Por Obispo Joseph Kopacz
El Miércoles de Ceniza es una de las celebraciones religiosas más reconocibles en el mundo católico y más allá. No es algo que sólo los católicos observan, sino es un ritual que marca el comienzo de la Cuaresma, la cual gradualmente se está expandiendo en el mundo cristiano. El año pasado, ya entrada la noche de ese día estaba haciendo algunas compras de alimentos y la cajera del establecimiento me preguntó: “¿Qué es eso que tienen en su frente?” Le dije que era polvo sagrado, un poderoso símbolo de la Iglesia Católica para el Miércoles de Ceniza, y añadí que la persona detrás de mí, que no era católica, también estaba marcada con cenizas, así que ten cuidado, le dije, porque parece que se está extendiendo. Su mirada fue una de total confusión.
Las cenizas, los restos de las palmas del año anterior, son importantes porque son un recordatorio de que el fruto del pecado es la muerte, un urgente comando para arrepentirse y creer en el Evangelio, una de las primeras demandas de Jesús en su ministerio público. Este ritual sigue el evangelio de san Mateo el Miércoles de Ceniza (6:1-18) que erige los pilares de oración, ayuno y limosna, el motor de conversión en el corazón del Sermón de la montaña. El Señor transformó las prácticas religiosas tradicionales de la antigua ley, no sólo por los 40 días de la temporada, sino como una forma de vida. Esto es evidente con su franqueza, cuando oran, cuando ayunen, al dar limosna. En el Sermón de la Montaña Jesús presentó el nuevo orden de la creación en el plan de salvación de Dios y oración, ayuno y limosna son la prueba viviente de que no nos entretienen rituales vacíos, incluso con polvo santo.
Estos pilares requieren una abnegación y disciplina que infunden vida al gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos. Recuerden que pequeña es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mateo 7:14), y que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, amor y disciplina (2Timoteo 1:7), en temporada y fuera de temporada (2Timoteo 4:2). Cada uno de los pilares tiene una longitud y altura, extensión y profundidad que cubren el mundo y todas las personas que viven en ella.
La oración surge de nuestra fe y es prueba de que amamos a Dios y queremos estar diariamente en conversación y en comunión con él en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu Santo. La oración tiene muchas caras, y todos los planteamientos encuentran su sentido fundamental en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda oración.
Básicamente estamos diciéndole a Dios que lo amamos con todo nuestro ser, y que encontraremos el momento en medio de nuestras responsabilidades, cargas, búsquedas y distracciones para estar más presentes ante Aquel que es omnipresente. Podemos poner la alerta en nuestro teléfono celular, Fitbit, o en otros aparatos para recordarnos que el Señor está hablando y preguntando, ¿puedes oírme ahora? ¿Quién puede dudar que la oración tiene 365(6) días cada año?
El ayuno es claramente el menos apreciado y utilizado de los tres pilares de transformación. La Iglesia Católica, a través de los siglos se ha centrado acertadamente en la moderación durante los días de ayuno y abstinencia, recordando las palabras del Señor al tentador al final de su 40 día de ayuno que el hombre y la mujer no sólo de pan viven, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, (Mateo 4:4). Una disciplina más intencional hacia el consumo culinario cada día sería ideal, haciendo mucho más que promover un estilo de vida saludable, como es digno. El Papa Benedicto nos ofrece la suprema justificación. El objetivo final del ayuno es ayudar a que cada uno de nosotros le demos el regalo total del sí a Dios. Este es el comienzo y el final del ayuno y no se trata del control de los alimentos, sino del ayuno y la abstención de todos nuestros ídolos, y hay legiones. El ayuno de drogas “recreativas” y del alcohol (adicción, una enfermedad, no ofrece ninguna latitud), de los juegos de azar, de la indulgencia sexual inmoral, la pornografía, el exceso de televisión, nuestros gadgets que obstaculizan nuestras relaciones, el ayuno de la ira y la pereza, la envidia y el orgullo, la codicia y el cinismo.
La lista puede seguir, pero el ayuno que cambia la vida impregna todos los aspectos de nuestro ser, dando una dimensión apropiada a todo lo que es una bendición en nuestras vidas, y liberándonos de todo lo que puede hacernos daño o que debilita nuestra relación con Dios. Obviamente, esto no es una empresa de 40 días, sino una forma de vida que la Cuaresma puede renovar para nosotros.
La limosna, para que no nos detengamos en el umbral de nuestro propio mejoramiento o preocupaciones, el tercer pilar nos permite colocar nuestra oración y ayuno al servicio del Señor, que nos enseña a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. La limosna es una generosidad de espíritu, una magnanimidad que nos permite servir y compartir, perdonar y responder a las necesidades de los demás en nuestra vida personal y en nuestro mundo, en una forma que sólo puede provenir de la mente y el corazón de Jesús Cristo revelado a través de nuestra oración y ayuno. En el evangelio del domingo pasado del Sermón de la Montaña Jesús oímos decir a Jesús que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. No se trata de no cometer errores, o de estar en nuestro juego cada día, pero a la luz de todo lo que Jesús está enseñando durante el Sermón de la montaña, es un morir a sí mismos, como la semilla que cae en la tierra (Jn 12:24), para que podamos dar el fruto del Reino.
Mientras llegamos al umbral de la Cuaresma y nos preparamos para recibir las cenizas, física o espiritualmente, que esta marca en nuestras frentes sea para nosotros una invitación a alejarnos del pecado y creer en el Evangelio como nuestro estándar de vida. Pero, vamos a disfrutar también de una porción de la torta del rey, (King Cake) una especialidad del Mardi Gras que he venido saboreando desde que me mudé a Mississippi. Con moderación, por supuesto.
Oración, ayuno y limosna: Marcas distintivas de Cuaresma
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