Por obisPo JosePh KoPacz Construir y reconstruir son tareas tan esenciales para nosotros en nuestra vida diaria y especialmente para nosotros, como cristianos, que trabajamos para promover el reino de Dios en nuestro mundo, un reino de verdad y de amor, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, amor y paz. Para muchas personas al terminarse el don del tiempo extendido el fin de semana del Día del Trabajo nos encontramos de nuevo en el ritmo de nuestra vida diaria, y listos o no, ansiosos o resistentes, la vida tiene una manera de tirarnos y de empujarnos. Qué creativo es el concepto de que un fin de semana largo a finales del verano, abierto al ocio y a la necesidad de equilibrio en nuestras vidas, nos da una pausa para reflexionar sobre la dignidad del trabajo en todas sus manifestaciones, la obra de nuestras manos, mente, corazón y espíritu. La fundación de la Palabra de Dios es la obra de la creación, (seis días) equilibrado por descanso del sábado (un día). La interacción entre el trabajo y el descanso en Dios produce mucho fruto al cumplir nuestra dignidad y destino como imago Dei. El salmo 90, v. 17 pide a Dios que bendiga la obra de nuestras manos para que podamos efectivamente preservar el orden correcto de las cosas y, además, la obra de la creación. El trabajo es bueno, y extractos del siguiente poema “Ser de uso” por Marge Piercy capta la sabiduría de las edades iniciado en Dios.
“La gente que más amo salta al trabajo de cabeza primero sin perder tiempo en la superficialidad….Me encanta la gente que utilizan, un buey a un pesado carro, que tira como el búfalo de agua con enorme paciencia, que se esfuerza en el barro y la porquería para hacer avanzar las cosas, quién hace lo que tiene que hacerse, una y otra vez…quiero estar con la gente que se sumerge en la tarea, que van a los campos para la recolección de la cosecha y trabajan en una fila y pasan las bolsas…El trabajo del mundo es común como el barro, chapuza, mancha las manos, se desmorona en polvo. Pero la cosa que vale la pena hacer bien hecha tiene una forma que satisface, limpia y evidente… El cántaro clama por agua
para llevar, y una persona por trabajo que es real.” Uno puede sentir la energía en este notable poema, y visualizar la decidida actividad de la que habla. Podemos ampliar estas imágenes en cada rincón de nuestras vidas, y fácilmente en la reconstrucción que se está llevando a cabo en Houston y Beaumont y en muchas comunidades en el sureste de Texas después del huracán Harvey. Este trabajo de recuperación continuará durante años y muchos trabajarán, de cerca y de lejos, vecinos y amigos, extranjeros e inmigrantes. Lo que lleva años para construirse puede ser derribado en momentos por el poder destructivo de la naturaleza, o las malas intenciones de la gente. La noche llegó y la mañana continuó y así reconstruimos porque hay un poder superior, y la fe, la esperanza y el amor prevalecerán. Para comprender esto mientras avanzamos en las interminables tareas que tenemos ante nosotros en nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo, es un regalo que nos motiva, especialmente en esos días que preferiríamos quedarnos en la cama. Este día, el 20º aniversario de la muerte de la Madre Teresa, nos recuerda la bondad, la belleza y la verdad de su vida, y la perspectiva fundamental de su fiel espíritu, es decir, “hacer de nuestra vida algo hermoso por Dios”. Su perdurable legado encarna la sabiduría que encontramos en el evangelio de Juan “el primer trabajo es tener fe en el que Dios envió, recordándonos como discípulos que el trabajo de la creación encuentra su realización en el plan de salvación de Dios en Jesucristo. El don de la fe, del tamaño de una semilla de mostaza, puede mover montañas. (Lucas 17,6) Consideren el amanecer de la Madre Teresa, alterado a mediados de su vida de fe dedicada a los indigentes y abandonados. Ella pasó la antorcha al educar a los jóvenes y privilegiado de clase media y alta de la India y caminó hacia el infierno de Calcuta donde muchas personas habían perdido la esperanza y movido montañas. ¡Qué semilla de mostaza! Esta ruta increíble de fe, esperanza y amor no es el derecho de nacimiento de unos pocos elegidos, sino la llamada del Señor en cada una de nuestras vidas. “Porque somos su obra, creados en Cristo Jesús para las buenas obras que Dios ha preparado de antemano, que deberíamos vivir en ellas.” (Efesios 2:10) Qué el Señor suscite en cada uno de nosotros una maravillosa armonía de fe y trabajo, de modo que podamos hacer de nuestras vidas algo hermoso desarrollando nuestros talentos, sirviendo a otros y dando a Dios la gloria.
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El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión
Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo de las escuelas fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan con sus párrocos, vicarios parroquiales, LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante siete sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en el labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el undécimo obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio.
Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si podía elaborar sobre la visión que tenía para la diócesis. Sonreí porque aún no pude encontrar la mitad de las cosas que empaqueté para el traslado a Jackson de la diócesis de Scranton, y mucho menos articular una visión para una diócesis que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. Una exhortación de San Pablo a los corintios que luchaban con la unidad por muchas razones, nos ayu-da a entender la sabiduría de quiénes somos. “Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos.” (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
A medida que nuestro 180º año como diócesis se desarrolla ante nosotros, el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que comenzó esta buena obra en nosotros, continúa renovándonos e inspirándonos a servirle con fe y creatividad en estos tiempos difíciles pero llenos de esperanza.