Aperuit Illis y Domingo de la Palabra de Dios

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
En la fiesta de San Jerónimo, el 30 de septiembre de 2019, el Papa Francisco promulgó su Carta Apostólica Aperuit Illis, designando el tercer domingo de enero como Domingo de la Palabra de Dios. Esta bendita designación, un digno cumplido del Corpus Christi, la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, servirá con el tiempo para integrar y vivificar las Sagradas Escrituras en la vida litúrgica de la iglesia y en la vida diaria de los católicos. San Jerónimo dedicó su vida a la traducción de toda la Biblia al latín: el Antiguo Testamento desde el idioma Hebreo y el Nuevo Testamento desde el Griego.

El Papa Francisco, en su Carta Apostólica anhela que “apreciemos las riquezas inagotables contenidas en el diálogo constante con y entre la Palabra de Dios, el Señor resucitado y su pueblo.”

La Biblia es una palabra viva, formada por el Espíritu Santo durante dos mil años y proclamada, predicada, estudiada y enseñada durante los próximos dos mil años en lo que nosotros, como católicos, aceptamos como una tradición. Es la Palabra viva de Dios, el corazón y el alma de la vida y el ministerio de la iglesia, la que continúa formando el cuerpo del Señor, la iglesia. “Los cielos y la tierra pasarán, pero Mi Palabra nunca pasará.” Lucas 21:33

Obispo Joseph R. Kopacz

Las Sagradas Escrituras que la Iglesia Católica en todo el mundo proclamó el fin de semana pasado retrataron maravillosamente el diálogo siempre activo entre el Señor resucitado y su cuerpo, a través de la Palabra viva de Dios.

En el Evangelio del domingo, en la sinagoga de Nazaret, el Señor enrolla el pergamino del profeta Isaías después de anunciar la liberación, la libertad, la vista a los ciegos y un año de gracia y favor proclamando “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.” Lucas 4:21

¿Por qué? Porque Jesús es la Buena Noticia que viene con la salvación para todos los que escuchan su voz y se hacen sus discípulos.

Toda la Escritura está inspirada por Dios (2Tim 3:16) y tiene la intención de llevarnos a Jesucristo, pero sin duda, las palabras más importantes de toda la Biblia son la ipsissima verba de Jesús, sus propias palabras.

Su discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret, donde fue miembro toda su vida, se encuentra entre algunos de los más inspiradores y esperanzadores. En la primera lectura del Libro de Nehemías el fin de semana pasado, Esdras, el sacerdote y escriba, habló a los israelitas que se reunieron para escuchar la Palabra de Dios después de años en el exilio. “…hoy es un día dedicado a nuestro Señor., No estén tristes, porque la alegría del Señor es nuestro refugio.” (Nehemías 8:10) Nosotros podemos tomar en serio estas palabras de aliento cada vez que nos reunimos en fe.

Aperuit Illis es el título de la Carta Apostólica del Papa Francisco que inauguró el “Domingo de la Palabra de Dios.” Aperuit Illis, literalmente significa “les abrió” y está tomado de la aparición de la resurrección en el camino a Emaús.
Este año, mientras nos esforzamos por profundizar nuestro amor por el Señor en el Año de la Eucaristía, volvamos a la historia de Emaús cuando el Señor resucitado caminó con dos de sus discípulos afligidos, grabando sus palabras en sus corazones, abriendo sus mentes, para entender las escrituras que se referían a Él y luego sus ojos para reconocerlo en la fracción del pan.

Finalmente, los dos discípulos salieron corriendo del lugar donde se encontraban para anunciar la Buena Nueva. Este pasaje de las Escrituras es el paradigma de la Misa, cuando somos alimentados en la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía, y, luego, al concluir nuestro culto, somos enviados a anunciar el Evangelio con nuestras vidas.

En cuanto a la Palabra de Dios en otros escenarios además de la Misa, creemos que Dios siempre nos está invitando a crecer en nuestra fe y en nuestro amor por las Escrituras. En el Libro de Apocalipsis, tenemos el amado pasaje que se ha convertido en la pieza central de la iniciativa de Dios. “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.” Apocalipsis 3:20

El Papa Francisco nos anima, “si escuchamos su voz y abrimos las puertas de nuestras mentes y corazones, entonces él entrará en nuestras vidas y permanecerá con nosotros.” Que nos sintamos cómodos con la Biblia en cualquier forma posible en nuestra vida diaria.

En estación y fuera de estación, en las buenas y en las malas, que el gozo del Señor sea nuestra fortaleza. Con nuestra Santísima Madre y todos los santos, que escuchemos la Palabra de Dios y la pongamos en práctica. Que la proclamación de la Palabra de Dios, cada fin de semana, ilumine nuestras mentes y corazones para saber que el Señor siempre está cerca.

Holy Trinity at work in diocese

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
This past weekend we celebrated the Baptism of the Lord, the culmination of the Christmas season when the voice of our loving God resounded over the Jordan River after the baptism of his beloved Son who stood as one with his Father in heaven, bathed in the light of the hovering Holy Spirit. In that moment at the outset of Jesus’ public ministry, the loving unity of the Holy Trinity was proclaimed for all to hear.

Indeed, “God is love.” God the Father’s voice was the reassurance for all of the voices of the patriarchs and prophets, kings and suffering servants yearning for the Messiah over centuries. When the fullness of time unfolded, we heard the voices of the angels, shepherds and magi, the testimony of Matthew, Mark, Luke and John our beloved evangelists, and finally the testimony of John the Baptist, “behold the Lamb of God.”

Through faith and baptism, we are center stage in this divine drama. On the one hand this is largely evident when we raise up our voices in prayer, especially at Mass. When we choose to keep holy the “Lord’s Day” and gather in our churches as the Body of Christ, by God’s grace; we can recognize that we too are God’s beloved children, sisters and brothers in Jesus Christ, and temples of the Holy Spirit.

Bishop Joseph R. Kopacz

Remember the Lord’s assurance, that “the least born into the Kingdom of Heaven is greater than John the Baptist” and all who preceded him. The heavens were opened at the moment of Jesus’ baptism and remain permanently so in his death and resurrection so that the glory of God will shine forever on the face of Jesus Christ.

The star of faith enlightens our minds and hearts to know that love is our origin, love is our constant calling, and love is our fulfillment in heaven. The church by its very nature is the sacrament of salvation pointing the way to the heavens for all the world to see.

On the other hand, standing upon the cornerstone of faith in the divine drama, all the baptized, grafted onto to the vine are intended, by God’s design and grace, to live as God’s beloved in the world. The church throughout the world and on the local level is a living body where the least, as St. Paul eloquently wrote, are given special attention. Our faith in Jesus Christ is deeply personal and at the same time, never individualistic. Grafted on the vine of Jesus Christ, we are members of his body with different gifts, ministries and works for the common good beginning at home, in the church and in the world.

As you turn the pages of this edition of the Mississippi Catholic, I invite you to do so through the lens of our unity with the Holy Trinity and the bond that is established with one another through faith and baptism. For example, the Catholic Service Appeal is very balanced in its structure and purpose. Each year your generosity strengthens the Body of Christ throughout the Diocese of Jackson through many ministries, while also serving many on the margins of our communities through Catholic Charities who may never be able reciprocate in turn. Thus, our Service Appeal is genuinely Catholic.

The Synod on Synodality that is well underway in the Diocese of Jackson and in the church throughout the world is an extraordinary way to raise up our voices in prayer and dialogue. Although gatherings will occur in our parishes and other ministries at different times throughout February, the prayer and scriptures passages that guide these encounters will be the same for everyone, a visible sign of the unity that the Lord intends, and an opportunity to strengthen this bond under the hovering presence of the Holy Spirit and the loving gaze of our God.

Lastly, we can understand the annual diocesan report through the lens of this bond of unity. There are many moving parts in a complex organization that must be managed, and the Diocese of Jackson is no different in this respect. Yet, on the deeper level we pray to never forget who we are so that all our daily labor in support of our ministries is not a matter of maintenance, but truly of mission.

We are God’s children now, members of the body of the Beloved Son of God, encouraging one another to be fully alive with the mind and heart of Jesus Christ. May our voices and actions point the way for our struggling and suffering world.

All that we do as the Catholic Diocese of Jackson is the work of our faith and baptism in the power of the Holy Trinity.

Santísima Trinidad trabajando en la Diócesis

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Este fin de semana pasado celebramos el Bautismo del Señor, la culminación de la temporada navideña, momento en que resonó la voz de nuestro amoroso Dios sobre el río Jordán; después del bautismo de su amado Hijo, quien se mantuvo como uno con su Padre en el cielo, bañado de la luz del Espíritu Santo que revoloteaba. Al comienzo del ministerio público de Jesús, se proclamó en ese momento para que todos la escucharan la unidad amorosa de la Santísima Trinidad.

De hecho, “Dios es amor” la voz de Dios Padre fue la promesa consoladora de todas las voces de los patriarcas, profetas, reyes y siervos sufrientes que anhelaban al Mesías durante siglos. Cuando la plenitud de los tiempos se desplegó, escuchamos las voces de los ángeles, pastores y Reyes Magos, el testimonio nuestros amados evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan y finalmente el testimonio de Juan el Bautista al proclamar “He aquí el Cordero de Dios.”
A través de la fe y el bautismo, somos el centro del escenario en este drama divino. Por un lado, evidentemente, cuando elevamos nuestras voces en oración, especialmente en la Misa. Cuando elegimos santificar el “Día del Señor” y reunirnos en nuestras iglesias como el Cuerpo de Cristo, por la gracia de Dios; podemos reconocer que nosotros también somos hijos amados de Dios, hermanas y hermanos en Jesucristo, y templos del Espíritu Santo.

Obispo Joseph R. Kopacz

Recuerde que el Señor asegura que “el pequeño nacido en el Reino de los Cielos es mayor que Juan el Bautista” y todos los que lo precedieron. Los cielos fueron abiertos en el momento del bautismo de Jesús y permanecen permanentemente así, en su muerte y resurrección, para que la gloria de Dios resplandezca para siempre en el rostro de Jesucristo.

La estrella de la fe ilumina nuestras mentes y corazones para saber que el amor es nuestro origen, el amor es nuestro llamado constante y el amor es nuestro cumplimiento en el cielo. La iglesia, por su propia naturaleza, es el sacramento de la salvación que señala el camino a los cielos para que todo el mundo lo vea.

Por otra parte, sobre la piedra angular de la fe en el drama divino, todos los bautizados, injertados en la vid, están destinados, por designio y gracia de Dios, a vivir como amados de Dios en el mundo. La iglesia en todo el mundo y a nivel local, es un cuerpo vivo donde los últimos, como escribió elocuentemente San Pablo, reciben una atención especial. Nuestra fe en Jesucristo es profundamente personal y, al mismo tiempo, nunca es individualista. Injertados en la vid de Jesucristo, somos miembros de su cuerpo con diversos dones, ministerios y obras para el bien común, comenzando en el hogar, en la iglesia y en el mundo.

Al pasar las páginas de esta edición del Mississippi Catholic, los invito a hacerlo a través del lente de nuestra unidad con la Santísima Trinidad y el vínculo que se establece entre nosotros a través de la fe y el bautismo. Por ejemplo, la Campaña de Servicio Católico es muy equilibrada en su estructura y propósito. Cada año, su generosidad fortalece el Cuerpo de Cristo en toda la Diócesis de Jackson a través de muchos ministerios, al tiempo que sirve a muchos en los márgenes de nuestras comunidades, a través de Caridades Católicas, los cuales tal vez nunca puedan corresponder a su vez. Por lo tanto, nuestro llamado de servicio es genuinamente Católico.

El Sínodo sobre la Sinodalidad que está en marcha en la Diócesis de Jackson y en la iglesia de todo el mundo es una forma extraordinaria de elevar nuestras voces en oración y diálogo. Aunque habrá reuniones en nuestras parroquias y otros ministerios, en diferentes momentos a lo largo de febrero, la oración y los pasajes de las Escrituras que guían estos encuentros serán los mismos para todos, una señal visible de la unidad que el Señor desea y una oportunidad para fortalecer este vínculo bajo la presencia arrebatadora del Espíritu Santo y la mirada amorosa de nuestro Dios.

Por último, podemos entender el informe diocesano anual a través del lente de este vínculo de unicidad. Hay muchas partes móviles que deben administrarse en una organización compleja y la Diócesis de Jackson no es diferente en este respecto. Sin embargo, en un nivel más profundo, oramos para nunca olvidar quiénes somos para que todo nuestro trabajo diario en apoyo de nuestros ministerios no sea una cuestión de mantenimiento, sino verdaderamente de misión.

Ahora, somos hijos de Dios, miembros del cuerpo del Amado Hijo de Dios, animándonos unos a otros a vivir plenamente con la mente y el corazón de Jesucristo. Que nuestras voces y acciones señalen el camino para un mundo que lucha y sufre.

Todo lo que hacemos como Diócesis Católica de Jackson es trabajo de nuestra fe y del bautismo, en el poder de la Santísima Trinidad.

Food for the journey – His own body and blood

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
The celebration of the Incarnation, the beginning of the culmination of God’s plan of salvation for humanity, will be celebrated throughout the Christian world over next weekend on the Solemnity of Christmas. In many countries the Lord’s birth will be commemorated at home or in smaller family clusters, but for the majority of the faithful there will be the joyful gatherings in churches with a wide range of languages and customs. For the throngs who do “go to church,” it will be for the celebration of the sacrifice of the Mass, the divine Liturgy, the holy Eucharist, to give thanks to God who so loved the world that he sent his only Son. (John 3:16)

Bishop Joseph R. Kopacz

Next weekend there will be the pastoral challenge in the Catholic world of coordinating the schedule of Masses for Christmas eve, Christmas day, and the Masses for Sunday – the feast of the Holy Family. But whatever Masses we attend let us not lose sight of one of the most sublime mysteries of our faith in the Lord Jesus, the bond between his birth, the Incarnation, and the Mass, when and where we celebrate his death and resurrection.

The link between the words from the prologue of the Gospel of John and the words of consecration from the other three evangelists, Matthew, Mark and Luke, as well as St. Paul are enlightening.

From the prologue:
– “And the Word became flesh and dwelt among us, and we have seen his glory, the glory as of the only Son from the Father, full of grace and truth.” (John 1:14)

– The Lord himself handed on to the church, beginning at the Last Supper and continuing for all time, his words of institution and consecration. (Matthew, Mark, Luke and St. Paul) “While they were eating, Jesus took bread, and when he had given thanks, he broke it and gave it to his disciples, saying, Take and eat; this is my body. Then he took a cup, and when he had given thanks, he gave it to them, saying, Drink from it, all of you. This is my blood of the covenant, which is poured out for many for the forgiveness of sins.” (Matthew 26:26-28)

– Several chapters later in John’s Gospel, the Lord unwaveringly wedded his Incarnation with the Eucharist. “I am that living bread come down from heaven! Everyone who eats it will live forever. And the bread I will give is my flesh for the life of the world.” (John 6:51)

Throughout the Christmas season, the Octave of Christmas, and its sacred interval through Jan. 9, 2022 – the feast of the Baptism of the Lord – there is ample time to cherish the fullness of our faith in the Son of God.

Jesus Christ is the true light that has come into the world, so that whoever accepts him is granted the power to be children of God. Each time we gather at Mass as his Body – the church – the risen Christ reveals his glory to us, the glory as of the Father’s only Son, full of grace and truth.

Whenever someone doubts or rejects the real presence of the risen Christ in the bread and wine, which can occur for many reasons, a good place to revisit is the Incarnation of the Son of God.

In the power of the Holy Spirit pray for the grace and truth to see with the eyes of the heart the humanity and divinity of the child Jesus, and the crucified and risen Lord. He shines in glory in His resurrected body at the right hand of the Father and intercedes on behalf of his Body, the church, in this world.

Of course, he would want to feed us with exceptional food and drink – His own body and blood – food for the journey.

As, we grapple with this sublime mystery at various intervals over our life span, and we pray for one another to persevere, as individuals, families and friends with our feet firmly planted in God’s good creation as children of the Most High, who never lose sight of the beckoning horizon of eternal life.

Merry Christmas and peace on earth and goodwill toward all!

Su propio cuerpo y sangre: comida para el viaje

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
La celebración de la Encarnación, comienzo de la culminación del plan de salvación de Dios para la humanidad, se celebrará en todo el mundo cristiano el fin de semana en la solemnidad de Navidad. En muchos países, el nacimiento del Señor se conmemorará en el hogar o en grupos familiares más pequeños, pero para la mayoría de los fieles, habrá reuniones alegres en iglesias con una amplia gama de idiomas y costumbres. Para las multitudes que sí “van a la iglesia”, será para la celebración del sacrificio de la Misa, la Divina Liturgia, la Sagrada Eucaristía, para dar gracias a Dios que tanto amó al mundo que envió a su único Hijo. (Juan 3:16)

El próximo fin de semana tendrá lugar el desafío pastoral en el mundo católico de coordinar el horario de las Misas de Nochebuena, día de Navidad y las Misas del domingo, fiesta de la Sagrada Familia. Pero sean cuales sean las Misas a las que asistamos, no perdamos de vista uno de los misterios más sublimes de nuestra fe en el Señor Jesús, el vínculo entre su nacimiento, la Encarnación y la Misa, cuando y donde celebramos su muerte y resurrección.

Obispo Joseph R. Kopacz

El vínculo entre las palabras del prólogo del Evangelio de Juan y las palabras de consagración de los otros tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, así como de San Pablo, es esclarecedor.

Del prólogo:
– “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (Juan 1:14)

– El mismo Señor transmitió a la Iglesia, comenzando por la Última Cena y para siempre, sus palabras de institución y consagración. (Mateo, Marcos, Lucas y San Pablo) “Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: Tomen y coman, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, diciendo: Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” (Mateo 26:26-28)

– Varios capítulos más adelante en el Evangelio de Juan, el Señor enlazó inquebrantablemente su Encarnación con la Eucaristía. “¡Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; ¡el que come de este pan, vivirá para siempre! El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo.” (Juan 6:51)

A lo largo de la temporada navideña, la octava de Navidad y su intervalo sagrado hasta el 9 de enero de 2022, la fiesta del Bautismo del Señor, hay tiempo suficiente para apreciar la plenitud de nuestra fe en el Hijo de Dios.

Jesucristo es la verdadera luz que ha venido al mundo para que a quien lo acepte se le conceda el poder de ser hijo de Dios. Cada vez que nos reunimos, la iglesia como su Cuerpo, en la Misa Cristo resucitado nos revela su gloria, la gloria como del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Siempre que alguien dude o rechace la presencia real de Cristo resucitado en el pan y el vino, lo que puede ocurrir por muchas razones, un buen lugar para volver a visitar es la Encarnación del Hijo de Dios.

En el poder del Espíritu Santo, oren pidiendo la gracia y la verdad de ver con los ojos del corazón la humanidad y la divinidad del niño Jesús, y del Señor crucificado y resucitado. Él brilla en gloria en su cuerpo resucitado a la diestra del Padre e intercede en nombre de su Cuerpo, la Iglesia en este mundo.

Por supuesto, él querría alimentarnos con comida y bebida excepcionales, su propio cuerpo y sangre, comida para el viaje.

Mientras, lidiamos con este sublime misterio en varios intervalos a lo largo de nuestra vida; oramos unos por otros para perseverar, como individuos, familias y amigos con los pies firmemente plantados en la buena creación de Dios y creer como hijos del Altísimo, que nunca pierden de vista el horizonte desde donde se te hace señas de vida eterna.

¡Feliz Navidad y paz en la tierra para con todos los hombres de buena voluntad!

Permita al Señor preparar nuestros corazones y mentes

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Después de la gran solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo y la culminación de otro año de la iglesia, fluimos sin problemas hacia la temporada de Adviento cuando la Palabra de Dios dirige nuestra mirada hacia la vida eterna, más allá del tiempo y del espacio. Es la temporada de luz en medio de las tinieblas, cuando nos preparamos para la venida final del Señor, en todo momento y en Navidad.

Ven, Señor Jesús, porque tú eres nuestra esperanza y paz, el camino y la verdad que puede guiarnos a la luz de la fe, a través de la incertidumbre y la vulnerabilidad.

La pandemia, junto con otras amenazas al bienestar digno de la humanidad, continúa intensificando los problemas personales y sociales, además de inspirar una resistencia asombrosa y una preocupación amorosa por los demás. Es una realidad que pone ante mí las atemporales palabras de Charles Dickens, en Historia de Dos Ciudades, muy adecuadas para la temporada de Adviento y para la época en que vivimos:
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.”

Obispo Joseph R. Kopacz

Cómo cada uno de nosotros, sabia y justamente, elige en las circunstancias y pruebas de nuestra vida, mientras nos cuidamos unos a otros, esto hace toda la diferencia en el mundo. Nuestro Dios de salvación nos llama a buscar lo mejor de lo que este mundo tiene para ofrecer: sabiduría, fe, luz, esperanza y una visión para la vida eterna cuando, en verdad, lo tendremos todo.

En algunos días no es fácil, pero en medio del torbellino recordamos que todo es posible para Dios. El Adviento es una temporada sagrada que nos invita a renovar nuestro compromiso con la reconciliación, la esperanza, la justicia y la paz.

La última mitad de mi columna de esta semana es una parte sustancial de mi carta anual de Adviento / Navidad, enviada a toda la gente en casa y en la diócesis:
“Espero que hayan experimentado muchas más bendiciones que cargas el año pasado. En el gran estado de la Magnolia, en toda la Diócesis de Jackson y al igual que en muchas organizaciones y eventos, ha habido un regreso constante a nuestras iglesias y una mayor participación en varios ministerios, con nuestras escuelas a la vanguardia hasta bien entrado el segundo año de la pandemia.

En el tiempo que se avecina, esperamos con ansias el Año de la Eucaristía a medida que los feligreses regresen a la iglesia en mayor número, y durante los próximos cuatro meses a reuniones en toda la diócesis en respuesta al desafío del Papa Francisco a la iglesia de permitir que el Santo Espíritu hable a través de todos los católicos bautizados.

En el ámbito personal, mi querido perro de 14 años, Amigo, tomó su último aliento el 5 de abril, lunes de Pascua. Vivió 14 años, siete como norteño y siete como sureño, una vida verdaderamente encantadora. No se necesita explicación con respecto al vacío que dejó su fallecimiento.

Por otro lado, más tarde en octubre, estando mi hermana Mary Ellen aquí de vacaciones, hicimos un descubrimiento asombroso entre las cartas de cortejo de mi padre a mi madre durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Dentro del paquete de su correspondencia de Italia, donde sirvió durante la guerra, había varias cartas con matasellos de, ¡adivinen de dónde!; … la Base de la Fuerza Aérea en Columbus, Mississippi.”

¡Sorpresa, sorpresa! Justo hasta ese momento del descubrimiento, siempre había dicho que ‘nunca había conocido a nadie personalmente que hubiera vivido o viviera en Mississippi antes de mi asignación aquí.’ Comencé mi servicio aquí hacia fines de 2013; Papa (Pop) comenzó su servicio aquí a principios de 1943. Mis raíces en Mississippi son bastante profundas, se remontan a casi 70 años después.

Según la providencia y el destino, fui consagrado e instalado como el undécimo obispo de la Diócesis de Jackson el 6 de febrero, el mismo día del cumpleaños de mi padre. ¡Caramba, eso nunca lo vi venir!“

Que el tiempo de Adviento que se ha abierto ante nosotros permita al Señor preparar nuestros corazones y mentes para esperar su venida, para que en Navidad nuestras voces griten sin tregua y a pleno pulmón con el coro de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra.”

Let us prepare our hearts and minds

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Following the great Solemnity of Jesus Christ, King of the Universe, the culmination of the church year, we seamlessly flow into the season of Advent when the Word of God directs our gaze beyond time and space to eternal life. It is the season of light in the midst of darkness, when we prepare for the coming of the Lord at the end, at every moment and at Christmas.

Come, Lord Jesus, for you are our hope and peace, the way and the truth who can shepherd us through uncertainty and vulnerability by the light of faith.

The pandemic, along with other threats to the dignified well-being of humanity, continues to intensify personal and social woes, as well as inspire amazing resiliency and loving concern for others. It’s a reality that places before me the timeless words of Charles Dickens that are quite fitting for the season of Advent, and for the times in which we live.

“It was the best of times, it was the worst of times, It was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was a time of light, it was a time of darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair; we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way.”

Bishop Joseph R. Kopacz

How each of us chooses wisely and justly in the circumstances and trials of our lives while caring for one another makes all the difference in the world. Our God of salvation calls us to pursue the best of what this world has to offer: wisdom, belief, light, hope and a vision for eternal life when indeed we will have everything.

It’s not easy on some days, but in the midst of the whirlwind we recall that all things are possible with God. Advent is a sacred season, inviting us to recommit ourselves to reconciliation and hope, justice and peace.

The last half of my column this week is a substantial part of my annual Advent/Christmas letter sent to the folks back home and in the diocese.

“I hope y’all have experienced far more blessings than burdens this past year. In the great Magnolia State throughout the Diocese of Jackson, as with many organizations and events, there has been a steady return to our churches, and greater participation in various ministries, with our schools at the forefront well into the second year of the pandemic. In the time ahead, we are looking forward to the Year of the Eucharist as parishioners return to church in greater numbers, and over the next four months to gatherings throughout the diocese in response to Pope Francis’ challenge to the church to allow the Holy Spirit to speak through all baptized Catholics.”

“In the personal sphere, my dear dog of 14 years, Amigo, took his last breath on Easter Monday, April 5. He lived 14 years almost to the day, seven as a northerner, and seven as a southerner, truly a charmed life. No explanation is needed regarding the void from his passing.”

“On the other hand, later in the year in October, when my sister Mary Ellen was here on vacation, we made an astonishing discovery among my father’s courtship letters to my mother during the World War II years. Within the pack of his correspondence from Italy where he served during the war were several postmarked letters from, guess where – the Air Force Base in Columbus, Mississippi.”

“Surprise, surprise! Right up to that moment of discovery, I had always stated that ‘I’ve never known anyone personally who had lived or lives in Mississippi before my assignment here.’ I began my service here toward the end of 2013; Pop began his service here toward the beginning of 1943. My roots in Mississippi are quite deep after all, going back nearly 80 years. As providence and fate would have it, I was consecrated and installed as the 11th bishop of the Diocese of Jackson on February 6, my father’s birthday. Golly, I never saw that coming!”

May the season of Advent that has opened up before us allow the Lord to prepare our hearts and minds to await his coming so that on Christmas our voices will cry out full throated and unsparingly with the choirs of angels, “Glory to God in the highest and peace on earth.”

As Samaritan woman, let us live in light of the Lord

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
It is with great joy that we begin a formal Year of the Eucharist on this weekend, the Feast of Christ the King. As Catholics we have celebrated the Eucharist or offered the Holy Sacrifice of the Mass for nearly two millennia, always striving to see the extraordinary in what is central to our Christian lives of prayer and worship. At the center of the sacred obligation to keep holy the Lord’s day, the 3rd commandment, is the Lord Jesus himself, Christ our King, inviting us to draw life from the living fountain of God’s loving mercy.

Consider the conversation with the Samaritan woman at the well in St. John’s Gospel and may we also drink in the living words of the thirsting Lord. “If you recognized the gift of God and who it is asking you for something to drink, you would have asked Him and he would have given you living water.” (John 4:10)

Bishop Joseph R. Kopacz

The Lord was thirsting for her faith as He does for ours, for us to see with the eyes of faith the great gift of God poured out on the Cross and gathered now in the heavenly realms. Of course, the Samaritan woman was not yet “seeing” and wondered where was the Lord’s bucket to draw from the depth of Jacob’s well. But, by the end of the conversation she had become a disciple who spread the Good News of the living God throughout her village.

Like the two disciples on the road to Emmaus for whom the words of the Lord also burned in their hearts, she too would come also to recognize him in the Breaking of the Bread, the gift of the Eucharist. The Catechism of the Catholic Church (1324-27) states that, “the Eucharist is the ‘source and summit’ of the Christian life. The other sacraments, and indeed all church ministries and works of the apostolate, are bound up with the Eucharist and are oriented toward it. For in the blessed Eucharist is contained the whole spiritual good of the church, namely Christ himself.”

The Word of God for this weekend’s feast of Christ the King exalts the crucified and risen one not only as the head of the church, but the Lord of all time and eternity. “Jesus Christ is the faithful witness, the firstborn of the dead and ruler of the kings of the earth. To him who loves us and has freed us from our sins by his blood, who has made us into a kingdom, priests for his God and Father, to him glory and power forever and ever. Amen. ’I am the Alpha and the Omega,’ says the Lord God, ‘the one who is and who was, and who is to come, the almighty.’” (Rev. 1:5-8)

This eternal drama of God’s love for us is ever ancient and ever new. The church’s cycle of worship in the Mass throughout the liturgical year, is always a culmination and a new beginning, the Alpha and Omega, who renews and refreshes our vision through the forgiveness of our sins.

As we enter into our diocesan “Year of the Eucharist” may we experience the joy of the rediscovery of the gift that is always before us, the encounter that transformed the life of the Samaritan woman and all others who are counted among the disciples of the Lord. The exhortation at the end of each Mass: “Go and announce the Gospel of the Lord” is our responsibility and privilege. Or perhaps we could say, put aside the things of this world that distract us, like buckets, and live in the light of the Lord.

Como mujer samaritana, vivamos a la luz del Señor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Es con gran alegría que comenzamos formalmente un Año de la Eucaristía este fin de semana, en la Fiesta de Cristo Rey. Como católicos, hemos celebrado la Eucaristía u ofrecido el Santo Sacrificio de la Misa durante casi dos milenios, siempre esforzándonos por ver lo extraordinario y fundamental que es para nuestras vidas cristianas de oración y adoración. En el centro de la obligación sagrada de santificar el día del Señor, el tercer mandamiento, está el mismo Señor Jesús, Cristo nuestro Rey, que nos invita a sacar vida de la fuente viva de la misericordia amorosa de Dios.

Considere la conversación con la mujer samaritana junto al pozo en el Evangelio de San Juan y que también bebamos en las palabras vivas del Señor sediento. “Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.” (Juan 4:10)

Obispo Joseph R. Kopacz

El Señor tenía sed de la fe de ella como la tiene de la nuestra, para que veamos con los ojos de la fe el gran don de Dios derramado en la Cruz y reunido ahora en los reinos celestiales. Por supuesto, la mujer samaritana aún no estaba “viendo” y se preguntó dónde estaba el cubo del Señor para sacar de la profundidad del pozo de Jacob. Pero, al final de la conversación, ella se había convertido en una discípula que difundió la Buena Nueva del Dios vivo por toda su aldea.

Como los dos discípulos en el camino de Emaús, para quienes también ardían en el corazón las palabras del Señor, ella también llegaría a reconocerlo en la Partición del Pan, don de la Eucaristía. El Catecismo de la Iglesia Católica (1324-27) afirma que “la Eucaristía es la ‘fuente y cumbre’ de la vida cristiana. Los demás sacramentos, y de hecho todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están ligados a la Eucaristía y están orientados a ella. Porque en la bienaventurada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo.”

La Palabra de Dios para la fiesta de Cristo Rey de este fin de semana exalta al crucificado y resucitado no solo como cabeza de la iglesia, sino como Señor de todos los tiempos y de la eternidad. “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de los muertos y gobernante de los reyes de la tierra. Al Él que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, que nos ha hecho un reino, sacerdotes para su Dios y Padre, para su gloria y poder por los siglos de los siglos. Amén. …’Yo soy el Alfa y la Omega’, dice el Señor, el Dios Todopoderoso, el que es y era y ha de venir.” (Apocalipsis 1: 5-8)

Este drama eterno del amor de Dios por nosotros es siempre antiguo y siempre nuevo. El ciclo de adoración de la iglesia en la Misa durante todo el año litúrgico es siempre una culminación y un nuevo comienzo, el Alfa y Omega que renueva y refresca nuestra visión a través del perdón de nuestros pecados.

Al entrar en nuestro “Año de la Eucaristía” diocesano, que experimentemos la alegría del redescubrimiento del don que siempre está ante nosotros, el encuentro que transformó la vida de la mujer samaritana y de todos los demás que se cuentan entre los discípulos de la Señor. La exhortación al final de cada Misa: “Ve y anuncia el Evangelio del Señor” es nuestra responsabilidad y privilegio. O quizás podríamos decir, dejemos de lado, como baldes, las cosas de este mundo que nos distraen y vivamos a la luz del Señor.

Year of the Eucharist invites harmony and solidarity

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Later this month on the Feast of Christ the King, the Diocese of Jackson will begin a Year of the Eucharist that is more than timely as we continue steadily to welcome back to Mass our Catholic faithful to take up their rightful place as members of the Body of Christ. We are not quite back to pre-pandemic numbers and vigor, but we have made significant strides. For active Catholics the sacrifice of the Mass is always the cornerstone for our faith in the crucified and risen Lord, and also at times the fertile ground for controversy in the modern era.

The first document of the Second Vatican council to be passed and presented to the Catholic world was Sacrosanctum Concilium by the near unanimous vote of 2174 to 4. This was Dec. 4, 1963, and in this document on the Sacred Liturgy that had priority of place among the eventual 16 documents of the Council, we read that the Council Fathers desired to “impart an ever increasing vigor to the Christian life of the faithful and to foster whatever can promote union among all who believe in Christ.”

Bishop Joseph R. Kopacz

It’s not surprising that they and we look to the celebration of the Eucharist, the sacrifice of the Mass, to strengthen the bonds of unity that should always be a labor of love among the children of God, perhaps especially in our generation. Furthermore, the council fathers stated that “the liturgy, through which the work of our redemption is accomplished, most of all in the divine sacrifice of the Eucharist, is the outstanding means whereby the faithful may express in their lives, and manifest to others, the mystery of Christ and the real nature of the true church.”

One of the well-known quotes of the Vatican Council came from this document. “The liturgy is the summit toward which the activity of the church is directed; at the same time it is the font from which all her power flows.”

This power of God’s undying love first flowed in the water and blood from the broken body and pierced side of Jesus on the Cross. These were the headwaters of the sacramental life of the church, specifically Baptism and the Eucharist, that have become a mighty river flowing through time.

The one priesthood of Jesus Christ begun on the Cross, is given birth at every baptism, and made manifest in the gathering of the People of God at Mass in Word and in Sacrament. Through Baptism and Holy Orders, the two forms of the priesthood, laity and ordained, become one as the Body of Christ gathering around the tables of Word and Sacrament, the Body and Blood of the Lord. The eyes of faith give us the privilege of seeing and celebrating this unbreakable bond between heaven and earth, the most exalted unity that is possible in this world. We become one with the ascended Lord Jesus to give praise to God the Father, in order to better fulfill our mission of salvation, and to build up God’s Kingdom on Earth, a kingdom of life, justice and peace. Indeed, this is the font from which our power flows.

Is this upcoming “Year of the Eucharist” a good fit with the recently proclaimed world-wide process of the Synod on Synodality? We respond with an unqualified yes, knowing that the theme for the Synod is “Communion, Participation and Mission,” which is solidly Eucharistic in purpose and process. As in the Liturgy, we want the voices of our Catholic faithful to be raised in dialogue throughout the Synod process.

The following quotations from Sacrosanctum Concilium illuminate a clear path for us for the Synod to sow the seeds that will provide an abundant harvest. “Mother Church earnestly desires that all the faithful should be led to that fully conscious, and active participation in liturgical celebrations which is demanded by the very nature of the liturgy. Such participation by the Christian people as “a chosen race, a royal priesthood, a holy nation, a redeemed people (1 Pet. 2:9; cf. 2:4-5), is their right and duty by reason of their baptism.” Likewise, we pray to approach the Synod as disciples of the Lord through fully conscious and active participation as a redeemed people seeking that unity for which Jesus ardently prays, allowing the Holy Spirit to bless and surprise us.

Finally, let us allow the dialogue and silence that are essential for our liturgical prayer as stated in the final quote from Sacrosanctum Concilium, resonate in our hearts and minds as we approach the Synod on Synodality.

“To promote active participation, the people should be encouraged to take part by means of acclamations, responses, psalmody, antiphons, and songs, as well as by actions, gestures, and bodily attitudes. And at the proper times all should observe a reverent silence.”

Through voices raised in dialogue, attitudes shaped by prayer, and silence cultivated out of respect for one another, we will experience a deeper sense of communion, participation and mission. Perhaps, we will achieve a harmony and solidarity under the guidance of the Holy Spirit at the level of 2174 to 4.