Por Obispo Joseph Kopacz
Como muchos de ustedes saben, desde el inicio de mi ordenación e instalación como el 11ª obispo de Jackson, he visitado y presidido la celebración Eucarística en la gran mayoría de nuestras parroquias. Uno de los momentos más interesantes para mí durante la liturgia, y hay muchos, es la ofrenda de las Intercesiones Generales. Constantemente en nuestras parroquias estas peticiones perforan los cielos en el nombre de Jesucristo, en nombre de la dignidad de la vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, así como los problemas a lo largo de nuestras vidas que son un asalto a la dignidad humana. Hay un sinnúmero: la pobreza, el racismo, la trata de seres humanos, el odio al extranjero en nuestro medio, la pena capital, la pornografía, el terrorismo, en nuestro país en Las Vegas (la última) y en el extranjero, la guerra, la limpieza étnica y religiosa, para nombrar sólo unos pocos en contra de la imagen y semejanza de Dios.
Oramos para hacer una diferencia; vivimos para hacer una diferencia, y debemos estar agradecidos a todos nuestros fieles católicos, los de otras tradiciones religiosas, y aquellos que no tienen fe o creencia religiosa que trabajan en nombre de la dignidad humana, la solidaridad y la justicia. Para muchos, la fe impulsa el compromiso; para otros, es la luz de la razón que conlleva a la verdad y al propósito de la vida humana. San Juan Pablo II dirigió elocuentemente la interacción de estos dos dinamismos dentro de la persona humana. “La fe y la razón son como las dos alas en las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad, y Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad para que, conociendo y amando a Dios, los hombres y las mujeres también puedan llegar a la plenitud de la verdad sobre sí mismos”.
En la búsqueda de la verdad la fe y la razón son de importancia crítica cuando nos esforzamos por crear una cultura de la vida en nuestra nación, ya que abren la puerta a colaborar con otros creyentes y no creyentes, para crear un orden social más justo y compasivo. De lo contrario, nosotros como católicos, somos fácilmente rechazados al endosar nuestras creencias sobre los demás. Por ejemplo, la Iglesia se opone inequívocamente al suicidio médicamente asistido por cualquier nombre que se promueva. Podemos señalar la sabiduría de la Asociación Médica Americana en su declaración de 1998 en oposición al suicidio médicamente asistido.
“Creemos que las leyes que sancionan el suicidio médicamente asistido sirven para debilitar los cimientos de la relación médico-paciente que se fundamenta en la confianza del paciente de que el médico está trabajando con tesón por su salud y bienestar… Creemos que es posible que las personas tengan la misma concentración, atención y compasión al final de la vida tal como se exhibe al comienzo de la vida. También pensamos que este es el camino que nuestra profesión debe responder a sus pacientes, no tomando sus vidas.
Creemos que es mucho mejor que simplemente diciendo: “Tómese estas dos pastillas y no me llame en la mañana porque usted no estará aquí”. La compasión en nuestra opinión radica en cuidar no en matar. Es cierto que incluso las estrellas eventualmente mueren. Pero no es para nosotros tirar de ellas desde el cielo antes de su tiempo. Más bien, debemos centrar nuestros esfuerzos en guiar suavemente su ascendencia (cuidados paliativos) adhiriéndonos a los mismos principios y mostrando la misma compasión y la misma preocupación de que gozaban en sus días más brillantes.
Todos nosotros, al igual que las estrellas, eventualmente moriremos. Pero el valor del espíritu humano debe continuar siendo respetado y debe seguir viviendo.” ¡Qué preciosas son estas palabras! Surgen de la luz de la razón y el juramento hipocrático que es una promesa sagrada de “no hacer daño.” Esto no es la exhortación de los predicadores y maestros de la fe, pero es armoniosa con nuestra creencia en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios. Juntos hemos llegado a la plenitud de la verdad acerca de nosotros mismos, y empujamos en contra de la cultura de la muerte que proyecta su sombra sobre la tierra.
Asimismo, hacemos brillar la luz de la fe y de la razón sobre el comienzo de la vida en el seno materno. A medida que el tiempo avanza la ciencia moderna está revelando el desarrollo y elegancia de los pre-nacidos a la vida humana y la viabilidad de nuestros hermanos y hermanas fuera del útero al comienzo del tercer trimestre. Un número creciente de jóvenes está abrazando el mensaje pro-vida que la Iglesia ha enseñado sin vacilaciones, no necesariamente porque creen que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino porque la realidad los está mirando fijamente a la cara. La fe y la razón, la religión y la ciencia no están en contradicción entre sí, sino que están brazo a brazo promoviendo una cultura de vida.
Todas las personas de buena voluntad puede comprender que un inesperado, no deseado embarazo puede ser abrumador e incluso traumático, pero una cultura de vida puede redoblar sus esfuerzos para acompañar a las mujeres y a sus parejas, casadas y solteras, a escoger la vida, porque es una bella elección. Pero las fuerzas de la muerte nunca duermen. En los últimos tiempos, las mujeres que han tenido abortos están siendo alentadas a hablar de sus abortos como una insignia de honor mientras la gente aplaude, en lugar de hablar de él confidencialmente y con ajustes apropiados con un miembro de la familia o un amigo, un consejero o director espiritual, o en el sacramento de la reconciliación, la búsqueda de la paz y la vida nueva.
En Illinois, en este momento una propuesta de ley está siendo promovida para financiar abortos con el dinero de los contribuyentes hasta el momento de los dolores de parto. ¿Alguien dijo cultura de muerte?
La Iglesia y todas las personas de buena voluntad están de hecho en favor de la mujer y esto incluye a las mujeres en el útero. Mientras promovemos una cultura de vida, de justicia y de paz nos comprometemos nuevamente a superar todas las injusticias que atrapan a las personas en sus momentos de desesperación y aislamiento, al comienzo y al final de la vida, y en todas las etapas. En la Iglesia ponemos nuestras vidas y cuantiosos recursos al servicio de la dignidad humana. Con malicia hacia ninguno, damos testimonio de la belleza, del bien y de la verdad de la vida humana a imagen de Dios. Que la fe y la razón nos guíe a lo largo de este noble camino.
El respeto por la vida incluye toda la comunidad
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