celebrar la renovación del sacerdocio y la bendición y consagración de los santos óleos, todo bajo la mirada amorosa del Espíritu Santo en el corazón de la iglesia en la Santa Misa. Esta es nuestra costumbre y estamos gozosos de recuperarla después de tres años. Este lapso ha pasado, desde que la Catedral rebosaba de fieles, anhelando reunirnos una vez más en la plenitud de nuestra fe católica. En este día oímos como se cumple la Escritura, porque el Espíritu del Señor está sobre nosotros en quien hemos sido ungidos por la fe y el Bautismo.

Obispo Joseph R. Kopacz

El Evangelio de San Lucas es la pieza central de la Palabra de Dios para este año litúrgico. Asimismo, la Buena Nueva del evangelio de Lucas es la piedra angular de nuestro proceso de sinodalidad que ha tocado todos los rincones de nuestra diócesis en los últimos meses. El pasaje evangélico tradicional de la Misa Crismal, el discurso inaugural de Jesús, es también Palabra inspirada para nuestros encuentros regionales, porque la unción del Espíritu del Señor es el motor que impulsa, litúrgica y pastoralmente, la renovación y un Año de Favor, un don que el mundo no es capaz de dar ni sostener.
Al reunirnos en unidad y solidaridad eucarística, es importante que sepamos y apreciemos que uno de los temas y esperanzas dominantes expresados en toda la diócesis en el proceso del Sínodo es un deseo profundamente arraigado de sanación y unidad. Por un lado, este anhelo identifica la pérdida, el dolor y las relaciones rotas por el impacto de la pandemia. Más allá de este quebrantamiento, el grito del espíritu humano por la sanación y la unidad, fruto de la Unción del Espíritu Santo, surge también de las divisiones que plagan nuestra iglesia y sociedad, la violencia y los asesinatos en nuestras comunidades, las guerras que atentan contra la dignidad de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios, el dolor de las víctimas de abusos sexuales, las que todavía languidecen y anhelan la curación, y las penas y luchas que agobian a los fieles que necesitan reconciliación.

Esta herida generalizada es el mal fruto del pecado, original y personal, en la iglesia, en la vida familiar y en el mundo. El Papa Francisco es sabio cuando observa que la Iglesia en su esencia es un hospital de campaña, que brinda sanación y esperanza a la humanidad, espiritual y físicamente.

Sufrimos estos ataques contra el don de la vida de Dios, pero lo hacemos con esperanza debido a la victoria de nuestro Señor Jesucristo en su muerte y resurrección que da vida. Él murió para liberar a los oprimidos por el pecado y la injusticia, y tenemos el poder y los medios para hacerlo.

Somos un pueblo Emaús al que el Señor acompaña en el camino para reconducir nuestro camino cuando estamos perdidos; permanece con nosotros en la Eucaristía, en la fracción del pan por el derramamiento de su sangre en la Cruz.

Tenemos la Unción del Espíritu del Señor para la bendición y consagración de nuestros Santos Óleos, circulando por todas partes una temporada de refrigerio y un Año de Favor del Señor. Es la Iglesia como el Buen Samaritano vertiendo aceite y vino, caminando la milla extra, y sin calcular el costo, para cumplir la misión del Señor de fomentar la libertad duradera y eterna, ser una luz en la oscuridad y ser la buena noticia de la sanación y la unidad Es una tarea poderosa, y en los momentos de gracia, sabemos que no hay mejor manera de vivir.

En medio del sueño de Dios para la humanidad, y en el corazón de la Iglesia, está el sacerdote que es Ministro de la Palabra, de la Buena Noticia de Jesucristo, Administrador de los Sagrados Misterios, de los Sacramentos y Siervo-Líder. Los sacerdotes, como todos los bautizados, en las buenas y en las malas se alegran y luchan, dan gracias y piden perdón, buscan la comunidad y la amistad con el Señor con sus hermanos sacerdotes y con el pueblo de Dios.

Especialmente, en tiempos recientes, estoy agradecido a Dios por la generosidad y la perseverancia de nuestros sacerdotes que caminan la milla extra en el servicio al Señor y al pueblo de Dios, y en muchos casos por su esprit de corps (cuerpo de espíritu) mientras se unen unos a otros en apoyo fraternal. Agradezco a muchos en nuestra diócesis que cuidan y oran por los sacerdotes. En particular, hoy saludo a nuestros sacerdotes jubilados, que continúan soportando el calor del día, por así decirlo, esforzándose al servicio del Señor y del Pueblo de Dios. ¡Gracias! ¡Ustedes son una inspiración!

La Misa Crismal, cada año, celebra la convicción que trabajar en la Viña del Señor es responsabilidad de todos los bautizados. El proceso del Sínodo trajo, una y otra vez, a casa este estándar. En la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua, la renovación de las promesas del Bautismo en toda la iglesia universal nos vuelve a comprometer a todos con la misión y la visión del Señor Jesús, proclamadas por primera vez en la Sinagoga de Nazaret y selladas en su muerte y resurrección.

Pero en este día en la Diócesis de Jackson, de manera enfocada e intencional, la Iglesia llama a los fieles a invocar el Espíritu de Dios para bendecir a nuestros sacerdotes que renuevan sus votos al Señor, su unidad conmigo, su obispo y su compromiso con el Cuerpo de Cristo. Excepcionalmente, fueron ungidos y apartados y configurados para Cristo, el Sumo Sacerdote, para servir los anhelos más profundos de los fieles por la sanación y la unidad. Los sacerdotes necesitan sus oraciones para apoyar sus mejores intenciones a fin de vivir sus vocaciones, fiel y fructíferamente, como ministros de la Palabra de Dios, administradores de los misterios de Dios y siervos líderes. Gracias por su fe, esperanza y amor.

Caminamos por la fe a través de la Semana Santa

En los próximos días entraremos en la conmemoración y celebración de la muerte y resurrección vivificante del Señor. Es Semana Santa y en este Domingo de Ramos fijamos nuestra mirada en Jerusalén con el anuncio del Relato de la Pasión del Evangelio de Lucas.

 Desde la cruz en el Evangelio de Lucas, Jesús perdona a quienes lo crucificaron, acogió al ladrón arrepentido en el paraíso y encomendó su espíritu moribundo a Dios, su Padre, en amorosa sumisión. La pasión del Señor es una asombrosa historia de amor.

Obispo Joseph R. Kopacz

Para la mayoría de los fieles de la Iglesia Católica, el Domingo de Ramos culminará con la Misa de Pascua y la renovación de las promesas del Bautismo a la luz de la resurrección del Señor. Entre el Domingo de Ramos y la Pascua caminamos por fe, a través del Triduo Sagrado, compuesto por la Cena del Señor el Jueves Santo, la Conmemoración de la Pasión el Viernes Santo y la Vigilia Pascual el Sábado Santo por la noche celebrando la versión íntegra de la Semana Santa de la salvación, misión de nuestro Señor Jesucristo. Son liturgias reales que representan acontecimientos de hace casi dos mil años con el poder del Espíritu Santo para transformar nuestra vida y conformarla al Hijo amado de Dios en la humildad, la obediencia y la sumisión de la voluntad. Esta es la gracia y la belleza de la Semana Santa que nos espera.

El Jueves Santo y el Viernes Santo son el cumplimiento de la Pascua judía cuando el Siervo Sufriente derramó su vida por las ovejas. Durante la Conmemoración de la Pasión del Viernes Santo el profeta Isaías presenta la imagen del Siervo Sufriente como modelo para la crucifixión. “El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado, tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor. Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho al saberlo; el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos.” (Isaías 53:10-11)

El obispo Robert Barron en su reciente publicación “Eucaristía” hace evidente, hábilmente, la relación indispensable entre el sacrificio y la genuina comunidad y comunión. Esto último no es posible sin lo primero. El obispo Barron aplica la historia de la Fiesta de Babette para arrojar luz sobre la necesidad de la muerte de Cristo en la cruz para la vida del mundo y para su cuerpo, la iglesia. La Eucaristía brota del cuerpo partido y la sangre derramada en el sacrificio. Las Escrituras reflexionan profundamente sobre este supremo acto de amor. “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” (Juan 15:13)

Asimismo, en la Última Cena del Evangelio de Juan, el siguiente pasaje introduce el lavatorio de los pies de los apóstoles. “Jesús sabía que había llegado la hora de que él dejara este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.” (13:1)

San Pablo, que no estuvo presente en la Última Cena, pero experimentó el amor imperecedero del Señor después de la resurrección, tal como lo hacemos nosotros, anima nuestra fe en su carta a los Romanos. “¡Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros! Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?” (8:31-32) “¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!” (39) La obediencia y la humillación de Cristo brotaron de una disposición interior y de una perfecta voluntad de preferir nuestro bien al suyo, y nuestra vida a la suya.

La libertad genuina requiere sacrificio, y no hay mejor lugar para comenzar y terminar que teniendo “… unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él.” (Fil 2:5-6) La obediencia y la disposición interior del discípulo reposarán en la convicción de que “ … que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha.” (Juan 12:24) Por lo menos la mayoría de las veces, el desinterés, la abnegación y el deseo del bien de los demás son las normas para nuestras vidas.

“Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame.” (Mt 16:24) Mientras caminamos por la fe a través de la Semana Santa para seguir fielmente al Buen Pastor hacia la alegría de la Pascua, que la siguiente oración de San Ignacio de Loyola revele nuestra disposición interior.

” Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.

Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello
según Vuestra Voluntad.

Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan.
Amén.

Walk by faith through Holy Week

In the days ahead we enter into the commemoration and celebration of the Lord’s life-giving death and resurrection. It is Holy Week and on this Palm Sunday weekend we fix our gaze toward Jerusalem with the proclamation of the Passion Narrative from the Gospel of Luke. From the Cross in Luke’s Gospel Jesus forgives those who crucified him, welcomed the repentant thief into paradise, and commended his dying spirit to God his Father in loving submission. The passion of the Lord is an amazing love story. For most of the faithful in the Catholic Church Palm Sunday will culminate with Mass on Easter with the renewal of the promises of Baptism in the light of the Lord’s resurrection.

Bishop Joseph R. Kopacz

Between Palm Sunday and Easter, we walk by faith through the Sacred Triduum, comprised of the Lord’s Supper on Holy Thursday, the Commemoration of the Passion on Good Friday, and the Easter Vigil on Holy Saturday evening celebrating the unabridged Holy Week version of the saving mission of our Lord Jesus Christ. These are royal liturgies that re-present the events of nearly two thousand years ago with the power of the Holy Spirit to transform our lives and conform them to the beloved Son of God in humility, obedience and submission of will. This is the grace and beauty of Holy Week that await us.

Holy Thursday and Good Friday are the fulfillment of the Jewish Passover  when the Suffering Servant poured out his life for the sheep. During the Commemoration of the Passion on Good Friday the prophet Isaiah presents the image of the Suffering Servant as the pattern for the crucifixion. “God desired to afflict him with sufferings, and he offered his life as a sacrifice for sin. For this he will see his descendants in a long line, and the plan of God will prosper in his hands.” (Isaiah 53:10-11) 

Bishop Robert Barron in his recent publication “Eucharist” deftly makes evident the indispensable relationship between sacrifice and genuine community and communion. The latter is not possible without the former. Bishop Baron applies the story of Babette’s Feast to shed light on the necessity of Christ’s death on the cross for the life of the world, and for his  body, the church. The Eucharist flows from the body broken and blood poured out in sacrifice. The Scriptures reflect profoundly on this supreme act of love. “Greater love has no man than this, to lay down one’s life for his friends.” (John 15:13)

Likewise, at the Last Supper in John’s Gospel the following passage introduces the washing of the apostles’ feet. “When Jesus knew that his hour had come to depart this world to the Father, having loved his own who were in the world, he loved them to the end.” (13:1)

St. Paul who was not present at the Last Supper, but experienced the Lord’s undying love as we do, post-resurrection, animates our faith in his letter to the Romans. “If God is for us, who can be against us? God did not spare his own Son, but delivered him up for us all, will he not give us all things with him?” (8:31-32) “Nothing will be able to separate us from the love of God in Christ Jesus our Lord.” (39) Christ’s obedience and humiliation flowed from an interior disposition and a perfect will to prefer our good to his own, and our life to his own.

Genuine freedom requires sacrifice, and there is no better place to begin and end than “having the same mind that was in Christ Jesus, who, though he was in the form of God did not count equality with God, a thing to be grasped.” (Phil 2:5-6) The disciple’s obedience and inner disposition will rest upon the conviction that “unless the grain of wheat falls to the ground and dies, it remains just a grain of wheat, but if it dies, it produces much fruit.” (John 12:24) At least as often as not, selflessness, abnegation, and the desire of the good of another are the standards for our lives.

“If anyone would come after me, let him deny himself, take up his Cross and follow me.” (Mt 16:24) As we walk by faith through Holy Week to faithfully follow the Good Shepherd to the joy of Easter, may the following prayer of St. Ignatius reveal our inner disposition. “Take, Lord, receive all my liberty, my memory, my understanding, my whole will, all that I have and all that I possess. You gave it all to me, Lord; I give it all back to you. Do with it as you will, according to your good pleasure. Give me your love and your grace; for with this I have all that I need.”