Presencia Permanente del Espíritu Santo

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y serán recreados y renovarás la faz de la tierra”.

Nuestras vidas están imbuidas del misterio del Espíritu Santo de Dios, cuya presencia llena de gracia está siempre obrando. Nunca podremos comprender plenamente el don y la grandeza de la manifestación de Dios en nuestras vidas, un misterio insondable, pero el Espíritu revela gradualmente lo que necesitamos cuando permanecemos abiertos en la fe.

Obispo Joseph R. Kopacz

De primordial importancia es nuestra relación con la Santísima Trinidad porque el Espíritu Santo ilumina nuestros corazones y mentes para saber que Jesús es el Señor y Dios es nuestro Padre. (1 Corintios 12) Dios que es amor ha derramado el don de sí mismo en la creación y la salvación y en Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida, nos muestra cómo vivir y amar en todas las circunstancias. Pero al igual que la Santísima Madre y los santos, debemos ser socios dispuestos.

La narración bíblica relata la obra primordial y temporal del Espíritu de Dios. Al principio, el Espíritu Santo se cernía sobre el caos y la oscuridad originales y creó luz y orden. El Espíritu de Dios habló a través de los profetas y creó significado y esperanza en la nación de Israel, preparando el camino para el tan esperado Mesías. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” porque María estaba viva en la fe y en su apertura dejó actuar al Espíritu Santo. (Juan 1:14) El Espíritu de Dios acompañó al Señor Jesús en cada paso de su ministerio terrenal (Lucas 10:21) y de la agonía de la muerte, lo resucitó a la vida eterna. (Romanos 8:11) En la Ascensión, los discípulos recibieron instrucciones de permanecer vigilantes esperando ser revestidos de “poder de lo alto”. (Lucas 24:49) El milagro de Pentecostés con el gran derramamiento del Espíritu Santo de Dios y el nacimiento de la iglesia cumplió todos sus anhelos.
Hay un patrón en esta generosa generosidad de la Divina Providencia que vemos en el derramamiento del Espíritu de Dios en la creación, la sangre y el agua que brotaron del Señor crucificado y el derramamiento del Espíritu en Pentecostés. Como Jesús declaró en la narración del Buen Pastor: “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Juan 10:10)

Dos mil años después, el Papa Francisco ha invitado a la iglesia de todo el mundo en el Sínodo sobre la sinodalidad a escuchar “lo que el Espíritu Santo dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:22) en una experiencia cada vez más profunda de comunión, participación y misión. La invitación del Santo Padre se basa en la creencia inquebrantable de que el Espíritu de Dios está siempre disponible para renovar la iglesia con el fervor de Pentecostés, evidencia de la vida más abundante que Jesús prometió. En nuestra Reimaginación Pastoral diocesana desde Pentecostés 2023 hasta Pentecostés 2024, basándose en las reuniones anteriores con la Sinodalidad, hemos confiado en el Espíritu Santo para que nos guíe en oraciones y conversaciones fructíferas para encender el don de la gracia de Dios que todos recibimos. en el bautismo.

Por supuesto, durante este tiempo de Avivamiento Eucarístico, el Espíritu Santo está convocando a la iglesia a una experiencia renovada de adoración como Cuerpo de Cristo que ofrece sacrificio y alabanza a Dios. Una vez reunidos es el Espíritu Santo quien abre nuestro corazón y nuestra mente para escuchar la palabra de Dios con la capacidad de ponerla en práctica. Es la invocación del Espíritu Santo, “el poder de lo alto” ante las palabras de institución que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

En última instancia, es la morada del Espíritu Santo (Romanos 8:9) quien nos despierta a la promesa de la vida eterna. En la morada del Espíritu Santo, considere los siete dones, los 12 frutos, las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor, y las cuatro virtudes cardinales de la prudencia, la templanza, la justicia y la fortaleza. Desde esta perspectiva comenzamos a comprender la abundancia de la que habló Jesús.

¿Dónde estaríamos si no fuera por la presencia y acción permanente del Espíritu Santo? Ven Espíritu Santo y llena los corazones de los fieles para que podamos celebrar dignamente las Solemnidades de la Santísima Trinidad, y el Cuerpo y la Sangre del Señor en los días venideros.

Ascension to Pentecost: Clothed with power from on High

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Before ascending from this world to his God and our God Jesus instructed his disciples to return to the Upper Room to await “to be clothed with power from on High.” (Luke 24: 49) To be outfitted with the Holy Spirit is a wonderful image of our intimacy with God and by wearing it well we remain in style to bear the message of salvation to every corner of the planet till the end of time.

The feast of the Ascension is the bridge between the Resurrection and Pentecost that completes God’s plan of salvation begun specifically in the Incarnation when “the Word became flesh and made his dwelling among us, and we beheld His glory, the glory as of the only begotten of the Father, full of grace and truth.” (John 1:14)

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Throughout the Gospel of John, it is uppermost in Jesus’ mind that he is to return to God the Father from where he came. “No one has ascended to heaven except the One who descended from heaven.” (John 3:13)

At the outset of the Last Supper before the washing of the disciples’ feet, his divine destiny was set in motion. “Before the feast of Passover, Jesus knew that his hour had come to pass from this world to the Father. He loved his own in this world and loved them to the end.” (John 13:1)

On course, the link between the Cross, the resurrection and the ascension is established. “Just as Moses lifted up the serpent in the desert, so must the Son of Man be lifted up, so that everyone who believes in him may have eternal life.” (John 3:14-15)

The Lord’s resurrection appearances in the four Gospels are remarkable, and yet shrouded in mystery. These encounters reveal the risen Lord in his glorified body, capable of eating (Luke 24:43) and of being touched (John 20:27) and of conversing in varied settings, on the road, at the beach, in the garden, in barricaded rooms and on mountaintops.

The Catechism of the Catholic Church in the first of its four major sections (Can we name the other three sections?) reflects upon the Ascension in the context of the Creed. (CCC 659-667) The transition of the risen Lord in his glorified body after the resurrection to his exalted body with his Ascension to the right hand of the Father forever (CCC 660) clears the way for the outpouring of the Holy Spirit in daily life and prepares a place for us in eternity.

“Only Christ could have opened this door for the human race, he who wished to go before us as our head so that we as members of his body may live with the burning hope of following him in His Kingdom.” (CCC 661)

St. Paul in his pastoral letter to Timothy elaborates upon our understanding of the outpouring of the Holy Spirit from on High. “For the Spirit God gives us is not one of fear and timidity, but of power, love, and self-discipline.” (2Tim 1:7)

Power, directed by loving discipline has the capacity to transform lives and to carry out the Lord’s Great Commission to bear the Gospel to all the nations. This is the power of God that forms the Church as One, Holy, Catholic and Apostolic, that all receive at Baptism, that is invoked upon our numerous young people who have been confirmed, that transforms the bread and wine into the Body and Blood of the Lord, and that we will call down upon Deacon Tristan Stovall and all who will be ordained in sacred orders.

As we heard in last Sunday’s first reading, the outpouring of the Holy Spirit upon Cornelius and his household, the first Gentile converts, truly a second Pentecost, came about through ardent prayer and joyful hope. Likewise, the Holy Spirit is at work in our homes and in our churches.

May we be vigilant in prayer and joyful in hope as we prepare to be clothed with power from on High this Pentecost for the promises of the Lord are fulfilled in every generation.

Ascensión a Pentecostés: Revestidos de Poder desde lo Alto

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Antes de ascender de este mundo a su Dios y nuestro Dios, Jesús ordenó a sus discípulos que regresaran al Cenáculo para esperar “hasta que reciban el poder que viene del cielo” (Lucas 24:49)

Estar equipados con el Espíritu Santo es una imagen maravillosa de nuestra intimidad con Dios y al usarlo bien permanecemos a la moda para llevar el mensaje de salvación a todos los rincones del planeta hasta el fin de los tiempos.

La fiesta de la Ascensión es el puente entre la Resurrección y Pentecostés que completa el plan de salvación de Dios iniciado específicamente en la Encarnación cuando “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (Juan 1:14)

Obispo Joseph R. Kopacz

A lo largo del Evangelio de Juan, lo más importante en la mente de Jesús es que debe regresar a Dios Padre, de donde vino. “Nadie ha subido al cielo sino Aquel que bajó del cielo.” (Juan 3:13)

Al comienzo de la Última Cena, antes del lavatorio de los pies de los discípulos, se puso en marcha su destino divino. “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13:1)

En el curso, se establece el vínculo entre la Cruz, la resurrección y la ascensión. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna.” (Juan 3:14-15)

Las apariciones del Señor resucitado en los cuatro evangelios son notables y, sin embargo, están envueltas en un velo de misterio. Estos encuentros revelan al Señor resucitado en su cuerpo glorificado, capaz de comer (Lucas 24,43) y de ser tocado (Juan 20:27) y de conversar en ambientes variados, en el camino, en la playa, en el jardín, en habitaciones barricadas y en las cimas de las montañas.

El Catecismo de la Iglesia Católica en la primera de sus cuatro secciones principales (¿Podemos nombrar las otras tres secciones?) reflexiona sobre la Ascensión en el contexto del Credo. (CCC 659-667) La transición del Señor resucitado en su cuerpo glorificado después de la resurrección a su cuerpo exaltado con su Ascensión a la diestra del Padre para siempre (CCC 660) despeja el camino para el derramamiento del Espíritu Santo en el diario vivir y nos prepara un lugar en la eternidad.

“Sólo Cristo pudo haber abierto esta puerta al género humano, quien quiso ir delante de nosotros como nuestra cabeza para que nosotros, como miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino.” (CCC 661)

Ilustración vectorial dibujada a mano de la escena bíblica de Pentecostés. (Foto cortesía de BigStock)


San Pablo en su carta pastoral a Timoteo profundiza en nuestra comprensión del derramamiento del Espíritu Santo desde lo alto. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Tim 1:7)

El poder, dirigido por una disciplina amorosa, tiene la capacidad de transformar vidas y de llevar a cabo la Gran Comisión del Señor de llevar el Evangelio a todas las naciones.

Este es el poder de Dios que forma la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que todos reciben en el Bautismo, que se invoca sobre nuestros numerosos jóvenes confirmados, que transforma el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Señor, y que invocaremos al diácono Tristan Stovall y a todos los que serán ordenados en órdenes sagradas.

Como escuchamos en la primera lectura del domingo pasado, el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa, los primeros gentiles conversos, verdaderamente un segundo Pentecostés, se produjo a través de la oración ardiente y la esperanza gozosa. Asimismo, el Espíritu Santo está obrando en nuestros hogares y en nuestras iglesias.

Que estemos vigilantes en oración y gozosos en la esperanza mientras nos preparamos para ser revestidos del poder de lo Alto en este Pentecostés porque las promesas del Señor se cumplen en cada generación.

May we hear the voice of the Lord

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Throughout the Easter season of 50 days there are outstanding manifestations of the Lord from week to week that strengthen our faith in him, and love for him. Divine Mercy Sunday, the second Sunday of Easter is the culmination of the Easter Octave reverberating with the loving mercy, peace and power of the resurrection. Good Shepherd Sunday, the fourth Sunday of Easter enfolds us in perhaps the most beloved image of God in the entire Bible revealing the personal relationship that the Lord wants with each of us and all of us together as his flock, his body. Two weeks later we celebrate the great feast of the Ascension, with the assurance that our citizenship is in heaven. From that moment until Pentecost we will maintain vigilance in prayer awaiting to be clothed with power from on high.

Although Good Shepherd Sunday has a much longer tradition in the Catholic Church than Divine Mercy Sunday, it is St. John the Evangelist who has blessed the church until Christ comes again with these beloved manifestations.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

The beloved disciple, apostle and evangelist embraced the image of the Good Shepherd, beloved to Jew and Christian, and made it the centerpiece of his Gospel at nearly the halfway point in chapter 10. It is an image that is deeply rooted in the Old Testament portraying that God for the Israelites was far more than a lawgiver.

He was a loving presence who renewed their strength, anointed their heads with oil, set a table before them, and led them through dark valleys and rough patches. It is such a powerful image that it easily transcended its origins to become the earliest rendition of the risen Lord in Christian art as discovered in the catacombs.

It continues to capture the imagination of believers even though many of us have never directly experienced this way of life, except for the sheep barn at the County Fair. It endures because it represents God as loving and personal, wedded to his people forever. “I am the Good Shepherd. The Good Shepherd lays down his life for his sheep… I know my own and my own knows me… My sheep listen to my voice. I know them and they follow me. I give them eternal life and they shall never perish.” (John 10:1ff)

On Good Shepherd Sunday, the church prays for vocations to the priesthood and religious life. As part of the flock of the Good Shepherd all are grafted onto the vine of the priesthood of Jesus Christ, and we pray that all will respond generously to the voice of the Lord to live their vocation.

From the household of God, we pray for vocations to the ordained and consecrated life. We recall Jesus’ words at the Last Supper to his apostles. “You did not choose me, but I chose you and appointed you so that you might go and bear fruit, fruit that will last.” (John:15-16) Ultimately, this is the work of the Lord, but we are to beg the harvest master to send out workers to the vineyard because the harvest is great. (Matthew 9:35-38)

The Eucharistic Revival is intrinsically linked with the priesthood, and all the faithful have a part to play in raising up vocations. In this spirit, the Synod on Synodality is a clarion call for all of the baptized to take their place in the household of God, a chosen race, a royal priesthood, a holy nation, a people set apart to proclaim the excellence of him who called you out of darkness into his own marvelous light. (1Peter 2:9)

May we hear the voice of the Lord, crucified and risen, resound in our hearts and minds in order to follow him faithfully.

Que podamos escuchar la voz del Señor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
A lo largo del tiempo pascual de 50 días hay manifestaciones sobresalientes del Señor de semana en semana que fortalecen nuestra fe en él y nuestro amor por él. El Domingo de la Divina Misericordia, el segundo domingo de Pascua, es la culminación de la Octava Pascual reverberando con la amorosa misericordia, la paz y el poder de la resurrección.

El Domingo del Buen Pastor, el cuarto domingo de Pascua, nos envuelve en quizás la imagen más querida de Dios en toda la Biblia, revelando la relación personal que el Señor quiere con cada uno de nosotros y con todos nosotros juntos como su rebaño, su cuerpo.

Obispo Joseph R. Kopacz


Dos semanas después celebramos la gran fiesta de la Ascensión, con la seguridad de que nuestra ciudadanía está en el cielo. Desde ese momento hasta Pentecostés mantendremos vigilia en oración esperando ser revestidos de poder de lo alto.

Aunque el Domingo del Buen Pastor tiene una tradición mucho más larga en la Iglesia Católica que el Domingo de la Divina Misericordia, es San Juan Evangelista quien ha bendecido a la iglesia hasta que Cristo regrese con estas amadas manifestaciones.

El discípulo amado, apóstol y evangelista abrazó la imagen del Buen Pastor, amada por judíos y cristianos, y la convirtió en la pieza central de su Evangelio casi a la mitad del capítulo 10. Es una imagen que está profundamente arraigada en el Antiguo Testamento. retratando que Dios para los israelitas era mucho más que un legislador.

Fue una presencia amorosa que renovó sus fuerzas, ungió sus cabezas con aceite, puso una mesa delante de ellos y los condujo a través de valles oscuros y zonas ásperas. Es una imagen tan poderosa que fácilmente trascendió sus orígenes para convertirse en la representación más antigua del Señor resucitado en el arte cristiano descubierta en las catacumbas. Continúa capturando la imaginación de los creyentes a pesar de que muchos de nosotros nunca hemos experimentado directamente esta forma de vida, a excepción del establo de ovejas en la Feria del Condado. Perdura porque representa a Dios como amoroso y personal, casado con su pueblo para siempre.

“Soy el buen pastor. El Buen Pastor da su vida por sus ovejas… Yo conozco a las mías y las mías me conocen a mí… Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen. Les doy vida eterna y nunca perecerán”. (Juan 10:1ss)

El Domingo del Buen Pastor, la Iglesia ora por las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Como parte del rebaño del Buen Pastor todos estamos injertados en la vid del sacerdocio de Jesucristo, y oramos para que todos respondan generosamente a la voz del Señor para vivir su vocación.

Desde la casa de Dios, oramos por las vocaciones a la vida ordenada y consagrada. Recordamos las palabras de Jesús en la Última Cena a sus apóstoles. “Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca.” (Juan:15-16) En última instancia, esta es la obra del Señor, pero debemos rogarle al dueño de la cosecha que envíe trabajadores a la viña porque la cosecha es grande. (Mateo 9:35-38)

El Renacimiento Eucarístico está intrínsecamente ligado al sacerdocio, y todos los fieles tienen un papel que desempeñar en la suscitación de vocaciones. En este espíritu, el Sínodo sobre la sinodalidad es un llamado de atención para que todos los bautizados ocupen su lugar en la casa de Dios, un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo apartado para proclamar la excelencia de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. (1 Pedro 2:9)

Que podamos escuchar la voz del Señor crucificado y resucitado resonar en nuestro corazón y en nuestra mente para seguirlo fielmente.

Reimagining process advances toward season of refreshment and renewal

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
“Repent, therefore, and be converted, that your sins may be wiped away, and that the Lord may grant you a season of refreshment.” (Acts of the Apostles 3:19-20)

During this Easter season there will be additional opportunities in each of our six deaneries to further the conversations in our undertaking of Pastoral Reimagining process. To apply the phrase from the Scriptures by St. Peter in the passage above, another way of expressing the goal of our process is to advance toward a season of refreshment and renewal under the gaze of One, Holy, Catholic and Apostolic.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Although the process was organized from the diocesan center, the handiwork has taken place on the local level with conversations for the sake of reimagining of what could be, building upon the diocesan and world-wide undertaking of Synodality in the Catholic Church.

It must be a grassroots process in order for the diocesan center to engage in authentic listening and conversation with all points on the compass. In other words, “whoever has ears ought to hear what the Spirit is saying to the churches.” (Acts 3:22) The Lord himself expressed spiritual and pastoral potential “…they might see with their eyes, hear with their ears, understand with their hearts and turn, and I would heal them.” (Matthew 13:15)

Not surprisingly, healing and greater unity were a repeated theme during our diocesan synodal process, both for our church and society. Another expressed desire was for a more meaningful understanding and application of the Bible, the sacred word of God. All this is seen and heard on Divine Mercy Sunday from the scriptures, in the Eucharist, and in the recitation of the Chaplet.

In the classic resurrection appearance, the Lord was suddenly in the midst of his scattered and fearful apostles and immediately blessed them with peace, in fact, three times over two encounters. He proceeded to breathe upon them the power of the Holy Spirit for the forgiveness of sins, theirs and all who would hear the Gospel and come to faith. With God’s grace in abundance, he sent them into the world so that “all may have life in his name.” (John 20:19-31) This is a Gospel account of healing and hope in the aftermath of the trauma of the violent crucifixion, and the division and conflict that come from such events. Many in our society and church are reeling from similar turmoil.

From Divine Mercy Sunday in the tradition of the beloved disciple John we heard in the second reading that this is the power, “that came through water and blood, Jesus Christ. The Spirit is the one that testifies, and the Spirit is truth.” (1John 5:6) Water and the blood, the blue and the red rays from the side of the crucified and resurrected One, Divine Mercy. The good fruit of all of this is heard and imagined from the first reading on Divine Mercy Sunday.

“The community of believers was of one heart and one mind … With great power the apostles bore witness to the power of the resurrection, and there was no needy person among them.” (1Acts 4:33-35)
This is the paradigm Christian community, strong in faith, hope and love, an ideal for sure, but also real on many levels. Although not formally expressed until the year 325 in the Nicene Creed, it is clear that One, Holy, Catholic and Apostolic were unfolding at the beginning.

The process of Reimagining in our diocese is a hope that is ever ancient and ever new. “Late have I loved you, O Beauty every ancient, ever new…” (Saint Augustine, Confessions)

We want to see, hear, and understand the power of the Lord’s resurrection, his peace, his mercy, his call and mission for our lives, in our parishes, schools and ministries. Overall, the new life of Eastertide, a season of refreshment, by God’s grace, is producing the good fruit from the efforts of reimagining in our diocese. Let us continue to fight the good fight of faith, “the power that conquers the world.” (1John 5:4)

Proceso de Re-imaginación avanza hacia temporada de renovación

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
“Por eso, vuélvanse ustedes a Dios y conviértanse, para que él les borre sus pecados 20 y el Señor les mande tiempos de alivio, enviándoles a Jesús, a quien desde el principio había escogido como Mesías para ustedes.” (Hechos de los Apóstoles 3:19-20)

Durante esta temporada de Pascua habrá oportunidades adiciona les, en cada uno de nuestros seis decanatos para promover con nuestro proceso de la Reimaginación Pastoral las conversaciones parroquianas.

Obispo Joseph R. Kopacz

Para aplicar la frase de las Escrituras de San Pedro en el pasaje anterior, otra forma de expresar el objetivo de nuestro proceso es avanzar hacia un tiempo de refrigerio y renovación bajo la mirada de Una, Santa, Católica y Apostólica.

Aunque el proceso se organizó desde el centro diocesano, el trabajo se ha llevado a cabo a nivel local con conversaciones con el fin de reimaginar lo que podría ser, basándose en el compromiso diocesano y mundial de la sinodalidad en la Iglesia Católica.

Debe ser un proceso de base para que el centro diocesano pueda escuchar y conversar auténticamente con todos los puntos cardinales. En otras palabras, “…el que tiene oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” (Apocalipse 2:11 y 3:22) El Señor mismo expresó su potencial espiritual y pastoral “…tienen tapados los oídos y han cerrado sus ojos, para no ver ni oír, para no entender ni volverse a mí, para que yo no los sane.” (Mateo 13:15)

No es sorprendente que la sanación y una mayor unidad fueran un tema repetido durante nuestro proceso sinodal diocesano, tanto para nuestra iglesia como para nuestra sociedad. Otro deseo expresado fue el de una comprensión y aplicación más significativas de la Biblia, la sagrada palabra de Dios. Todo esto se ve y se escucha el Domingo de la Divina Misericordia en las Escrituras, en la Eucaristía y en el rezo de la Coronilla. En la clásica aparición de la resurrección, el Señor se encontraba repentinamente en medio de sus apóstoles dispersos y temerosos e inmediatamente los bendijo con paz, de hecho, tres veces en dos encuentros. Procedió a soplar sobre ellos el poder del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de ellos y de todos los que escucharan el Evangelio y vinieran a la fe. Con la gracia de Dios en abundancia, los envió al mundo para que todos “para que al creer, tengáis vida en su nombre.” (Juan 20:19-31) Este es un relato evangélico de sanación y esperanza después del trauma de la crucifixión violenta, y la división y el conflicto que surgen de tales eventos. Muchos en nuestra sociedad e iglesia se están recuperando de una agitación similar.

En la segunda lectura del Domingo de la Divina Misericordia, en la tradición del discípulo amado Juan, escuchamos que este es el poder “Este es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no solo con[g] agua, sino con[h] agua y con[i] sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1Juan 5:6) El agua y la sangre, los rayos azules y rojos del costado del Crucificado y Resucitado, la Divina Misericordia. El buen fruto de todo esto se escucha e imagina desde la primera lectura del Domingo de la Divina Misericordia.

“Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús[v], y abundante gracia había sobre todos ellos. 34 No había, pues, ningún necesitado entre ellos.” (1 Hechos 4:33-35)

Éste es el paradigma de la comunidad cristiana, fuerte en la fe, la esperanza y el amor, un ideal sin duda, pero también real en muchos niveles. Aunque no se expresó formalmente hasta el año 325 en el Credo de Nicea, está claro que Una, Santa, Católica y Apostólica se estaba desarrollando desde el principio.

El proceso de Reimaginar nuestra diócesis es una esperanza siempre antigua y siempre nueva. “Tarde te he amado, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva…” (Confesiones de San Agustín)

Queremos ver, escuchar y comprender el poder de la resurrección del Señor, su paz, su misericordia, su llamado y misión para nuestras vidas, en nuestras parroquias, escuelas y ministerios. En general, la nueva vida del tiempo de Pascua, una temporada de refrigerio, por la gracia de Dios, está produciendo buenos frutos de los esfuerzos de reinventar nuestra diócesis. Sigamos peleando la buena batalla de la fe, “esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.” (1 Juan 5:4)

May the Holy Spirit guide us through Holy Week and beyond

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Lent arrives at its final stage with Palm Sunday and the beginning of Holy Week. It is an intensive time of accompanying the Lord Jesus in his passion and suffering, through his death, to the glory of the resurrection.

The uniqueness of the Palm Sunday Mass is found in the entrance rite with palm in hand, the procession, and the proclamation of the passion narrative. This year, the passion from the Gospel of Mark will resound throughout the Catholic world, and in a profoundly stark cry of forsakenness the Lord speaks for all of humanity. “My God, my God, why have you forsaken me.” (Mark 15:34) Between Palm Sunday and the Easter Vigil, the great majority of the faithful will be gathered at the outset of Holy Week to allow the Lord’s final hours and words to wash over them in the blood and water flowing from his side.

Chiara Lubich, the founder of the Focolare Movement expresses the great mystery of our forsaken Lord in this manner: “We contemplated in him the height of his love because it was the height of his suffering. What more could a God give us, that it seems that he forgets that he is God … Jesus converted the world with his words, with his example, with his preaching, but he transformed it when he provided the proof of his love, the Cross.”

Lubich and all who see the Lord with the eyes of faith are building upon the unshakeable foundation of St. Paul on the power of the Cross. “Indeed, the message of the Cross is foolishness to those who are perishing, but to us who are being saved it is the power of God … Jews demand signs, and Greeks look for wisdom, but we proclaim Christ crucified. This is a stumbling block to Jews and foolishness to Gentiles, but to those who are called, both Jews and Greeks, Christ is the power of God and the wisdom of God … For I resolved that while I was with you, I would know nothing except Jesus Christ, and him crucified … so that your faith might rest not on human wisdom but on the power of God.” (1Corinthians 1:18, 22-24; 2:2-5)

With his blood and with his cry, Jesus crucified and forsaken opened up all possibilities for this life including forgiveness, unity, justice, and peace, and eternal life to follow. It is true that all of humanity is in exile, but there are those whose forsakenness is extreme. During these most sacred days of faith, we are mindful of those in the Holy Land especially, but not exclusively, who are crucified and forsaken in war, destruction, death and displacement. These abandoned are more closely configured to our crucified Lord in their suffering.

Lubich offers this vision and hope: “Jesus forsaken is the most greatly pruned, whom neither heaven nor earth seemed to want … Because he had been uprooted from both earth and heaven, he brought into unity those who were cut off, those who were uprooted from God.”

Therefore, he and he alone is the way to reach beyond the barriers of hatred and violence toward the unity for which he prayed at the Last Supper, “that all may be one.” (John 17:22)

Again, from the wisdom of Lubich and the Focolare Movement we read: “This is everything, to love as he loved us, to the extent of his experiencing for our sake the sensation of being forsaken by his Father. Through Jesus, in fact, we gain by losing, we live by dying. The grain of wheat has to die in order to produce the ear of grain; we need to be pruned in order to bear good fruit. This is Jesus’ law, his paradox. The Holy Spirit is making us understand that in order to bring about Jesus’ prayer ‘may they all be one’ it is necessary to welcome Jesus forsaken in our disunity. Jesus forsaken is the road, the key, the secret.”

These are words of wisdom for us during Holy Week in the line of St. Paul. The Holy Spirit has inspired many in the Synodal and Reimagining processes in our diocese to address the need for greater healing and unity in our communities of faith.

The Holy Spirit is guiding us during Holy Week to look to Christ crucified and forsaken as the power and wisdom of God in whom all things are possible. The Holy Spirit who raised Jesus from the dead and who dwells within us through faith and baptism, will inspire to proclaim Alleluia on Easter Sunday because he is risen. But before we arrive at the empty tomb let the crucified and forsaken Lord wash us clean in his blood.

Que el Espíritu Santo nos guíe durante Semana Santa y más allá

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.

La Cuaresma llega a su etapa final con el Domingo de Ramos y el inicio de la Semana Santa. Es un tiempo intensivo para acompañar al Señor Jesús en su pasión y sufrimiento, a través de su muerte, para la gloria de la resurrección.

La singularidad de la Misa del Domingo de Ramos se encuentra en el rito de entrada con las palmas en la mano, la procesión y la proclamación del relato de la pasión. Este año, la pasión del Evangelio de Marcos resonará en todo el mundo católico, y en un grito de abandono profundamente descarnado, el Señor habla por toda la humanidad. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15:34) Entre el Domingo de Ramos y la Vigilia Pascual, la gran mayoría de los fieles se reunirán al comienzo de la Semana Santa para permitir que las últimas horas y palabras del Señor los bañen con la sangre y el agua que fluye de su costado.

Obispo Joseph R. Kopacz


Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, expresa así el gran misterio de nuestro Señor abandonado: “Contemplamos en Él la cumbre de su amor porque fue la cumbre de su sufrimiento. Qué más nos podría dar un Dios, que pareciera que se olvida que es Dios … Jesús convirtió al mundo con sus palabras, con su ejemplo, con su predica, pero lo transformó cuando brindó la prueba de su amor: la Cruz.”

Lubich y todos los que ven al Señor con los ojos de la fe están construyendo sobre el fundamento inquebrantable de San Pablo sobre el poder de la Cruz. “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a los que van a la perdición; pero este mensaje es poder de Dios para los que vamos a la salvación. … Los judíos quieren ver señales milagrosas, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos a un Mesías crucificado. Esto les resulta ofensivo a los judíos, y a los no judíos les parece una tontería, pero para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, este Mesías es el poder y la sabiduría de Dios. … Y, estando entre ustedes, no quise saber de otra cosa sino de Jesucristo y, más estrictamente, de Jesucristo crucificado. … para que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres.” (1 Corintios 1:18, 22-24; 2:2-5)

Con su sangre y con su grito, Jesús crucificado y abandonado abrió todas las posibilidades para esta vida, incluido el perdón, la unidad, la justicia y la paz, y la vida eterna por venir. Es cierto que toda la humanidad está en el exilio, pero hay quienes cuyo abandono es extremo. Durante estos días tan sagrados de fe, somos conscientes de aquellos en Tierra Santa, especialmente, pero no exclusivamente, que son crucificados y abandonados en la guerra, la destrucción, la muerte y el desplazamiento. Estos abandonados se configuran más estrechamente con nuestro Señor crucificado en su sufrimiento.

Lubich ofrece esta visión y esperanza: “Jesús abandonado es el más podado, a quien ni el cielo ni la tierra parecían querer… Porque había sido desarraigado, tanto de la tierra como del cielo, unió a los desarraigados de Dios.”

Por lo tanto, Él y sólo Él es el camino para llegar más allá de las barreras del odio y la violencia hacia la unidad por la que oró en la Última Cena, “para que todos sean uno.” (Juan 17:22)

Nuevamente, de la sabiduría de Lubich y del Movimiento de los Focolares leemos: “Esto es todo, amar como él nos amó, hasta el punto de experimentar por nosotros la sensación de estar abandonado por su Padre. Por Jesús, de hecho, ganamos perdiendo, vivimos muriendo. El grano de trigo tiene que morir para producir la espiga; necesitamos ser podados para poder dar buenos frutos. Ésta es la ley de Jesús, su paradoja. El Espíritu Santo nos está haciendo comprender que para realizar la oración de Jesús ‘que todos sean uno’ es necesario acoger a Jesús abandonado en nuestra desunión. Jesús abandonado es el camino, la llave, el secreto.”

Estas son palabras de sabiduría para nosotros durante la Semana Santa en la línea de San Pablo. El Espíritu Santo ha inspirado a muchos en los procesos sinodales y de reinvención en nuestra diócesis para abordar la necesidad de una mayor sanación y unidad en nuestras comunidades de fe.

El Espíritu Santo nos guía durante la Semana Santa a mirar a Cristo crucificado y abandonado como el poder y la sabiduría de Dios en quien todo es posible. El Espíritu Santo que resucitó a Jesús de entre los muertos y que habita en nosotros por la fe y el bautismo, nos inspirará a proclamar el ¡Aleluya! el Domingo de Pascua porque ha resucitado. Pero antes de llegar a la tumba vacía, que el Señor crucificado y abandonado nos lave en su sangre.

“Cabrini”

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
The American Catholic experience has been blessed far and wide from the outset by the sacrifice and dedication of religious women and men who arrived with their immigrant communities or came soon after to live and serve among them. At times, God had to raise up these dedicated servants from within to respond to the glaring needs of marginalized and persecuted populations in our country.

In our southern and western regions Sister Katherine Drexel, a native-born Philadelphian, (PA) and the sisters of the Blessed Sacrament come to mind who served Black and Indigenous Americans since their founding in 1891. Our own Sister Amelia Breton who serves as the coordinator of Intercultural Ministry, is a member of this religious community.

Cristiana Dell’Anna stars in a scene from the movie “Cabrini.” The OSV News classification is A-II — adults and adolescents. The Motion Picture Association rating is PG-13 — parents strongly cautioned. Some material may be inappropriate for children under 13. (OSV News photo/Angel Studios)

At the beginning of the 19th century Elizabeth Ann Seton founded the Sisters of Charity in 1809, the first American Religious Sisters congregation. She was deeply committed to education and is recognized as the foundress of Catholic school education in the United States. Members of her community came to Natchez in 1847 at the behest of Bishop John Joseph Chanche, S.S. to begin the legacy of Catholic education in our diocese. This religious community maintained a presence in Natchez until the early 2000s. Furthermore, God raised up our own Sister Thea Bowman from among the African American population in Canton to become a prophetic messenger of hope for Black Catholics and for all who are marginalized. Her cause for canonization is underway.

In theaters on March 8 across our nation, “Cabrini” is scheduled for release. It is the story of Frances Xavier Cabrini who founded the Missionary Sisters of the Sacred Heart of Jesus in Italy in the second half of the 19th century. The name of her community and her chosen middle name in honor of St. Francis Xavier, co-patron of the Missions, declare the purpose of her life and the charism of her community to bring the Gospel in its fulness to the nations. It is a compelling production, exceptional in its content and acting.

In one of the decisive scenes, Mother Cabrini and Pope Leo XIII are having tea and discussing possibilities. She is trying to convince him to give her order permission to venture east to China as she explains, “my mission is bigger than this world.” He calmly and clearly responds: “In that case it doesn’t matter where you begin.” He directed her to go west to New York to serve among the Italian immigrants who came in large numbers to the east coast between 1850 and 1910. The movie proceeds to realistically portray the harsh conditions for immigrants in the church and in society in the late 19th and early 20th century in New York.

On a personal note, it was around 1910 that my maternal grandparents who were from southern Italy passed through Ellis Island and began a new life with the clothes on their backs and a dream in their hearts. The movie is a gem that illustrates the plight, the vulnerability and determination of the immigrant population in ways that are true from one generation to the next. Against all odds Mother Cabrini succeeded in gaining a foothold in the shadow of the Statue of Liberty, and from there fulfilled her mission around the globe, a mission that was “bigger than this world.”

The movie never missed a beat in capturing her heroic virtue and perseverance. This story of religious life that passed from the margins of church and society to the mainstream of both, will be a catechetical and evangelizing tool for generations to come. Kudos to all who had a hand in its development and production.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Moreover, the story of Mother Cabrini can challenge our Catholic communities and all people of good will to respond to the challenges, and at times crises, of immigration through the lens of the Gospel imperative to “welcome the stranger” and the ideals that are forever inscribed on the Statue of Liberty in the poem The New Colossus by Emma Lazarus. The following is from the second of two stanzas: “Give me your tired your poor, your huddled masses yearning to breathe free, the wretched refuse of your teeming shores, send these the homeless, tempest tossed to me, I lift my lamp beside the golden door.”

In our times, many religious are serving the immigrant population at our borders and in many corners of our nation. Often, they are as heroic as Mother Cabrini because some are pressuring to shut them down, and extremists are even advocating that they be shot. The current reality of immigration with its blessings and its burdens challenges us to go beyond the political posturing and invective that too often dominate the public narrative. In the time ahead we will add our voice to the public domain.