Por Obispo Joseph Kopacz
El viernes pasado por la noche regresé de mi peregrinación por la Tierra Santa, patrocinado por los Caballeros y Damas del Santo Sepulcro. Después que las telarañas de las 15 horas de vuelo progresivamente han sido barridas por la bendición de un buen sueño y de encontrarme ya en mi hogar, puedo ver que las lecturas bíblicas del primer domingo de Cuaresma son un puente entre mi experiencia en la Tierra Santa y el comienzo del sagrado tiempo de la cuaresma. El tema del bautismo fue primordial en el primer domingo de Cuaresma de este año, como escuchamos en la primera carta de Pedro, reflexionando sobre la gran inundación en el tiempo de Noé. “Noé y su familia fueron salvados a través del agua. Esto prefigura al bautismo, que los salva ahora. No es una eliminación de la suciedad del cuerpo, sino un llamamiento a Dios para una buena conciencia a través de la resurrección de Jesucristo”.
Inmediatamente antes de que Jesús fuera dirigido hacia el desierto por el Espíritu Santo, en el Evangelio del domingo pasado, fue bautizado por Juan en el Río Jordán y revelado como hijo predilecto de Dios. En el transcurso de 40 días en el desierto, en soledad y comunión con el Padre celestial, pero sin estar protegido de los asaltos de las tentaciones, Jesús fortaleció su identidad como hijo predilecto de Dios. Al salir del desierto, inmediatamente comenzó a caminar a grandes pasos, proclamando el reino de Dios y el llamado a reformar nuestras vidas y a creer en el evangelio, nuestro ritual del Miércoles de Ceniza, sellado por nuestro Amén. Uno de los momentos más intensos de la peregrinación a la Tierra Santa fue nuestra reunión en el Río Jordán. No estamos hablando de un rio del tamaño del Rio Mississippi, sino de una gran corriente de agua que fluye del Mar de Galilea, en el norte, hacia el Mar Muerto en el sur. Sin embargo, tiene un profundo significado para todos los cristianos, como el lugar donde el ministerio público de Jesús brotó del corazón de Dios.
La historia de Noé y el diluvio es una poderosa historia de fe, como sabemos, pero no podemos situar estos eventos en el espacio y en el tiempo. Por otro lado, el Río Jordán es real, el ministerio de Juan el Bautista es histórico, y Jesús es el único a quien Juan preparó el camino. A través de los ojos de la fe y el deseo de renovar nuestro pacto del bautismo en la muerte y resurrección de Jesucristo, nosotros los peregrinos nos paramos a la orilla del Jordán y profesamos nuestra fe. Seguidamente se hizo el Rito de la Aspersión con el agua marrón del río, genuinamente, pero también remilgadamente por la posibilidad de poder tragar algo de esta agua. Alrededor de nosotros, un flujo constante de peregrinos vino a renovar su bautismo, o ser bautizados por primera vez en las aguas fluyentes. Un rápido vistazo alrededor de las pasarelas y las riberas del río reveló la presencia de discípulos de las tradiciones ortodoxas y de las denominaciones evangélicas y bautistas que estaban de pie en el río celebrando la inmersión completa. Estaban en el río mientras estábamos por el río. Una gran diferencia física, pero en cualquiera de los rituales es la fe que tenemos en el Señor Jesús y en su llamada a vivir como sus discípulos lo que está en el corazón de la cuestión. ¿Van a cambiar nuestras vidas cuando sea necesario una vez que el agua se evapora?
Este momento de gracia ocurrió aproximadamente a mitad de la peregrinación que comenzó en Galilea, en el Mar de Tiberias, donde pudimos salir y visitar Nazaret, el lugar de nacimiento de María y el lugar donde Jesús vivió oculto antes de su ministerio público. Capernaúm también fue parte del circuito del norte donde estuvimos, en el sitio de la sinagoga donde Jesús inició su ministerio público formal predicando, enseñando, expulsando demonios, sanando a la suegra de Pedro, y perdonando los pecados del paralítico cuyos amigos lo bajaron por el techo a la casa de Pedro al cruzar la calle de la sinagoga. Todo ello ocurrió después de que Jesús anunció el Reino y la llamada a la penitencia. Los descubrimientos arqueológicos y sitios de excavación de la segunda mitad del siglo XX han autenticado los relatos evangélicos de la sinagoga y la casa de Pedro en Capernaúm.
De vuelta al río. Después de la renovación de nuestra alianza bautismal en el Río Jordán, volvemos nuestra mirada a Jerusalén y a los últimos días de la vida de nuestro Señor que conocemos como el Domingo de Ramos y la Semana Santa, que conducen a la muerte y la resurrección del Señor. Esta segunda mitad de la peregrinación también incluyó visitas a Jericó y Betania, el sitio de la comunidad de los Esenios en Qumran y el Mar Muerto. Solamente las fotos, cientos y cientos de ellas, algunas de las cuales envié por Twitter después de cada uno de los eventos del día, me proporcionarán muchos momentos de reflexión y beneficio espiritual durante la Cuaresma.
Con la Iglesia y en nuestra vida personal, el Señor nos llama a cada uno de nosotros durante esta peregrinación de 40 días a apartarnos del pecado y creer en el Evangelio, para recordar que somos polvo y á polvo hemos de regresar, y que al final hay tres cosas que permanecen, la fe, la esperanza y el amor, y la mayor de todas ellas es el amor. Que nuestra oración intencional de la Cuaresma, el ayuno y la limosna, nos lleven a valorar las cosas que realmente importan en Cristo Jesús, descartando las que no sirven, y sabiendo profundamente que nuestra ciudadanía está en el cielo. Somos los hijos amados de Dios en Jesucristo, y que podamos vivir en los plenos pasos del maestro.
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Pilgrimage offers fodder for Lenten reflection
By Bishop Joseph Kopacz
I returned from my Holy Land pilgrimage, sponsored by the Knights and Dames of the Holy Sepulcher, on Friday night, Feb 16. As the cobwebs from jet lag after 15 hours of flying are gradually swept away by blessed sleep and home sweet home, I can see that the Scripture readings for the first Sunday of Lent are a bridge between my Holy Land experience and the beginning of this sacred season.
The theme of Baptism was foremost on this year’s first Sunday in Lent as we heard in the first letter of Peter reflecting back on the great flood in Noah’s time. “Noah and his family were saved through water. This prefigured baptism, which saves you now. It is not a removal of dirt from the body but an appeal to God for a clear conscience through the resurrection of Jesus Christ.” Immediately before Jesus was driven out into the desert by the Holy Spirit, last Sunday’s Gospel, he was baptized by John in the Jordan River and revealed as God’s beloved Son.
During the course of 40 days in the wilderness, in solitude and communion with his heavenly Father, yet not sheltered from the assaults of temptations, Jesus fortified his identity as God’s beloved Son. Upon leaving the desert, immediately he hit the ground in full stride, proclaiming the Kingdom of God and the call to reform our lives and believe in the Gospel, our Ash Wednesday ritual, sealed by our Amen.
One of the most poignant moments of the pilgrimage to the Holy Land was our gathering at the Jordan River. We are not talking about a Mississippi-sized river, but more of a large stream of water that flows of the Sea of Galilee in the North into the Dead Sea to the South. Yet, it has profound meaning for all Christians as the place where the public ministry of Jesus flowed from the heart of God. The story of Noah and the great flood is a powerful faith story, as we know, but we cannot locate these events in space and time. On the other hand, the Jordan river is real, the ministry of John the Baptist is historical, and Jesus is the one for whom John prepared the way.
Through the eyes of faith and the desire to renew our baptismal covenant in the death and resurrection of Jesus Christ, we pilgrims stood on the bank of the Jordan and professed our faith. The Rite of Sprinkling followed with the brown water from the river, heartfelt, but also squeamish over the possibility of swallowing any of it. All around us a steady stream of pilgrims came to renew their Baptism, or to be baptized for the first time in the flowing waters. A quick glance around the walkways and river banks revealed disciples of the Orthodox traditions, as well as those from the Evangelical and Baptist denominations who were standing in the river and celebrating full immersion. They were in the river, while we were at the river. A big physical difference, but in either ritual it is the faith that we have in the Lord Jesus and his call to live as his disciples that is the heart of the matter. Will it change our lives where we need it most once the water evaporates? This graced moment occurred approximately half way through the pilgrimage which began in Galilee at the Sea of Tiberius. From there we were able to launch out and visit Nazareth, the place of Mary’s birth and the site of Jesus’ hidden life before his public ministry.
Capernaum also was part of the northern circuit where we stood at the site of the synagogue where Jesus initiated his formal public ministry by preaching, teaching, driving out demons, healing Peter’s mother-in-law and forgiving the sins of the paralytic whose friends lowered him through the roof at Peter’s home across the street from the synagogue. This all occurred after Jesus announced the Kingdom and the call for repentance. Archaeological discoveries and excavated sites from the second half of the 20th century have authenticated the gospel accounts of the synagogue and home of Peter in Capernaum.
Back to the river. After the renewal of our baptismal covenant at the Jordan River, we turned our sights on Jerusalem and the final days of our Lord’s life. Today we know these days as Palm Sunday and Holy Week, leading to the Lord’s death and resurrection. This second half of the pilgrimage also included visits to Jericho and Bethany, the site of the community of Essenes at Qumran and the Dead Sea. The photos alone, hundreds and hundreds of them, some of which I tweeted after each day’s events, will provide many moments of reflection and edification for me during Lent.
With the Church and in our personal lives, the Lord calls each of us during this 40-day pilgrimage of Lent to turn away from sin and believe in the Gospel, to remember that we are dust and unto dust we have returned, and that in the end there are three things that remain, faith, hope and love, and the greatest of these is love. May our intentional Lenten prayer, fasting and almsgiving lead us to value the things that really matter in Christ Jesus, to discard those that don’t, and to know deep within that our citizenship is in heaven. We are God’s beloved children in Jesus Christ, and may we live in the full stride of the master.